(((((Advertencia
previa sobre la denominación: En el título figura la indicación del apellido
Maror o Martí. Debo decir que recientemente he publicado el presente artículo
refiriéndome a Johan Maror únicamente, pues ése es el nombre que conocía desde
hacía 20 años, cuando lo leí en el libro “Los orígenes de la piratería Islámica”
(páginas 141-142), de Andrés Díaz Borrás, y editado en 1993 por el Consejo
Superior de Investigaciones Científicas (C.S.I.C.), cuya autoridad nunca se me
hubiera ocurrido cuestionar. Sin embargo, mi amigo y buscador incansable Francisco
Bou Llambrich me advirtió de que otro investigador serio y conocido nuestro, Francesc
Xavier Llorca Ibi –por el que profeso el mayor de los respetos- había publicado
algo sobre este mismo personaje pero denominándolo Martí, basándose en otra
fuente diferente a la mía. Busqué entonces la imagen del original que había
aportado Llorca Ibi y comprobé que, curiosamente, la grafía no es clara y se
presta a las dos lecturas; incluso –para mi pesar- se acercaría un poquito más
a Martí que a Maror, lo que además sería más compatible con la lengua y época
de que tratamos. Aun así, ante la inconveniencia de citar los dos apellidos
continuamente, y ante la necesidad de optar entre uno u otro me mantendré en este artículo, por
pura inercia y amparándome en la autoridad del C.S.I.C., en el Maror que he venido
cultivando desde hace 20 años y admitiendo que el lector lo sustituya
mentalmente por Martí, si mejor le pareciera.
Debo añadir a posteriori, como segunda advertencia: que tras comentar el asunto con Llorca Ibi, me ha informado de otras gestiones que realizó por su cuenta para confirmar el apellido Martí de este corsario, por lo cual debo reconocer que su versión debe gozar de más predicamento y que será la que yo use en el futuro, guardando mi Maror en el baúl de los cariños de aficionado.
Debo añadir a posteriori, como segunda advertencia: que tras comentar el asunto con Llorca Ibi, me ha informado de otras gestiones que realizó por su cuenta para confirmar el apellido Martí de este corsario, por lo cual debo reconocer que su versión debe gozar de más predicamento y que será la que yo use en el futuro, guardando mi Maror en el baúl de los cariños de aficionado.
Fin
de la advertencia.)))))
Benidorm
ha sido cuna de corsarios legendarios. Ahora bien, ¿desde cuándo podemos hablar
de corsarios de Benidorm?
En el Archivo del Reino de Valencia (ARV,
Mestre Racional, 9585, f.
40 v.) hay un documento de 1373 en el que se lee cómo un corsario de Benidorm
llamado Johan Maror había capturado cinco sarracenos en Berbería y los había
vendido en pública subasta, también en Benidorm.
Dice literalmente el documento:
“Item, rebí d´En Johan Ferràndez, alcayt de
Benidorm, qui en loch nostre los avia rebuts d´En Johan Maror, corsari del dit
loch, per dret de delme de V sarrahïns, que pres ab la sua barqua en Berberia,
dels quals féu encant en Benidorm axí que abanides mesions de la panática e
dret de pilotage e altres segons que-s mostre per scriptura d´En Goçalbo
Ferràndez, notari qui-n fa testimonis, prevench-ne al dit delme: CLXXX sous.”
No conozco referencias anteriores a otro
corsario benidormense con nombre y apellidos, aunque evidentemente pueda haber
existido. En cualquier caso es un dato interesante pues nos permite afirmar que
en esta localidad existe una tradición de siglos en el ejercicio del corso.
Del documento extraemos algunos datos importantes.
Uno de ellos es la identificación del alcayde de Benidorm en 1373: Johan
Ferràndez.
Otro dato es la mención de que Johan Maror
acudió a Berbería “con su barca”, lo que indica que él era el patrono de la
misma y que no se trataba de una campaña terrestre ni de una acción bélica de
mayor dimensión. Es decir, que se trató de un empeño personal realizado por
decisión propia de Maror y con sus propios medios.
Se indica también que los cinco prisioneros
fueron vendidos en el mismo Benidorm. Ello sugiere que en la misma localidad o
en su entorno debía haber una población suficiente y con medios económicos como
para que el corsario prefiriera subastarlos allí en lugar de llevarlos a otros
puntos de mayor riqueza.
En cuanto al modo de venta, se dice “féu
encant”, que en la documentación de la época alude a pública subasta, o “en
almoneda” (probablemente sea un precedente de lo que en siglos posteriores se
llamaba “encanterar” para referirse a introducir “en un cántaro” las papeletas
de los sorteables para el ejército, a los que se les aludía como
“encanterados”).
Otro elemento interesante es la identidad del
notario, Goçalbo Ferràndez, del que no se nos dice que fuera residente ni ejerciente
en Benidorm, pero del que presumimos que al menos sí sería competente para
ejercer en dicho lugar pues todo apunta a que la escritura de adjudicación de
los cinco cautivos se autorizó en Benidorm, ya que la subasta también se
efectuó ahí. El apellido del notario es el mismo que el del alcayde, lo que parece
evidenciar una relación de parentesco entre ambos. Cabe decir que los notarios
valencianos, en esa época, estaban ya adscritos a un colegio notarial que les
permitía el ejercicio en todo el territorio del reino como miembros de un
colegio común de dicho ámbito. Aunque muchos han discutido la antigüedad del
colegio valenciano, retrotrayéndolo sólo al año 1342, esta posición es
discutida por otros estudiosos como Vicente Simó Santonja, para el cual es
indiscutible que el propio rey Jaime I estableció en 1238-39 la institución del
Notariado Valenciano en el propio tiempo de la conquista de Valencia, otorgando
por tanto a dicho Colegio el privilegio de ser el mas antiguo de España, con
habilitación en todo el territorio del reino.
Por lo que respecta al contenido del
documento, éste nos informa de que el Mestre Racional de Valencia (institución
de carácter económico) había recibido del alcayde de Benidorm los impuestos (delme,
o diezmo) que el corsario benidormense le había pagado tras la venta de los
cautivos. Concretamente habla de 180 sueldos. Sobre este punto debemos hacer
una breve alusión a los pagos que habitualmente debían efectuarse en casos
semejantes, y que normalmente eran de dos tipos. El primero era una especie de
pago para obtener la declaración “de buena guerra”, es decir, una cantidad
alzada que se pagaba cuando el Batlle o representante del rey declaraba que la
captura del sarraceno era correcta (no se alude tanto a que fuera conforme con
reglas del mar, o de derecho de gentes, que en aquellos momentos eran apenas un
embrión, sino a que eran adecuadas a los acuerdos y política internacional del
monarca, de forma que no comprometía la política del reino, o bien a que se
trataba de presas no robadas en territorios propios). El segundo era un
porcentaje sobre el valor de venta, que oscilaba según el alcance de la misma. Las
cuantías y conceptos fueron diversos según las épocas; a pesar de la escasez de
documentación en este aspecto, conocemos asientos de unos años posteriores (por
ejemplo, entre 1412 y 1449) en los que aparte del pago por declaración de buena
guerra se cifraba en un quinto (dret del quint) el impuesto sobre el valor de
venta del cautivo, que se reducía a una veinteava parte (dret del vint) si se
trataba sólo de mercancía. Posiblemente lo que el documento llama pilotage sea
la cuantía fija, que se verá integrada en la total de 180 sueldos recibida
finalmente por el alcalde. El hecho de que Benidorm fuera un lugar de señorío
no afectaría a estos pagos pues como hemos visto el pago se ha hecho al alcayde
del castillo para ser entregado a la hacienda del reino.
Es de destacar que el cobro en sí de estas
cantidades por la venta de los prisioneros está denotando que dicha venta fue
calificada como “de buena guerra”, y que por tanto ajustada a las previsiones tanto
exteriores como interiores del monarca Pedro IV el Ceremonioso. El concepto de
“de buena guerra” o captura lícita y sus consecuencias en cuanto a la
posibilidad de venta del cautivo tienen ya precedentes en Aragón y Cataluña con
los Fueros de Teruel y las Costums de Tortosa, aunque para el Reino de Valencia
no cobró trascendencia sino hasta las revueltas de 1276-77, cuando los
musulmanes acogidos al rey Jaime I se rebelaron planteando el problema de su
posible esclavización o venta tras ser reducidos. La apreciación de buena
guerra y pago de impuestos conllevaba la entrega de un albarán al captor, lo
que cabe presumir que existió en el episodio de Johan Maror, al que se firma un
recibí por dichos pagos.
El concepto de buena guerra o captura lícita
acorde con las previsiones del rey nos lleva a su vez a preguntarnos sobre
cuáles fueran dichas previsiones reales, y sobre cuáles fueran los motivos que
llevaron a Johan Maror a lanzarse a esta empresa lícita.
El Reino de Aragón en 1373 atravesaba por
unos momentos ciertamente difíciles, tanto a nivel interno como externo. Ello
facilitaría el que, por un lado, el rey no pudiera atender a la defensa de
todos sus súbditos en la manera que hubiera deseado y que, por otro lado,
estuviera conforme con que sus súbditos menos protegidos (como pudieran ser los
del litoral valenciano, incluyendo Benidorm) ejercitaran su autodefensa sin
sufrir excesivas trabas.
En el ámbito exterior, cabe distinguir
enemigos tanto musulmanes como cristianos. Dentro de los primeros habría que
diferenciar los más próximos de Granada, los de media distancia en Berbería o
Norte Occidental de Africa, y los más alejados de Egipto y Turquía. Por el lado
cristiano, existían enemigos también en la península (Castilla, Navarra y
Mallorca), y más alejados en Génova y Francia como rivales directos. En el
ámbito interno, el reino tampoco estaba exento de tensiones civiles.
Por lo que respecta a los conflictos con los
demás reinos cristianos, en el flanco oriental Pedro IV se hallaba empeñado
desde 1371 en la defensa de Cerdeña, donde los lugares de Alguer y Cáller
estaban especialmente amenazados por la rebelión del juez de Arborea con el
auxilio de Génova.
El flanco occidental de Aragón también estaba
amenazado por las tensiones con Castilla, cuyo rey Enrique II había concertado
acuerdos con el de Portugal, Francia y con el infante de Mallorca para atacar a
Aragón por Molina y por el Rosellón aprovechando la distracción de Aragón en la
campaña de Cerdeña. Los Anales de Zurita lo describen diciendo que “Estaban todos los reyes que comarcaban con
el rey de Aragón puestos en armas; y tenían sus gentes a punto, y todo ardía en
guerra…”, lo que nos da buena muestra de cuáles debían ser las prioridades
de Pedro IV en 1373.
En el
ámbito interno y siguiendo también a Zurita, desde 1371 se había puesto de
manifiesto la disensión de ciertos nobles catalanes en la denominada
Conveniencia de los caballeros de Cataluña, articulados alrededor del conde de
Urgel, la cual seguía sin solución definitiva. Existía también un brote de
peste desde ese mismo año que había golpeado en lugares como Caspe, lo que
unido al dato de que en Valencia hubiera peste en 1374-75, hace posible que en el
intermedio -1373- hubiera igualmente episodios de peste aunque no afectaran
directamente a la capital valenciana, pues no fueron recogidos en las crónicas
de ésta.
En cuanto a los conflictos con los reinos
musulmanes, y al igual que ocurre al hablar de los enemigos cristianos, corremos
el peligro de equivocarnos si abordamos de manera unitaria a todos los reinos
islámicos pues existían claras diferencias entre unos y otros. Debemos distinguir
entre los peninsulares (en los que se encuentra el rey nazarí de Granada y los
amagos de los benimerines), el norte próximo de Africa (en el que se encuentra
la llamada Berbería, pero con lugares de evolución propia en tal momento como
Bugía o Túnez), Egipto y finalmente los turcos que cercaban Constantinopla.
Comenzando por los musulmanes de Granada y
Berbería, la situación de 1373 debe explicarse recordando algunos hitos de las
décadas anteriores. Remontándonos a los años de las conquistas de Jaime I
(1208-1276) en el centro del siglo XIII, hay que decir que el empuje de éste
hacia el Sur y hacia el Mediterráneo supuso un retroceso de los reinos
musulmanes. Éstos aceptaron el nuevo statu quo, incluso mediante tratados políticos
y comerciales que posibilitaron embajadas mercantiles y asentamientos aragoneses
en el Norte de Africa. Los reyes posteriores Pedro III (1276 a 1285), Alfonso III (1285 a 1291) y Jaime II (1291 a 1327), distrajeron
sus esfuerzos en otras campañas diferentes de las guerras de religión que
consumieron muchas energías, como lo fueron las de Sicilia tras las Vísperas
hasta los tratados de Anagni (1295) y Caltabellota (1302), las guerras con
Castilla por el reino de Murcia hasta los laudos de Torrellas-Elche (1304-5), la
reducción de los Templarios (1307-8), la derivación de fuerzas almogávares hacia
Atenas y Neopatria (conquistada ésta en 1319) y las campañas de Córcega y
Cerdeña (1323-25). Ello significó que iniciada la primera década del siglo XIV,
los enemigos musulmanes habrían gozado de varios lustros para recuperarse sin
ser especialmente atacados por Aragón, y poder contraatacar en plena península.
Así lo van hacer: ya en 1304 se realiza un ataque esporádico por una armada
nazarí a Villajoyosa. Entre 1310 y 1330 empiezan a organizarse los ataques de
forma más organizada por escuadras granadinas y berberiscas, ocasionando el que
la ciudad de Valencia se vea obligada a aprobar en 1323 la creación de una
institución para redención de cautivos. Los ataques piráticos musulmanes en las
costas cristianas alentados por el reino granadino van a propiciar el que los
reinos de Castilla y Aragón acuerden en 1329 unirse para dar un nuevo golpe al
reino de Granada y especialmente a su capacidad de ofensiva marítima. La
primera respuesta nazarí contra el nuevo ánimo cristiano será un ataque
devastador contra Guardamar en 1331, el cual va a hacer que el rey de castilla,
Alfonso XI, se piense dos veces el agredir a Granada y se aparte de la unión
con Aragón. Este, por su parte, va a quedar en solitario contra Granada lo que
motivará que Valencia empiece a pensar en su propia seguridad y acuerde el
aparejo de una flotilla de diez galeras dejándolas al mando de En Carròs de
Rebollet. De igual manera va a intentar aunar en el esfuerzo a Mallorca, sin
demasiado éxito. Por el contrario, en el bando musulmán los acontecimientos se
han acelerado y los benimerines se han hecho dueños del reino de Granada,
impulsando aún más los ataques contra las costas valencianas (es el caso del
saqueo de Benissa en noviembre de 1337).
Todo ello determina, ahora sí, que Aragón y
Castilla superen sus diferencias y que en 1339 suscriban un acuerdo más firme
cuyo fin principal va a ser la toma de Gibraltar, para impedir que el reino de
Granada se vea reforzado continuamente desde Africa y obtener el control del
Mediterráneo. La campaña cristiana, pese a algunos reveses en el campo marítimo,
va a tener éxitos en tierra como la toma de Algeciras en 1344 o la campaña de
Gibraltar en 1350. Este último episodio, pese a que en el mismo se produce la
muerte del rey castellano a causa de la peste, va a ser determinante en la
suerte del reino de Granada. A partir de ese momento, el reino nazarí o sus
aliados norteafricanos dejarán de tener capacidad de inquietar por mar a los
reinos cristianos peninsulares (lo que, por cierto, no significará la paz en
los mares pues poco más tarde estallará la Guerra de los Dos Pedros entre Castilla y Aragón,
importante en los escenarios marítimos, si bien no podemos incluirla en la
historia de las luchas entre cristianos y musulmanes).
La cesura que marca la campaña de Gibraltar
para las grandes operaciones navales entre cristianos y musulmanes va a suponer
la señal de inicio de otro tipo de lucha, la particular, la del pequeño pirata
o corsario tanto de las costas españolas como africanas que, aprovechando la inexistencia
de grandes enfrentamientos en el mar, intentará actuar por su cuenta en una
guerra menor, casi privada, que muchos califican como “de subsistencia” (lo que
significa que dichos piratas o corsarios no actúan para hacer grandes presas,
sino que sus éxitos apenas les sirven para garantizar su subsistencia durante
un cierto tiempo, como lo prueba el que las capturas sean habitualmente de
apenas un puñado de cautivos). Este tipo de actuaciones particulares es el que
predominará entre mediados del siglo XIV y los primeros años del siglo XV,
momento en el que los poderes turco y norteafricanos empiecen a recuperar su
capacidad de enseñorearse del mar con grandes armadas.
En esas décadas encontramos diversos avisos
de avistamientos o ataques de piratas musulmanes a las costas aragonesas. Así,
en Mallorca e Ibiza hay avistamientos en 1370, 1371, 1374 o 1378. En ese mismo
1378 aparecen los piratas por Sagunto (Murviedro), y en Calpe y Moraira.
También en Salou e Ibiza, y en ésta última también al año siguiente 1379. En 9
de Noviembre de 1379 se divisa una galera de moros en la costa de Villajoyosa y
Benidorm, repitiéndose un avistamiento en la isla de Benidorm al año siguiente
el 27 de Agosto. En los años siguientes sigue habiendo una importante actividad
pirática musulmana especialmente dirigida hacia las Baleares. En 1391, sin
embargo, volvemos a encontrar a estos piratas en nuestras costas, con una
galera de moros en El Albir el 27 de Octubre y otra en Villajoyosa el 20 de
Diciembre. En los dos años siguientes se sucederán otras apariciones en las costas
valencianas (Guardamar, Cullera, Alcosséber, Santa Pola), e incuso en Alicante
en 1399.
Lo dicho no debe dar la impresión de que sólo
nuestras costas estuvieran bajo riesgo de ataques enemigos, pues también desde
la zona cristiana se ejerce el mismo tipo de ataques, a la recíproca, siendo
muy difícil determinar quién lleva la iniciativa ni la peor parte en esta
“acción-reacción”. Se trata de una conflictividad de bajo perfil, puramente
particular aunque no por ello menos incómoda para sus víctimas, en cuyo entorno
debemos incluir la peripecia del corsario benidormense Johan Maror en 1373 o,
por citar otro ejemplo, cabe recordar que al año siguiente -1374- el rey de
Granada ordenó prender a todos los barcos aragoneses en respuesta a que un
capitán del rey cristiano, Pedro Bernal, le había tomado una nao en el litoral
de Túnez. Así pues, en los años de corso de Johan Maror, son recíprocos entre
“moros y cristianos” los ataques corsarios o piráticos de poca envergadura en
lo que respecta a Berbería.
Las relaciones con los estados musulmanes no
se agotan con el reino de Granada ni con los bereberes, pues hay otras
potencias musulmanas cuya vida política también podía influir en la paz del
Mediterráneo, como es el caso de Egipto. Con este reino existían en esos años
unas relaciones relativamente encauzadas. Es más, si existían algunos
conflictos éstos eran provocados más por ataques cristianos que musulmanes. En
Egipto se ubicaban por entonces diversos mercaderes (principalmente en
Alejandría) a los que Pedro IV quería dar protección y cuya posición se veía
comprometida por ataques ocasionales que los cristianos realizaban contra las
costas egipcias. Ocho años antes, en 1365, el rey Pedro I de Chipre había
atacado Alejandría causando perjuicios a dichos mercaderes catalanes, y el rey
aragonés envió diversas embajadas al Soldán Melik el Aschraf Zein ed Din para
tranquilizar la situación. Por cierto, que en aquellos años la reina de Chipre
era la conflictiva Doña Leonor de Aragón y de Foix, hermana del señor de
Benidorm, es decir hermana del infante Don Alfonso de Aragón, la cual actuaba
como Reina madre, ya muerto su esposo Pedro de Lusignan, en beneficio de su
hijo Pedro II (de Chipre). Llegado 1373, y pareciendo ya más tranquilo el
ambiente en aquél sector del Mediterráneo, pudo partir una expedición mercantil
desde Valencia hacia Chipre y Siria a cargo de Francisco Casasaya, o a la misma
Alejandría como en el caso del barcelonés Bernardo de Gualbes. Ello no
significa que, al igual que hemos visto en la zona del Estrecho, los ataques
piráticos por parte de capitanes aragoneses no se siguieran produciendo,
entorpeciendo las buenas relaciones, como lo prueba el que una embajada del
mismo 1373 a
Egipto a cargo de Pedro de Manresa para obtener la devolución de las reliquias
de Santa Bárbara fuera rechazada por el mal humor del Soldán ante dichos
ataques. La paz firmada no llegaría hasta unos años más tarde, 29 de Marzo de
1379.
Por lo que respecta al estado del
Mediterráneo en su parte más alejada, es decir hacia el mar Egeo y zona
bizantina, las cosas no invitaban a la navegación pues desde 1359
Constantinopla estaba un poco más amenazada tras la derrota en Adrianópolis a
cargo de Murad I, y en 1363 tras la batalla de Maritza en los Balcanes donde
los turcos derrotaron a una coalición de Hungría, Serbia, Bosnia y Valaquia.
Aun así, eran los años en que aún brillaban las expediciones almogávares a
Atenas y Neopatria, y por ello no era del todo imposible encontrar barcos
amigos de Aragón surcando aquellos rincones del Mare Nostrum.
Al margen de todo lo ya indicado sobre el
estado de las relaciones entre cristianos y musulmanes en esos años, y su
repercusión en las actuaciones marítimas, no podemos tampoco dejar de analizar
las causas puramente locales que pudieran determinar a un benidormense a
lanzarse con su propia barca hacia las costas africanas en busca de botín.
Son varias las circunstancias que debemos
tener en cuenta. Sin poder hacer un estudio muy pormenorizado de cada una de
ellas, cabe decir que todas apuntan a la constatación de un explicable estado
de pobreza tanto en Benidorm como en su entorno. La necesidad acuciante
inducirá, lógicamente, a sus vecinos más aguerridos a buscar fortuna en la
lucha del corso.
Por seguir un cierto orden cronológico,
comencemos recordando que Benidorm, al igual que toda la zona valenciana y la
península en general, se vio azotada por la plaga europea de la Peste Negra de 1348. La
mortandad fue muy alta, citándose unas pérdidas de hasta un tercio de la
población de Europa. En el reino de Valencia la repercusión fue terrible, como
lo prueba el hecho de que se nos diga que en la misma capital, de unos 26.000
habitantes morían en el mes de Junio unos trescientos diarios y que algún día
hubo en que se llegó a los mil. La epidemia alcanzó a todos los estamentos y
lugares. La propia reina murió de la peste, así como importantes miembros de la Corte y del servicio real,
lo que denota que no existía medio claro de enfrentarse a ella, mucho menos
para el pueblo llano. En el entorno de La Marina, sabemos por ejemplo que causó la muerte
de los párrocos de numerosas poblaciones (Guadalest, Polop, Penáguila,
Cullera…), lo que dejó a numerosas iglesias de la zona sin asistencia
religiosa, y de cuya terrible proporción podremos extraer conclusiones para la
generalidad de la población.
A ello le siguió pocos años después la Guerra con Castilla,
llamada de los Dos Pedros, que iniciada en 1356 con la toma de Alicante y a
pesar de varios períodos de tregua o inactividad, duró hasta varios años
después. Fue también una guerra devastadora, incluyendo nuestra zona. A las
destrucciones y saqueos de poblaciones y cultivos se añadió el despoblamiento
de diversas localidades. En 1359 se asoló el poblado de Ifach desde el mar. En
1363-64 buena parte de los lugares del condado de Denia (al que pertenecía la
zona de La Marina)
habían sido atacados o permanecían aún en poder de los castellanos. La morería
de Albalat fue saqueada; Bellaguarda sufrió un grave retroceso demográfico que
hizo que en 1369 aún se le considerara “trencat
e derocat”; de Finestrat se dijo que fue “derocat e fort destroyt”; el castillo de Polop fue destruido, y
las alquerías de Alarc y Sanxet directamente quedaron despobladas al menos
hasta 1376. En Callosa d´En Sarriá, aparte del daño físico, hubo un deterioro
civil de gran trascendencia por las rivalidades entre diversas facciones de la
comunidad musulmana (como reflejaron las denuncias de Mahomat Xadit contra
Mahomat Caba –alamín de la localidad- y su partido). Tárbena vio reducida la
recaudación de censos en un tercio aproximadamente, de una forma prácticamente
irrecuperable. El mismo Benidorm se dice que fue atacado y su castillo tomado
por los castellanos, constando que en 1364 hubo un intento frustrado de
recuperarlo por parte de Aragón. Así pues, Benidorm y todo su entorno vieron
arruinados en aquellos años sus medios de vida, molinos, defensas, así como se vio
mermada gravemente su población, y se cita a los moriscos Caye Hagela y Abraham
Caba cuyos pagos por diezmos se redujeron en tales años como muestra de la
dificultad de satisfacerlos por la caída de la producción. El mal era general
pues hacia el sur también se vivía una situación dramática, como lo prueba el
que aún en 1376 y ante el declive demográfico de la huerta de Alicante, concediera
el rey Pedro IV exención de impuestos a los repobladores durante 5 años siempre
que permanecieran al menos otros diez, o que se le pidiera al rey permiso para
construir un nuevo azud y acequia con que revitalizar los cultivos ante la
insuficiencia por deterioro de las redes antiguas.
Las desventuras no acabaron ahí, pues casi
sin solución de continuidad Aragón se vio involucrado en la nueva guerra civil
castellana suscitada entre el Rey Pedro I El Cruel y su hermano bastardo Enrique
Trastamara. El entonces señor de Benidorm, infante Don Alfonso de Aragón y de
Foix, acudió a la guerra en apoyo del pretendiente Enrique, siendo hecho
prisionero en 1367 en la batalla de Nájera. Don Alfonso fue rescatado pero para
ello fue preciso pagar una altísima suma de dinero, concretamente 75.000 doblas
pactadas tras arduas negociaciones. El rescate conllevó además el acuerdo de
que los dos hijos de Don Alfonso quedaran como rehenes; el hijo menor fue
retenido por poco tiempo, pero el mayor y heredero del condado de Denia (y por
tanto del señorío de Benidorm) permaneció en Borgoña hasta 1392. Doña Violante
de Arenós, esposa del infante Don Alfonso (el viejo) recaudó en 1369 un
préstamo de sus aljamas por 2.000 sueldos, y en 1376 otros 1.700 pero no ya
como préstamo sino como contribución, lo que denota lo laborioso que fue reunir
el importe del rescate. Aún en 1381 hubo de aprobarse otra contribución de
60.000 florines pagadera en 6 años por todos los vasallos del conde con este
motivo.
Así pues, a la peste y a las invasiones
castellanas se sumó la obligación de pagar un altísimo rescate por el señor
conde tras caer prisionero. Y no sólo esto, sino que el hambre también se cebó
en esta zona durante los años centrales del siglo. Un indicio interesante para
seguir los momentos de hambre son los brotes de peste posterior, pues ésta se
cebaba más en aquellas regiones donde el hambre había mellado previamente la
salud de los habitantes. La peste negra de 1348 fue precedida de una gran hambruna,
hasta el punto de que 1347 fue llamado en Valencia “l´any de la gran fam”. La
situación, no obstante, se arrastraba ya desde antes, y así el año 1333 fue
llamado el “mal any primer” por su gran carestía si bien, como ha sido
debidamente estudiado para los años treinta del siglo, las escaseces podían
deberse a causas diversas como las situaciones climáticas o simplemente a
dificultades de abastecimientos. Se ha apuntado también la posibilidad de que
al orientarse la producción valenciana del siglo XIV a la exportación de
productos especulativos como el arroz, el anís y el azúcar, ello fuera en
detrimento de una producción propia de trigo y una dependencia grande de los
suministros externos. El llamado “mal any primer” inició un período que llega
hasta la peste de 1348 en el que Aragón se vio envuelta en la guerra con Génova
por Cerdeña (precisamente en competencia con Génova por el granero sardo) y con
Granada, así como años de malos climas que ocasionaron al reino de Aragón un
verdadero problema de abastecimiento por mar. La escasez no fue sólo de trigo
sino de otros muchos productos básicos como arroz, pasas o azebib, higos y
algarrobas, y obligó a considerar éstos como “coses vedades” para la
exportación, junto a otras como los caballos debido a la situación de guerra.
En cualquier caso, parece factible afirmar
que a una epidemia de peste es bastante probable que le haya precedido una
época de cierta debilidad alimenticia que rebaje las defensas de los afectados.
Pues bien, si nos atenemos a las epidemias del siglo XIV en el reino de
Valencia, resulta que los brotes constatados ocurrieron en 1348, 1362, 1374-75,
1380, 1383-84 y 1395. Sobre la peste de 1374, en la crónica de Pere Maça sobre
el reinado de Pedro IV, se nos dice que “fon
gran fam en la terra, e aprés en l´any següent, fón mortaldat en aquest regne”.
Vemos pues que la peste de 1374 se asocia con un tiempo de gran hambre,
ocasionando además una mortandad especialmente grave entre la infancia lo que
le valió el nombre de “la mortandad de los infantes”. Si esto ocurrió en 1374
en la ciudad de valencia, capital del reino, ¿cómo no deducir que en las
poblaciones más pobres del reino no haya existido ya una gran hambre desde uno
o dos años antes?
Eso nos sitúa otra vez en el año 1373, el de
la expedición del corsario benidormense Johan Maror, cuyos motivos para
arriesgar la vida en un viaje a Berbería radiquen seguramente en un momento de
especial hambre y pobreza derivado de todas las circunstancias antes apuntadas,
y en el que nuestro corsario posiblemente haya viajado más en búsqueda de
alimentos que de cautivos, sin perjuicio de que en su aventura obtuviera
también unas presas que le reportaron su beneficio.
Bibliografía
y Fuentes
Alcanyís,
Lluís. Regiment preservatiu i curatiu de
la pestilencia. Clàssics Valencians. L´Oronella. Valencia, 2008.
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de Alicante. 1983, Alicante.
Departamento
Historia Medieval Universidad de Alicante. Anales,
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Alicante tras la Guerra
de los Dos Pedros/ La
Alimentación en el Medievalismo valenciano). Universidad
de Alicante. 1984, Alicante.
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