jueves, 2 de octubre de 2014

JOHAN MAROR (O MARTÍ), 1373. POSIBLE PRIMER CORSARIO DE BENIDORM







  

(((((Advertencia previa sobre la denominación: En el título figura la indicación del apellido Maror o Martí. Debo decir que recientemente he publicado el presente artículo refiriéndome a Johan Maror únicamente, pues ése es el nombre que conocía desde hacía 20 años, cuando lo leí en el libro “Los orígenes de la piratería Islámica” (páginas 141-142), de Andrés Díaz Borrás, y editado en 1993 por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (C.S.I.C.), cuya autoridad nunca se me hubiera ocurrido cuestionar. Sin embargo, mi amigo y buscador incansable Francisco Bou Llambrich me advirtió de que otro investigador serio y conocido nuestro, Francesc Xavier Llorca Ibi –por el que profeso el mayor de los respetos- había publicado algo sobre este mismo personaje pero denominándolo Martí, basándose en otra fuente diferente a la mía. Busqué entonces la imagen del original que había aportado Llorca Ibi y comprobé que, curiosamente, la grafía no es clara y se presta a las dos lecturas; incluso –para mi pesar- se acercaría un poquito más a Martí que a Maror, lo que además sería más compatible con la lengua y época de que tratamos. Aun así, ante la inconveniencia de citar los dos apellidos continuamente, y ante la necesidad de optar entre uno u otro me mantendré en este artículo, por pura inercia y amparándome en la autoridad del C.S.I.C., en el Maror que he venido cultivando desde hace 20 años y admitiendo que el lector lo sustituya mentalmente por Martí, si mejor le pareciera.

Debo añadir a posteriori, como segunda advertencia: que tras comentar el asunto con Llorca Ibi, me ha informado de otras gestiones que realizó por su cuenta para confirmar el apellido Martí de este corsario, por lo cual debo reconocer que su versión debe gozar de más predicamento y que será la que yo use en el futuro, guardando mi Maror en el baúl de los cariños de aficionado.



Fin de la advertencia.)))))







Benidorm ha sido cuna de corsarios legendarios. Ahora bien, ¿desde cuándo podemos hablar de corsarios de Benidorm?



  En el Archivo del Reino de Valencia (ARV, Mestre Racional, 9585, f. 40 v.) hay un documento de 1373 en el que se lee cómo un corsario de Benidorm llamado Johan Maror había capturado cinco sarracenos en Berbería y los había vendido en pública subasta, también en Benidorm.



  Dice literalmente el documento:



  “Item, rebí d´En Johan Ferràndez, alcayt de Benidorm, qui en loch nostre los avia rebuts d´En Johan Maror, corsari del dit loch, per dret de delme de V sarrahïns, que pres ab la sua barqua en Berberia, dels quals féu encant en Benidorm axí que abanides mesions de la panática e dret de pilotage e altres segons que-s mostre per scriptura d´En Goçalbo Ferràndez, notari qui-n fa testimonis, prevench-ne al dit delme: CLXXX sous.”



  No conozco referencias anteriores a otro corsario benidormense con nombre y apellidos, aunque evidentemente pueda haber existido. En cualquier caso es un dato interesante pues nos permite afirmar que en esta localidad existe una tradición de siglos en el ejercicio del corso.



  Del documento extraemos algunos datos importantes. Uno de ellos es la identificación del alcayde de Benidorm en 1373: Johan Ferràndez.



  Otro dato es la mención de que Johan Maror acudió a Berbería “con su barca”, lo que indica que él era el patrono de la misma y que no se trataba de una campaña terrestre ni de una acción bélica de mayor dimensión. Es decir, que se trató de un empeño personal realizado por decisión propia de Maror y con sus propios medios.



  Se indica también que los cinco prisioneros fueron vendidos en el mismo Benidorm. Ello sugiere que en la misma localidad o en su entorno debía haber una población suficiente y con medios económicos como para que el corsario prefiriera subastarlos allí en lugar de llevarlos a otros puntos de mayor riqueza.



  En cuanto al modo de venta, se dice “féu encant”, que en la documentación de la época alude a pública subasta, o “en almoneda” (probablemente sea un precedente de lo que en siglos posteriores se llamaba “encanterar” para referirse a introducir “en un cántaro” las papeletas de los sorteables para el ejército, a los que se les aludía como “encanterados”).



  Otro elemento interesante es la identidad del notario, Goçalbo Ferràndez, del que no se nos dice que fuera residente ni ejerciente en Benidorm, pero del que presumimos que al menos sí sería competente para ejercer en dicho lugar pues todo apunta a que la escritura de adjudicación de los cinco cautivos se autorizó en Benidorm, ya que la subasta también se efectuó ahí. El apellido del notario es el mismo que el del alcayde, lo que parece evidenciar una relación de parentesco entre ambos. Cabe decir que los notarios valencianos, en esa época, estaban ya adscritos a un colegio notarial que les permitía el ejercicio en todo el territorio del reino como miembros de un colegio común de dicho ámbito. Aunque muchos han discutido la antigüedad del colegio valenciano, retrotrayéndolo sólo al año 1342, esta posición es discutida por otros estudiosos como Vicente Simó Santonja, para el cual es indiscutible que el propio rey Jaime I estableció en 1238-39 la institución del Notariado Valenciano en el propio tiempo de la conquista de Valencia, otorgando por tanto a dicho Colegio el privilegio de ser el mas antiguo de España, con habilitación en todo el territorio del reino.



  Por lo que respecta al contenido del documento, éste nos informa de que el Mestre Racional de Valencia (institución de carácter económico) había recibido del alcayde de Benidorm los impuestos (delme, o diezmo) que el corsario benidormense le había pagado tras la venta de los cautivos. Concretamente habla de 180 sueldos. Sobre este punto debemos hacer una breve alusión a los pagos que habitualmente debían efectuarse en casos semejantes, y que normalmente eran de dos tipos. El primero era una especie de pago para obtener la declaración “de buena guerra”, es decir, una cantidad alzada que se pagaba cuando el Batlle o representante del rey declaraba que la captura del sarraceno era correcta (no se alude tanto a que fuera conforme con reglas del mar, o de derecho de gentes, que en aquellos momentos eran apenas un embrión, sino a que eran adecuadas a los acuerdos y política internacional del monarca, de forma que no comprometía la política del reino, o bien a que se trataba de presas no robadas en territorios propios). El segundo era un porcentaje sobre el valor de venta, que oscilaba según el alcance de la misma. Las cuantías y conceptos fueron diversos según las épocas; a pesar de la escasez de documentación en este aspecto, conocemos asientos de unos años posteriores (por ejemplo, entre 1412 y 1449) en los que aparte del pago por declaración de buena guerra se cifraba en un quinto (dret del quint) el impuesto sobre el valor de venta del cautivo, que se reducía a una veinteava parte (dret del vint) si se trataba sólo de mercancía. Posiblemente lo que el documento llama pilotage sea la cuantía fija, que se verá integrada en la total de 180 sueldos recibida finalmente por el alcalde. El hecho de que Benidorm fuera un lugar de señorío no afectaría a estos pagos pues como hemos visto el pago se ha hecho al alcayde del castillo para ser entregado a la hacienda del reino.



  Es de destacar que el cobro en sí de estas cantidades por la venta de los prisioneros está denotando que dicha venta fue calificada como “de buena guerra”, y que por tanto ajustada a las previsiones tanto exteriores como interiores del monarca Pedro IV el Ceremonioso. El concepto de “de buena guerra” o captura lícita y sus consecuencias en cuanto a la posibilidad de venta del cautivo tienen ya precedentes en Aragón y Cataluña con los Fueros de Teruel y las Costums de Tortosa, aunque para el Reino de Valencia no cobró trascendencia sino hasta las revueltas de 1276-77, cuando los musulmanes acogidos al rey Jaime I se rebelaron planteando el problema de su posible esclavización o venta tras ser reducidos. La apreciación de buena guerra y pago de impuestos conllevaba la entrega de un albarán al captor, lo que cabe presumir que existió en el episodio de Johan Maror, al que se firma un recibí por dichos pagos.



  El concepto de buena guerra o captura lícita acorde con las previsiones del rey nos lleva a su vez a preguntarnos sobre cuáles fueran dichas previsiones reales, y sobre cuáles fueran los motivos que llevaron a Johan Maror a lanzarse a esta empresa lícita.



  El Reino de Aragón en 1373 atravesaba por unos momentos ciertamente difíciles, tanto a nivel interno como externo. Ello facilitaría el que, por un lado, el rey no pudiera atender a la defensa de todos sus súbditos en la manera que hubiera deseado y que, por otro lado, estuviera conforme con que sus súbditos menos protegidos (como pudieran ser los del litoral valenciano, incluyendo Benidorm) ejercitaran su autodefensa sin sufrir excesivas trabas.



  En el ámbito exterior, cabe distinguir enemigos tanto musulmanes como cristianos. Dentro de los primeros habría que diferenciar los más próximos de Granada, los de media distancia en Berbería o Norte Occidental de Africa, y los más alejados de Egipto y Turquía. Por el lado cristiano, existían enemigos también en la península (Castilla, Navarra y Mallorca), y más alejados en Génova y Francia como rivales directos. En el ámbito interno, el reino tampoco estaba exento de tensiones civiles.



  Por lo que respecta a los conflictos con los demás reinos cristianos, en el flanco oriental Pedro IV se hallaba empeñado desde 1371 en la defensa de Cerdeña, donde los lugares de Alguer y Cáller estaban especialmente amenazados por la rebelión del juez de Arborea con el auxilio de Génova.



  El flanco occidental de Aragón también estaba amenazado por las tensiones con Castilla, cuyo rey Enrique II había concertado acuerdos con el de Portugal, Francia y con el infante de Mallorca para atacar a Aragón por Molina y por el Rosellón aprovechando la distracción de Aragón en la campaña de Cerdeña. Los Anales de Zurita lo describen diciendo que “Estaban todos los reyes que comarcaban con el rey de Aragón puestos en armas; y tenían sus gentes a punto, y todo ardía en guerra…”, lo que nos da buena muestra de cuáles debían ser las prioridades de Pedro IV en 1373.



  En el ámbito interno y siguiendo también a Zurita, desde 1371 se había puesto de manifiesto la disensión de ciertos nobles catalanes en la denominada Conveniencia de los caballeros de Cataluña, articulados alrededor del conde de Urgel, la cual seguía sin solución definitiva. Existía también un brote de peste desde ese mismo año que había golpeado en lugares como Caspe, lo que unido al dato de que en Valencia hubiera peste en 1374-75, hace posible que en el intermedio -1373- hubiera igualmente episodios de peste aunque no afectaran directamente a la capital valenciana, pues no fueron recogidos en las crónicas de ésta.



  En cuanto a los conflictos con los reinos musulmanes, y al igual que ocurre al hablar de los enemigos cristianos, corremos el peligro de equivocarnos si abordamos de manera unitaria a todos los reinos islámicos pues existían claras diferencias entre unos y otros. Debemos distinguir entre los peninsulares (en los que se encuentra el rey nazarí de Granada y los amagos de los benimerines), el norte próximo de Africa (en el que se encuentra la llamada Berbería, pero con lugares de evolución propia en tal momento como Bugía o Túnez), Egipto y finalmente los turcos que cercaban Constantinopla.



  Comenzando por los musulmanes de Granada y Berbería, la situación de 1373 debe explicarse recordando algunos hitos de las décadas anteriores. Remontándonos a los años de las conquistas de Jaime I (1208-1276) en el centro del siglo XIII, hay que decir que el empuje de éste hacia el Sur y hacia el Mediterráneo supuso un retroceso de los reinos musulmanes. Éstos aceptaron el nuevo statu quo, incluso mediante tratados políticos y comerciales que posibilitaron embajadas mercantiles y asentamientos aragoneses en el Norte de Africa. Los reyes posteriores Pedro III (1276 a 1285), Alfonso III (1285 a 1291) y Jaime II (1291 a 1327), distrajeron sus esfuerzos en otras campañas diferentes de las guerras de religión que consumieron muchas energías, como lo fueron las de Sicilia tras las Vísperas hasta los tratados de Anagni (1295) y Caltabellota (1302), las guerras con Castilla por el reino de Murcia hasta los laudos de Torrellas-Elche (1304-5), la reducción de los Templarios (1307-8), la derivación de fuerzas almogávares hacia Atenas y Neopatria (conquistada ésta en 1319) y las campañas de Córcega y Cerdeña (1323-25). Ello significó que iniciada la primera década del siglo XIV, los enemigos musulmanes habrían gozado de varios lustros para recuperarse sin ser especialmente atacados por Aragón, y poder contraatacar en plena península. Así lo van hacer: ya en 1304 se realiza un ataque esporádico por una armada nazarí a Villajoyosa. Entre 1310 y 1330 empiezan a organizarse los ataques de forma más organizada por escuadras granadinas y berberiscas, ocasionando el que la ciudad de Valencia se vea obligada a aprobar en 1323 la creación de una institución para redención de cautivos. Los ataques piráticos musulmanes en las costas cristianas alentados por el reino granadino van a propiciar el que los reinos de Castilla y Aragón acuerden en 1329 unirse para dar un nuevo golpe al reino de Granada y especialmente a su capacidad de ofensiva marítima. La primera respuesta nazarí contra el nuevo ánimo cristiano será un ataque devastador contra Guardamar en 1331, el cual va a hacer que el rey de castilla, Alfonso XI, se piense dos veces el agredir a Granada y se aparte de la unión con Aragón. Este, por su parte, va a quedar en solitario contra Granada lo que motivará que Valencia empiece a pensar en su propia seguridad y acuerde el aparejo de una flotilla de diez galeras dejándolas al mando de En Carròs de Rebollet. De igual manera va a intentar aunar en el esfuerzo a Mallorca, sin demasiado éxito. Por el contrario, en el bando musulmán los acontecimientos se han acelerado y los benimerines se han hecho dueños del reino de Granada, impulsando aún más los ataques contra las costas valencianas (es el caso del saqueo de Benissa en noviembre de 1337).



  Todo ello determina, ahora sí, que Aragón y Castilla superen sus diferencias y que en 1339 suscriban un acuerdo más firme cuyo fin principal va a ser la toma de Gibraltar, para impedir que el reino de Granada se vea reforzado continuamente desde Africa y obtener el control del Mediterráneo. La campaña cristiana, pese a algunos reveses en el campo marítimo, va a tener éxitos en tierra como la toma de Algeciras en 1344 o la campaña de Gibraltar en 1350. Este último episodio, pese a que en el mismo se produce la muerte del rey castellano a causa de la peste, va a ser determinante en la suerte del reino de Granada. A partir de ese momento, el reino nazarí o sus aliados norteafricanos dejarán de tener capacidad de inquietar por mar a los reinos cristianos peninsulares (lo que, por cierto, no significará la paz en los mares pues poco más tarde estallará la Guerra de los Dos Pedros entre Castilla y Aragón, importante en los escenarios marítimos, si bien no podemos incluirla en la historia de las luchas entre cristianos y musulmanes).



  La cesura que marca la campaña de Gibraltar para las grandes operaciones navales entre cristianos y musulmanes va a suponer la señal de inicio de otro tipo de lucha, la particular, la del pequeño pirata o corsario tanto de las costas españolas como africanas que, aprovechando la inexistencia de grandes enfrentamientos en el mar, intentará actuar por su cuenta en una guerra menor, casi privada, que muchos califican como “de subsistencia” (lo que significa que dichos piratas o corsarios no actúan para hacer grandes presas, sino que sus éxitos apenas les sirven para garantizar su subsistencia durante un cierto tiempo, como lo prueba el que las capturas sean habitualmente de apenas un puñado de cautivos). Este tipo de actuaciones particulares es el que predominará entre mediados del siglo XIV y los primeros años del siglo XV, momento en el que los poderes turco y norteafricanos empiecen a recuperar su capacidad de enseñorearse del mar con grandes armadas.



  En esas décadas encontramos diversos avisos de avistamientos o ataques de piratas musulmanes a las costas aragonesas. Así, en Mallorca e Ibiza hay avistamientos en 1370, 1371, 1374 o 1378. En ese mismo 1378 aparecen los piratas por Sagunto (Murviedro), y en Calpe y Moraira. También en Salou e Ibiza, y en ésta última también al año siguiente 1379. En 9 de Noviembre de 1379 se divisa una galera de moros en la costa de Villajoyosa y Benidorm, repitiéndose un avistamiento en la isla de Benidorm al año siguiente el 27 de Agosto. En los años siguientes sigue habiendo una importante actividad pirática musulmana especialmente dirigida hacia las Baleares. En 1391, sin embargo, volvemos a encontrar a estos piratas en nuestras costas, con una galera de moros en El Albir el 27 de Octubre y otra en Villajoyosa el 20 de Diciembre. En los dos años siguientes se sucederán otras apariciones en las costas valencianas (Guardamar, Cullera, Alcosséber, Santa Pola), e incuso en Alicante en 1399.

 

  Lo dicho no debe dar la impresión de que sólo nuestras costas estuvieran bajo riesgo de ataques enemigos, pues también desde la zona cristiana se ejerce el mismo tipo de ataques, a la recíproca, siendo muy difícil determinar quién lleva la iniciativa ni la peor parte en esta “acción-reacción”. Se trata de una conflictividad de bajo perfil, puramente particular aunque no por ello menos incómoda para sus víctimas, en cuyo entorno debemos incluir la peripecia del corsario benidormense Johan Maror en 1373 o, por citar otro ejemplo, cabe recordar que al año siguiente -1374- el rey de Granada ordenó prender a todos los barcos aragoneses en respuesta a que un capitán del rey cristiano, Pedro Bernal, le había tomado una nao en el litoral de Túnez. Así pues, en los años de corso de Johan Maror, son recíprocos entre “moros y cristianos” los ataques corsarios o piráticos de poca envergadura en lo que respecta a Berbería.



  Las relaciones con los estados musulmanes no se agotan con el reino de Granada ni con los bereberes, pues hay otras potencias musulmanas cuya vida política también podía influir en la paz del Mediterráneo, como es el caso de Egipto. Con este reino existían en esos años unas relaciones relativamente encauzadas. Es más, si existían algunos conflictos éstos eran provocados más por ataques cristianos que musulmanes. En Egipto se ubicaban por entonces diversos mercaderes (principalmente en Alejandría) a los que Pedro IV quería dar protección y cuya posición se veía comprometida por ataques ocasionales que los cristianos realizaban contra las costas egipcias. Ocho años antes, en 1365, el rey Pedro I de Chipre había atacado Alejandría causando perjuicios a dichos mercaderes catalanes, y el rey aragonés envió diversas embajadas al Soldán Melik el Aschraf Zein ed Din para tranquilizar la situación. Por cierto, que en aquellos años la reina de Chipre era la conflictiva Doña Leonor de Aragón y de Foix, hermana del señor de Benidorm, es decir hermana del infante Don Alfonso de Aragón, la cual actuaba como Reina madre, ya muerto su esposo Pedro de Lusignan, en beneficio de su hijo Pedro II (de Chipre). Llegado 1373, y pareciendo ya más tranquilo el ambiente en aquél sector del Mediterráneo, pudo partir una expedición mercantil desde Valencia hacia Chipre y Siria a cargo de Francisco Casasaya, o a la misma Alejandría como en el caso del barcelonés Bernardo de Gualbes. Ello no significa que, al igual que hemos visto en la zona del Estrecho, los ataques piráticos por parte de capitanes aragoneses no se siguieran produciendo, entorpeciendo las buenas relaciones, como lo prueba el que una embajada del mismo 1373 a Egipto a cargo de Pedro de Manresa para obtener la devolución de las reliquias de Santa Bárbara fuera rechazada por el mal humor del Soldán ante dichos ataques. La paz firmada no llegaría hasta unos años más tarde, 29 de Marzo de 1379.



  Por lo que respecta al estado del Mediterráneo en su parte más alejada, es decir hacia el mar Egeo y zona bizantina, las cosas no invitaban a la navegación pues desde 1359 Constantinopla estaba un poco más amenazada tras la derrota en Adrianópolis a cargo de Murad I, y en 1363 tras la batalla de Maritza en los Balcanes donde los turcos derrotaron a una coalición de Hungría, Serbia, Bosnia y Valaquia. Aun así, eran los años en que aún brillaban las expediciones almogávares a Atenas y Neopatria, y por ello no era del todo imposible encontrar barcos amigos de Aragón surcando aquellos rincones del Mare Nostrum.



  Al margen de todo lo ya indicado sobre el estado de las relaciones entre cristianos y musulmanes en esos años, y su repercusión en las actuaciones marítimas, no podemos tampoco dejar de analizar las causas puramente locales que pudieran determinar a un benidormense a lanzarse con su propia barca hacia las costas africanas en busca de botín.



  Son varias las circunstancias que debemos tener en cuenta. Sin poder hacer un estudio muy pormenorizado de cada una de ellas, cabe decir que todas apuntan a la constatación de un explicable estado de pobreza tanto en Benidorm como en su entorno. La necesidad acuciante inducirá, lógicamente, a sus vecinos más aguerridos a buscar fortuna en la lucha del corso.



  Por seguir un cierto orden cronológico, comencemos recordando que Benidorm, al igual que toda la zona valenciana y la península en general, se vio azotada por la plaga europea de la Peste Negra de 1348. La mortandad fue muy alta, citándose unas pérdidas de hasta un tercio de la población de Europa. En el reino de Valencia la repercusión fue terrible, como lo prueba el hecho de que se nos diga que en la misma capital, de unos 26.000 habitantes morían en el mes de Junio unos trescientos diarios y que algún día hubo en que se llegó a los mil. La epidemia alcanzó a todos los estamentos y lugares. La propia reina murió de la peste, así como importantes miembros de la Corte y del servicio real, lo que denota que no existía medio claro de enfrentarse a ella, mucho menos para el pueblo llano. En el entorno de La Marina, sabemos por ejemplo que causó la muerte de los párrocos de numerosas poblaciones (Guadalest, Polop, Penáguila, Cullera…), lo que dejó a numerosas iglesias de la zona sin asistencia religiosa, y de cuya terrible proporción podremos extraer conclusiones para la generalidad de la población.



  A ello le siguió pocos años después la Guerra con Castilla, llamada de los Dos Pedros, que iniciada en 1356 con la toma de Alicante y a pesar de varios períodos de tregua o inactividad, duró hasta varios años después. Fue también una guerra devastadora, incluyendo nuestra zona. A las destrucciones y saqueos de poblaciones y cultivos se añadió el despoblamiento de diversas localidades. En 1359 se asoló el poblado de Ifach desde el mar. En 1363-64 buena parte de los lugares del condado de Denia (al que pertenecía la zona de La Marina) habían sido atacados o permanecían aún en poder de los castellanos. La morería de Albalat fue saqueada; Bellaguarda sufrió un grave retroceso demográfico que hizo que en 1369 aún se le considerara “trencat e derocat”; de Finestrat se dijo que fue “derocat e fort destroyt”; el castillo de Polop fue destruido, y las alquerías de Alarc y Sanxet directamente quedaron despobladas al menos hasta 1376. En Callosa d´En Sarriá, aparte del daño físico, hubo un deterioro civil de gran trascendencia por las rivalidades entre diversas facciones de la comunidad musulmana (como reflejaron las denuncias de Mahomat Xadit contra Mahomat Caba –alamín de la localidad- y su partido). Tárbena vio reducida la recaudación de censos en un tercio aproximadamente, de una forma prácticamente irrecuperable. El mismo Benidorm se dice que fue atacado y su castillo tomado por los castellanos, constando que en 1364 hubo un intento frustrado de recuperarlo por parte de Aragón. Así pues, Benidorm y todo su entorno vieron arruinados en aquellos años sus medios de vida, molinos, defensas, así como se vio mermada gravemente su población, y se cita a los moriscos Caye Hagela y Abraham Caba cuyos pagos por diezmos se redujeron en tales años como muestra de la dificultad de satisfacerlos por la caída de la producción. El mal era general pues hacia el sur también se vivía una situación dramática, como lo prueba el que aún en 1376 y ante el declive demográfico de la huerta de Alicante, concediera el rey Pedro IV exención de impuestos a los repobladores durante 5 años siempre que permanecieran al menos otros diez, o que se le pidiera al rey permiso para construir un nuevo azud y acequia con que revitalizar los cultivos ante la insuficiencia por deterioro de las redes antiguas.



  Las desventuras no acabaron ahí, pues casi sin solución de continuidad Aragón se vio involucrado en la nueva guerra civil castellana suscitada entre el Rey Pedro I El Cruel y su hermano bastardo Enrique Trastamara. El entonces señor de Benidorm, infante Don Alfonso de Aragón y de Foix, acudió a la guerra en apoyo del pretendiente Enrique, siendo hecho prisionero en 1367 en la batalla de Nájera. Don Alfonso fue rescatado pero para ello fue preciso pagar una altísima suma de dinero, concretamente 75.000 doblas pactadas tras arduas negociaciones. El rescate conllevó además el acuerdo de que los dos hijos de Don Alfonso quedaran como rehenes; el hijo menor fue retenido por poco tiempo, pero el mayor y heredero del condado de Denia (y por tanto del señorío de Benidorm) permaneció en Borgoña hasta 1392. Doña Violante de Arenós, esposa del infante Don Alfonso (el viejo) recaudó en 1369 un préstamo de sus aljamas por 2.000 sueldos, y en 1376 otros 1.700 pero no ya como préstamo sino como contribución, lo que denota lo laborioso que fue reunir el importe del rescate. Aún en 1381 hubo de aprobarse otra contribución de 60.000 florines pagadera en 6 años por todos los vasallos del conde con este motivo.



  Así pues, a la peste y a las invasiones castellanas se sumó la obligación de pagar un altísimo rescate por el señor conde tras caer prisionero. Y no sólo esto, sino que el hambre también se cebó en esta zona durante los años centrales del siglo. Un indicio interesante para seguir los momentos de hambre son los brotes de peste posterior, pues ésta se cebaba más en aquellas regiones donde el hambre había mellado previamente la salud de los habitantes. La peste negra de 1348 fue precedida de una gran hambruna, hasta el punto de que 1347 fue llamado en Valencia “l´any de la gran fam”. La situación, no obstante, se arrastraba ya desde antes, y así el año 1333 fue llamado el “mal any primer” por su gran carestía si bien, como ha sido debidamente estudiado para los años treinta del siglo, las escaseces podían deberse a causas diversas como las situaciones climáticas o simplemente a dificultades de abastecimientos. Se ha apuntado también la posibilidad de que al orientarse la producción valenciana del siglo XIV a la exportación de productos especulativos como el arroz, el anís y el azúcar, ello fuera en detrimento de una producción propia de trigo y una dependencia grande de los suministros externos. El llamado “mal any primer” inició un período que llega hasta la peste de 1348 en el que Aragón se vio envuelta en la guerra con Génova por Cerdeña (precisamente en competencia con Génova por el granero sardo) y con Granada, así como años de malos climas que ocasionaron al reino de Aragón un verdadero problema de abastecimiento por mar. La escasez no fue sólo de trigo sino de otros muchos productos básicos como arroz, pasas o azebib, higos y algarrobas, y obligó a considerar éstos como “coses vedades” para la exportación, junto a otras como los caballos debido a la situación de guerra.



  En cualquier caso, parece factible afirmar que a una epidemia de peste es bastante probable que le haya precedido una época de cierta debilidad alimenticia que rebaje las defensas de los afectados. Pues bien, si nos atenemos a las epidemias del siglo XIV en el reino de Valencia, resulta que los brotes constatados ocurrieron en 1348, 1362, 1374-75, 1380, 1383-84 y 1395. Sobre la peste de 1374, en la crónica de Pere Maça sobre el reinado de Pedro IV, se nos dice que “fon gran fam en la terra, e aprés en l´any següent, fón mortaldat en aquest regne”. Vemos pues que la peste de 1374 se asocia con un tiempo de gran hambre, ocasionando además una mortandad especialmente grave entre la infancia lo que le valió el nombre de “la mortandad de los infantes”. Si esto ocurrió en 1374 en la ciudad de valencia, capital del reino, ¿cómo no deducir que en las poblaciones más pobres del reino no haya existido ya una gran hambre desde uno o dos años antes?



  Eso nos sitúa otra vez en el año 1373, el de la expedición del corsario benidormense Johan Maror, cuyos motivos para arriesgar la vida en un viaje a Berbería radiquen seguramente en un momento de especial hambre y pobreza derivado de todas las circunstancias antes apuntadas, y en el que nuestro corsario posiblemente haya viajado más en búsqueda de alimentos que de cautivos, sin perjuicio de que en su aventura obtuviera también unas presas que le reportaron su beneficio.



  



Bibliografía y Fuentes



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