Leo la prensa y, aunque resulte muy difícil desde hace unos meses, algo
me impulsa a seguir escribiendo sobre cosas de política.
Lo que me impulsa es un cierto deporte que dentro de poco se convertirá
en olímpico: se llama “diga cosas a las que nadie hace caso pero que 30
años después parecen evidentes”.
Leo a muchos dirigentes, opinadores y gurús farfullar sobre el
derrotero del PSOE. Parece que nadie entiende por qué sigue cayendo en elección
tras elección sin rebañar ni tan siquiera en un zombi como el PP. La situación no
me hace ninguna gracia porque el PSOE debe ser uno de los dos pilares del país
y debe ser fuerte, pero a la hora de analizar las soluciones que se proponen me
aterran las cosas que oigo, como pueda ser el que hay que cambiar al líder, o
que hay que reforzar la democracia interna, o que hay que hacer un congreso
para recomponer filas…
Hace mucho que no bajo a tierra y puede que esté completamente
desorientado, pero aún recuerdo cómo era el alma de los españoles –y de los demás
seres humanos-, y eso me permite sacar una conclusión sobre el qué le ocurre al
Partido Socialista Obrero Español. A mí me da igual ya si gobierna un partido u
otro porque entre todos me arruinaron y me abocaron al corso de licencia
caducada, pero no me da igual que arruinen al país ni a las ilusiones de sus
votantes, porque eso sería un crimen imperdonable con tanta gente inocente. Y
no estoy de acuerdo en que el problema sea la falta de democracia interna,
porque ésa no ha existido nunca en ningún partido y no por ello perdieron
elecciones; no estoy de acuerdo en que cambiar el líder sea la clave porque
líderes ya no existen desde hace muchos años; no creo que haya que recomponer
estructuras internas porque las estructuras de los partidos son juncos que ya
son rígidos o ya se doblan servilmente según el viento que sopla. Ni el
problema ni la solución están en cosas que existen desde que el hombre es
hombre, porque con las mismas lacras hubo tiempos mejores.
En mi opinión, el problema del PSOE está en su propio éxito, como todo.
Todo muere de aquello que le hizo grande; lo mismo que hace que nos enamoremos
de alguien es lo que lo convertirá en odioso al poco tiempo; los imperios –dijo
Cipolla- decaen cuando lo mismo que era su arma infalible se enquista y se
convierte en su peor lastre.
Respecto al PSOE: ningún partido puede aspirar a gobernar un ESTADO DE
DERECHO si demuestra con sus actos que no tiene un concepto ni del Estado ni
del Derecho (por supuesto, me estoy refiriendo a la dirección nacional –española-
del partido, y no a tantos ámbitos autonómicos y municipales donde hay multitud
de afiliados y políticos entregados a unas tareas mucho más útiles aunque menos
mediáticas).
Que partidos de dominical jueguen a las ocurrencias con las bases de un
país tiene su pase, incluso su gracia; que lo haga un partido con vocación de
absorber al 40% de la población, es suicida. La Mayoría siempre es timorata,
está pensando en los hijos, los nietos, las pensiones, la comida, la hipoteca. Que
un partido con vocación de mayoría, y absoluta a más a más, esté jugando
permanentemente a las tres esquinitas con partidos negadores de lo esencial de
las reglas del juego constitucional (independentistas frente a la unidad
territorial, o republicanos frente a la forma de Estado, o rollos tipo PSUC o
PSE que juegan a los espejos curvos…) no puede generar confianza en ninguna
mayoría que sólo quiere mantener su statu quo y ganarse la vida. Que los
partidos con vocación desintegradora jueguen a ser Quebec, mañana Escocia o
luego Puerto Rico forma parte de su esencia en la que poco importa el
conocimiento sino sólo la ambición; pero que caiga en eso el PSOE y un día se
levante federal y otro día se acueste tripartito, no tiene explicación y en
ningún país serio de Europa se vería tal ingravidez en un partido socialista
moderno. El PSOE no es un canal de Televisión y por tanto no tiene por qué
cambiar su modelo de Estado a golpe de encuestas, que cambie si quiere el color
del papel pintado de Ferraz, pero no el Título Octavo de la Constitución por
mero oportunismo.
Sí, dicen que ellos son federalistas desde siempre, y es verdad, pero a
eso yo digo tres cosas: la primera es que podían haber aprendido ya lo nefasto
que ha sido siempre en España el concepto de federalismo como para seguir con
la letanía; la segunda es que muchos socialistas se apuntaron al federalismo simplemente
porque era lo que más dolía al franquismo entre otras muchas cosas que –como diría
el personaje de Shakespeare que durmió junto al monstruo Calibán- se juntaron
por pura necesidad de compartir oposición, pero sin atender a que la verdadera
izquierda siempre ha sido estatalista y por ello centralista y por ello antiforal
y antifederal; la tercera es que toda la aspiración del federalismo romántico
del XIX está más que conseguido con el sistema autonómico actual y que por
ello, seguir hablando de “federalismo” es, sencillamente, rendir culto a una
palabra de una forma tan entrañable pero tan divisora como es en el PP la
palabra “matrimonio”.
Respecto al Derecho, jamás he visto a un partido con “vocación de
gobierno” ser más irrespetuoso con la Ley. Eso del “con la ley o sin ella”, “tomar
la calle”, “el pueblo dice”, “la legalidad jurídica frente a la legalidad
democrática”, etc., son conceptos que se oyen demasiado en nuestros tiempos. Esas
frases no las dice necesariamente gente del PSOE, pero este partido ha tomado
el camino de reír la gracia a todo el mundo que se salta la ley; todo lo que
genere malestar, desorden, exteriorización de conflictividad con incumplimiento
de normas, es aplaudido por el partido de la izquierda, aunque en esas
manifestaciones se golpee a cajeras, se ocupen fincas privadas, se amenace con
quemar a curas, se destrocen mobiliarios urbanos que cuestan mucho dinero, se amenacen
instituciones públicas ya sean parlamentos o sedes de partidos o medios de
comunicación o comercios o bancos o calles o señores con hijas o lo que sea,
todo recibe la palmadita del PSOE a la voz de “no es para tanto”, “lo
importante es el problema que hace que toda esa gente esté ahí” (y añado yo: y
los antisistema, y los apañaos que se suben al carro, y los diputados o
afiliados o portavoces que se suman a la pancarta sin barrer antes su casa…).
El glamour del Zapaterismo fue el hacer creer a muchos que el happy
hour había llegado a la política y que para gobernar no hacía falta la ley sino
que bastaba la telegenia. El PSOE obtuvo el éxito arrollador de su ingenuidad y
su casita de chocolate, lo cual está muy bien cuando otros gobiernos han
llenado antes las arcas para que los nuevos puedan luego jugar al Mikado con
las vigas del Estado. El problema es que el zapaterismo no es un sistema sino
un dilema: el de cuánto tiempo puede un Estado aguantar la tontería como forma
de gobierno. El PSOE ha tenido tiempo de darse cuenta de lo que le ha pasado, y
Rubalcaba es muy consciente de ello, pero poco puede hacer si la añoranza de
las bases es la de “Más Zapatero, y a ser posible federalista”.
Cuando Felipe González subió al poder, generó en toda España, incluso
entre la derecha, una sensación de responsabilidad, de sentido de Estado; la
gente percibió que, con independencia de las Transfiguraciones que hiciera, no
tocaría los elementos esenciales del país y que incluso le haría un favor
dándole por fin el sarampión de una izquierda constitucional, con sentido de
Estado. Los ministros de González, salvo algunas excepciones, parecían elegidos
entre gente competente que se ganó el respeto de la población. Aún recuerdo a
Barrionuevo, al día siguiente –o poco más- de ser nombrado ministro del
Interior, coger de la mano a las viudas de los recién asesinados por ETA y salir
en la televisión agarrado a ellas, en lugar de esconderse como hacían antes los
de UCD (eso sí, se escondían por miedo a que los socialistas entonces en la oposición
les acusaran de fachas). Qué diferencia entre esos Barrionuevo, Boyer,
Fernández Ordóñez, Corcuera, Múgica, Pilar Miró… y el erial de ahora con los
miembros y las miembras y los fetos que son seres vivos pero no humanos y las
Españas que son conceptos discutibles y tal y tal y tal....
También es cierto que la misma diferencia de nivel –a peor- puede
apreciarse en las cabezas de cualquier otro partido, pero ninguno de ellos está
sufriendo el desgaste del PSOE, porque a estas alturas nadie espera ya que haya
gente convincente al frente de un partido, y lo único que esperan es que haya
gente que sabe lo que quiere y que eso que quiere sea lo mismo ayer que mañana.
No se puede ser torero y espontáneo a la vez. Cuando salta un
espontáneo al ruedo, las cuadrillas de los tres toreros –aunque entre sí sean
rivales-, se lanzan a por el intruso porque su presencia es peligrosa para
todos. Lo que sería inaudito es que la cuadrilla de uno de los toreros se
pusiera a aplaudir al espontáneo porque le revienta la faena al torero rival.
Hacer eso es, simplemente, falta de toda profesionalidad, y todo el mundo está
en su derecho de no ser profesional de algo si no quiere serlo pero, en tal
caso, que no se queje de que después la gente le da la espalda.
Repito: Estado. De Derecho.