viernes, 20 de diciembre de 2013

EL AUTOBUS DE LAS 4.40






   Llego a la estación del bus. Miro el reloj colgado sobre la dársena y marca las cinco menos veinte, o sea las 4.40.

   Al principio no reacciono porque le presto la misma atención que al BOE, sé que llego con tiempo de sobra. Pero a los pocos segundos mi hemisferio izquierdo me avisa de que hay algo raro, y vuelvo a mirar el reloj: efectivamente pasa algo, marca las 4.40 y deberían ser las 8.45 de la mañana. Tras el primer susto (¿estaré soñando? ¿llego tarde? ¿he sufrido una bilocación?) me viene la solución lógica: estará estropeado, voy a mirar otro reloj.


   En la estación de autobuses hay varios relojes suspendidos en columnas y sé que tengo uno de ellos a mi espalda. Me vuelvo y el otro reloj marca también las 4.40. Hay que buscar otra explicación. Compruebo en mi móvil la “hora mía”, y en él son las 8.45. Deduzco que algo ha pasado que afecta por igual a todos los relojes de las dársenas. Entro en el recinto y veo que las pantallas de salidas y llegadas están apagadas. Hay luz en las ventanillas de venta, y en el bar. O sea, no es un apagón eléctrico total, sino selectivo. Alguien ha decidido ahorrar eliminado la información horaria y la de viajeros. Vuelvo a la dársena 3. En los periódicos figura la subida de un 11% en el recibo de la electricidad.


  -¿Sale aquí el Autobús para Valencia?- pregunta un joven chino


  - Sí- le digo. Me muerdo la lengua para no contestarle “salir sale, lo que no se sabe es si llega”. Y continúo: -Normalmente te indican la dársena ahí dentro en el panel, pero hoy lo tienen apagado, no sé por qué-.


   El pobre no me entiende.


   En el andén deambulan como perdidos otros viajeros desinformados. Hay dos chicas con resaca Erasmus. Un edredón nórdico andante que no sé si es hombre o mujer. Una chica con chaquetón de conejo tirando de una maleta mientras su novio con pinta de proxeneta camina diez metros por delante, sé que lo es porque se vuelve al poco encogiendo los hombros y la achucha para que avive, vaqueros y chaqueta abrochada y bufandón, manos en la boca y cigarro en los bolsillos o al revés. Un señor que busca un enchufe para cargar su móvil. Un empleado que sale de una puerta y se esconde por otra para que no le pregunte nadie. Decido esperar en la cafetería. En el banquito hay una señora mayor que saca de una bolsa un poco de papel de periódico, y de él unas migas que se lleva a la boca; al menos en el banco no han puesto un reposabrazos a la mitad para que no se acuesten los mendigos.



   -¿Qué quiere tomar?



   Desayuno por hacerles la gracia a las camareras, si nadie lo hace acabarán tirándolas a la calle. Antes eran cuatro, ahora sólo hay dos y una de ellas es la misma que te informa en la oficina de atrás y entra y sale como puede.



   - Un desayuno con tostada, café y zumo de naranja, por favor.



   Digo zumo por decir. En una máquina echan dos naranjas que sacan de una caja y supuestamente entra en unos cojinetes que la trituran, pero yo sólo veo que la naranja entra y por otro sitio sale un chorrillo con posos amarillos y que hace espumilla. Me pongo la neurona de boy-scout urbano y decido tragar lo que sea, ácaros inclusos. Pido dos azucarillos para el café y me miran mal. La tostada vendrá quemada como otras veces, son las prisas (o no, si por ahorrar electricidad me la queman poco).



  Miro por si acaso a las máquinas de venta de comida. Qué diferencia, todo cerrado, y oscuro, primero fue el quiosco de la prensa, luego el cajero, luego el ascensor, las escaleras mecánicas, ahora las máquinas de agua y ganchitos… Todo se ha ido apagando poco a poco, como en la Sinfonía Despedida de Haydn. Parece la estación de Gomorra tras el castigo. Qué tiempos aquellos del vending y del schopping… aunque para ser honestos no nos hemos librado del inglés porque ahora tenemos loosers y mobbing, los Levis han dado paso a los leggins y dentro de poco haremos crowd-founding para comprar un billete de bus. todo sea por el lobby.



-         Son tres euros diez.



Me tienen que dar todo el cambio en monedas, ya no entran billetes en la caja.



Paso a los aseos. De diez urinarios han tapado seis seguidos con plásticos negros como si no funcionaran, pero debe ser por no tener limpiadoras para todos. Nada de jabón, ni toallitas de papel.



Vuelvo a salir a las dársenas esperando mi autobús. Se oye el sonido hueco de dos personas bajando por unas quietísimas escaleras mecánicas. Qué curioso nuestro tiempo, poniendo electricidad a unas escaleras por donde antes bajábamos andando, a un cepillo de dientes que antes manejábamos a muñeca, o colocando elevalunas eléctricos en los coches mientras engordamos y engordamos y luego pagamos por ir a un gimnasio donde nos ponen otra manivela igual para adelgazar. Y qué pasa cuando todo eso se queda sin electricidad.



   Vuelvo a mirar el reloj parado que marca las 4.40. ¿En qué día se paró la energía, el sábado, el martes…? ¿Fue a las 4.40 de la tarde, o de la madrugada? El mundo llevaba parado un tiempo indefinido en aquella estación y yo sin enterarme hasta ese momento.



   Aparece entonces el empleado de antes. Le señalo el reloj parado y le sonrío con gesto de complicidad. Le digo: - Algo falla, ¿no?



  Entonces me contesta: -Qué va. Lo que tiene Usted que hacer es esperar al autobús de las 4.40.

No hay comentarios:

Publicar un comentario