sábado, 30 de marzo de 2013

COMO SALVAR LA ILP SOBRE DESAHUCIOS DE HIPOTECAS.






   Para los españoles por el mundo: la ILP significa Iniciativa Legislativa Popular. Hace poco, la Plataforma Antidesahucios por Hipotecas (PAH) consiguió una cifra récord de firmas (de unas 1.500.000 cuando sólo son precisas 500.000 según la ley) para que ciertas reformas se plantearan como iniciativa legislativa en el Congreso de los Diputados.


Esa iniciativa se centraba en los tres puntos siguientes:


1) Dación en pago con efectos retroactivos Se llama dación en pago al hecho de entregar la vivienda a la entidad financiera con la que se tiene la hipoteca a cambio de quedar libre de toda deuda.


2) Paralización de los desahucios Siempre que se trate de la vivienda habitual y el impago del préstamo hipotecario sea debido a motivos ajenos a la propia voluntad.


3) Alquiler Social El ejecutado tendrá derecho a seguir residiendo en la vivienda pagando un alquiler no superior al 30% de sus ingresos mensuales por un período de 5 años.






   La iniciativa fue admitida a estudio y ahora está en fase de elaboración, para lo cual los grupos parlamentarios presentan enmiendas y cambios. Estas enmiendas –básicamente las del PP- han hecho caso omiso del cuerpo principal de la propuesta, y con ello han enfadado mucho a la Plataforma por lo que entienden una vulneración del derecho de la ILP.



   Bien, lo primero que hay que decirle a la PAH es que el derecho de iniciativa legislativa se agotaba en lo que lograron, a saber, conseguir que un texto se incluya entre las proposiciones a debatir por el parlamento. Lo que no incluye es el derecho a que esa iniciativa se convierta en ley, porque entonces se habría creado un Parlamento paralelo y eso iría contra la Constitución que proclama que la soberanía que reside en el pueblo se ejerce a través de las Cortes, que están para algo más que para pasar a limpio una iniciativa popular. Eso sería así aunque la iniciativa venga con 20.000.000 de firmas, por la sencilla razón de que existe un procedimiento para dictar las leyes, y no se puede suplantar.



   Cosa muy distinta es que, si un partido pretende contradecir una iniciativa legislativa popular, debe asumir el tremendo coste político que ello le va a suponer, pues la ILP ya es en sí misma algo excepcional como para no prestarle mucha atención.



   En mi opinión, el PP hace bien en no aceptar las propuestas de la ILP porque son inasumibles como tales. Para la PAH se trata sólo de “mínimos”, dicen, pero decir eso significa que la PAH no sabe muy bien dónde está el mínimo asumible; habría que imaginarse cuáles serían los máximos para la PAH si se les dejara hacer. No. Son inasumibles como tal, y no por un mero capricho de decir “no” sino porque las consecuencias de asumir esas medidas serían mucho más catastróficas que lo que se pretender resolver, y no en el sentido de catastrófico para los bancos (como se pretende presentar) sino para la población en general, para todos, profesionales, trabajadores, pensionistas, etc.



   Cosa muy distinta es que, atendida la búsqueda de justicia que subyace en la actuación de la ILP (y que nadie con sentido común discute), y atendido el tremendo coste político que puede suponer para el PP no valorar siquiera lo que se está planteando, convendría dar salida a esa aspiración y buscar la forma de satisfacer el SENTIDO de lo que se pide sin que ello signifique aceptar los CAUCES que propone la PAH.



    Por ello lo que hay que ver es QUÉ es lo que pretende la PAH, y CÓMO se podría conseguir de otra manera menos traumática para el ordenamiento jurídico-económico.



   SOBRE LO PRIMERO, LA DACION EN PAGO.- A ver, la dación en pago es sumamente perjudicial para todos, y lo explico. Si el banco sabe que, en caso de impago de la hipoteca, sólo va a resarcirse con la casa (esté como esté de destrozada, esté como esté el mercado de compraventa de inmuebles), lo que hará será no darme el dinero o darme sólo el 30-40% del valor, y eso significará que volveremos a lo que fue toda la vida: que las parejitas se pasaban 15 años de su vida ahorrando para la entrada del piso, y sólo el resto se financiaba con una hipoteca. Lo que no saben muchos “jóvenes” es que lo que pasaba en los últimos años era totalmente excepcional; han criticado muchísimo la Ley Hipotecaria, pero no se dan cuenta de que gracias a esa Ley Hipotecaria han podido ir a un banco y, sin pagar un solo duro, y con apenas enseñar la nómina de dos meses en cualquier trabajo ocasional, o incluso sin ella, el banco les ha dado cien mil o doscientos mil euros o trescientos mil para pagar a un vendedor que se ha llevado ese dinero a su casa, mientras que los compradores lo han inscrito a su nombre o sea han recibido la propiedad de un inmueble sin haber puesto ni un céntimo. Todo eso desaparecerá si se instaura la dación en pago como obligatoria, con lo que tendremos durante 15 años (por no decir 20) a un montón de familias esperando para poder acceder a una vivienda propia.



Mucho peor es aún la dación en pago retroactiva, que es lo que plantea la PAH. Eso es directamente inviable porque se caería todo el sistema jurídico y económico, que se basa en un principio sagrado que es el de que las deudas se han de pagar. Saltarse eso es tanto como decir que a partir de ahora uno podrá ir a un restaurante y después de comer decir que no paga, colarse en el metro sin pagar, o ponerse gasolina y no pasar por caja, o trabajar un mes y que al llegar la nómina le digan que no cobra. Los contratos están para cumplirse, y sólo excepcionalmente se permite por la ley en sus casos respectivos salirse de ese cauce, cuya vulneración general haría que se paralizara todo el tráfico de bienes y servicios, se encarecería todo tres veces y dejaría de haber abastecimiento de muchísimas cosas porque nadie se fiaría de nadie.



Pero, ¿QUÉ ES LO QUE PRETENDE REALMENTE LA PROPUESTA DE DACION EN PAGO? O dicho de otra forma, ¿Podemos conseguir lo mismo de otro modo? La respuesta es sí. Lo que persigue la Dación es que las familias no queden de por vida arrastrando una deuda horrorosa; no persigue mantener la vivienda, sino no seguir debiendo tanto una vez que la vivienda se ejecuta. Pues bien, la solución para ello sería adoptar medidas que permitan que el deudor pueda vender en el mercado su inmueble a precios mucho más altos que los que se obtienen en las subastas normales, y así prácticamente se acercaría muchísimo más el valor obtenido con lo que faltaba por pagar, y no quedarían esas cifras astronómicas de deuda pendiente.

Eso puede conseguirse de varias maneras. En primer lugar, sobre el importe de la deuda, debería rebajarse ésta muchísimo operando sobre los intereses de demora, que son a todas luces inmorales y además ilegales pues contravienen la Ley Azcárate de 1908 sobre intereses (una ley más antigua que la última LH, fíjense, pero qué útil sería invocarla), y las normas del Código Civil sobre cláusulas penales. Los intereses de demora no deberían estar nunca más allá del doble sobre el interés legal del dinero, y todo lo que suba de ahí podría ser eliminado; para ello bastaría una mera ley específica, no hace falta cambiar la constitución ni la Ley Hipotecaria. También podrían rebajarse mucho las costas de abogados y procuradores, si tenemos en cuenta que éstas se calculan sobre el montante del pleito y que éste se interpone sobre la totalidad del capital pendiente más intereses más un porcentaje por costas y gastos, o sea una cifra astronómica cuando en realidad sólo se deben, generalmente, dos o tres cuotas de hipoteca.



   Además de esta rebaja de la deuda por vía directa, estarían los incentivos a la venta como son eliminar directamente (al menos durante cuatro años como medida de choque) los pagos de plusvalía municipal, el impuesto de transmisiones patrimoniales y el incremento de patrimonio en la declaración del IRPF. Todos ellos serían renunciables por el Estado, Autonomías y municipios pues son ingresos extraordinarios que no tienen por qué constituir el presupuesto de ingresos de ninguna administración ya que la venta puede o no darse. Y si no renunciarse, bajarse a la tercera parte, por ejemplo; lo que está claro es que es imposible hablar de incremento de patrimonio o plusvalía cuando uno ha perdido su piso en subasta, sin embargo la administración desoye normalmente esta situación y sigue a piñón fijo aplicando sus tablitas de la Señorita Pepis para decir que hemos hecho el negocio padre y que debemos pagarle impuestos. Eso espanta a cualquier comprador que sabe que deberá reservar una partida para pagar a todos los parásitos públicos que sangran toda adjudicación en subasta.



   Además de todo ello deberían adoptarse medidas mucho más expeditivas para que haya publicidad en las subastas y libertad de concurrencia no sólo teórica sino práctica, a fin de que hubiera muchos más aspirantes para pujar y con ello elevar el precio de adjudicación llegado el caso.



Si se rebajaran todos esos costes, y se eliminaran esos impuestos, y se permitiera que accedieran de veras muchos más interesados a las subastas, se conseguiría vender los inmuebles en precios muchísimo más altos y con ello satisfacer casi íntegramente la deuda, o incluso sacar algo más. Se habría devuelto un inmueble al mercado y se habría evitado la exclusión social de una familia.



A todo esto se pueden añadir otras medidas imaginativas. Por ejemplo: imaginen que se acuerda el que, en caso de adjudicarse el banco un inmueble a un precio “X”, y lo vende a un tercero en los dos años siguientes por más precio que “X”, la diferencia recibida deberá aplicarse necesariamente a rebajar la deuda pendiente del deudor ejecutado, en lugar de que pueda dedicarlo el banco a otra cosa. Si se hiciera eso, ya se encargaría el banco de no sacar alegremente pisos a subasta, se ocuparía de buscar postores importantes para la subasta en lugar de adjudicárselos él, o llegaría a mejores acuerdos con el deudor.



SOBRE LO SEGUNDO, LOS PROCESOS.- Si uno conoce la mentalidad de un banco, éstos no quieren iniciar los procesos por desahucios y sólo lo hacen cuando desde arriba les aprietan con las estadísticas de Huston y les piden que muevan algo para disimular. Para un banco lo interesante es que la gente les pague y mueva el dinero, ellos no quieren pisos porque son una lacra que administrar, se deterioran si no se habitan y, para colmo, generan todos los días unos gastos de comunidad e impuestos que, al no pagarse, están provocando gran morosidad que alcanza ya al 10% de la total en España para las comunidades de propietarios.



A quien sí interesa la adjudicaciones hipotecarias es al Estado (autonomías y municipios) porque a ésos todo les da igual si viene en el programita de gestión de Huston o lo pide la Merkel, y piensan que van a cobrar impuestos calentitos por cada adjudicación.



Pero ¿QUÉ ES LO QUE SE PRETENDE AL QUERER PARAR LOS DESAHUCIOS? Se pretende que la gente tenga un sitio para vivir, al menos provisionalmente. Eso se resuelve con lo que diré en el apartado tercero. De todas formas, si se hiciera lo que apunto en el apartado anterior, habría muchos menos procesos y ejecuciones traumáticas.



Además de ello debería haber más facilidad para “resucitar” el préstamo. Muchas veces el problema es por no haber podido pagar 2, 3 cuotas. Pero cuando el banco inicia el pleito lo hace por una cantidad que es 50, 60 veces el importe de aquellas cuotas y con ello queda a merced de la voluntad del banco que quiera negociar o no. Debería permitirse que el deudor pudiera ponerse al día con sólo pagar las cuotas adeudadas, lo cual hoy se admite pero sólo para ciertos casos. Debería darse esa solución como general, en los mismos términos que en la normativa sobre gastos comunes, es decir, pagando las costas de abogado que haya interpuesto la demanda (pero, eso sí, calculadas también sobre la cantidad de dichas 2-3 cuotas y no sobre la barbaridad de cuantía de todo el préstamo pendiente).



Por lo demás, habría que dictar una norma clara que incorporara una declaración de todas aquéllas cláusulas que son claramente ilegales por declaración de tribunales europeos o por jurisprudencia consolidada o de evidente justicia (y que seguramente ningún banco impugnaría). En tal caso, los pleitos podrían ir más rápidos en bien para ambas partes dejando la situación en su justo término y facilitando el que el deudor se ponga al día en unos términos justos.



SOBRE LO TERCERO, EL ALQUILER SOCIAL.- No se puede obligar a un banco a que alquile un inmueble a cierta persona, ni a cierto precio. Se dirá que se ha beneficiado a los bancos y que entonces se les pueden exigir cosas; a eso digo que sí, pero habría que exigirles otras muy distintas que tampoco se han exigido, y lo que no se puede hacer es invadir el ámbito de la voluntad privada entre privados porque eso siempre lleva al desastre, al fraude y al descontrol. A los bancos hay que apretarles por otros lados, y sobre todo impedir que todo esto vuelva a ocurrir.



Ahora bien, es obvio que hay que dar una solución a la gente que, a pesar de las medidas anteriores, ha quedado en la calle. Eso es igual en caso de desahucio como en caso de terremoto o en caso de epidemia o lo que sea, el Estado debe atender esas situaciones, pero matizando: que la carga la asuma el Estado, no los bancos. Si el Estado quiere ponerse la medalla de haber resuelto el problema, que arbitre las medidas y las pague, y así sabrá lo que cuesta de arreglar el desaguisado que ha provocado con su derroche y su falta absoluta de control sobre la banca. Los alquileres sociales pueden establecerse sobre criterios de asistencia social (ojo con el fraude, porque todos acabaríamos queriendo vivir casi gratis en pisos del Estado), pero dejando fuera a los bancos de ese tráfico porque es fuente de más problemas que de soluciones, el banco no puede estar detrás de cobrar una renta, ni de arreglar los pisos, ni de perseguir a los deudores de gastos de comunidad… y el Estado sí puede hacerlo de forma muchísimo más efectiva, así que que lo haga el sector público. Obviamente, esto sería un gravísimo problema para el sector público, pero entonces se ocuparía de verdad de impedir que el problema llegue nunca a ser de gran volumen, no como ahora que les ha dado absolutamente igual. El miedo a asumir esa masa de gente sin hogar les llevaría a ser mucho más diligentes, y más rigurosos en las concesiones de viviendas de protección oficial, que han sido un verdadero cachondeo en muchos casos.



Bueno, pues con todo esto podría asumirse el espíritu de la ILP, sin tener que adoptar las medidas ocurrentes que plantea la PAH, y todos contentos. Ah, y se arreglaría gran parte del problema.

El rescate de Chipre por los hombres de... verde sombrero.






   No hombres de negro, que eso es el siglo XXI y es feísimo. Les cuento algo más bonito -si les apetece- sobre otro rescate de Chipre por hombres venidos de Centroeuropa, supuestamente en el siglo XIV, Ustedes eligen lo actual o mi historia.

   Jean d´Arras escribió una crónica legendaria sobre el origen de la casa de Lusignan a instancias del duque de Berry, hijo tercero del rey de Francia Juan II el Bueno. La obra se llamó “Melusina o la noble historia de Lusignan”, y cuenta la mágica unión entre el hada Melusina y el noble Remondín. Jean d´Arras nos dice que empezó su crónica en el miércoles víspera del día de San Clemente de 1392; los hechos que cuenta son, por tanto, anteriores, aunque no significa que sean verdad, lo cual por cierto es absolutamente irrelevante.

   Dice el libro que Remondín y Melusina tuvieron varios hijos, y que ella prometió a su marido que su linaje tendría éxito mientras Remondín cumpliera la condición que ella le impuso. Por supuesto no les voy a contar qué condición fuera ésa ni si se cumplió ni qué ocurriera, me conformo con picarles la curiosidad; quien quiera más deberá al menos tomarse la molestia de mirar en la Wikipedia aunque yo le recomendaría que buscara el libro de Siruela como el que yo encontré un 10 de Mayo de 19…., cuando aún se saboreaba cada gramo de lectura.

   Dos de los hijos de Remondín y Melusina, llamados Urién y Guyón, acudieron al rescate de Chipre tras oir el relato de dos caballeros procedentes de la isla, quienes dieron noticia del asedio a que el sultán de Damasco estaba sometiendo al rey chipriota en su palacio de Famagusta.

   Al llegar a la isla, los dos hermanos –especialmente Urién, el mayor- darán muestras de grandes dotes guerreras y de nobleza. La hija del rey, la bellísima Herminia, también se siente atraída por ese joven guerrero aun sin conocerlo todavía. Herminia envía a los hermanos un mensaje a través de un servidor:

   “Amigo, saludad de mi parte a los donceles, y dadle al mayor de mi parte este broche, diciéndole que lo lleve por mi amor. Este alfiler con este diamante se lo daréis al menor; saludadlos afectuosamente de mi parte.”

   Las luchas de Urién y Guyón continúan, cooperando con el rey de Chipre en la defensa de la capital, junto al Maestre de Rodas y el alcaide de Limasol. Urién se enfrenta con el sultán y lo derrota. El rey de Chipre, que ha sufrido heridas en los combates, decide nombrar caballeros a los hermanos franceses y celebra una fiesta en palacio. El menor, Guyón, acude “vestido con un rico manto de damasco bien forrado”. En cuanto a Urién, “iba completamente armado, con la cara descubierta y un sombrero verde sobre la cabeza, y la espada desenvainada en la mano. Delante, el alcaide le llevaba el yelmo en la punta de una lanza. Y cuando las gentes se daban cuenta del valor que reflejaba su rostro, decían: -Este hombre es digno de someter a todo el mundo.” 

   El rey, convaleciente, hace llamar a los dos hermanos a su habitación para celebrar allí la ceremonia de nombramiento. También hace llamar a su hija, la bella Herminia. Cuando la princesa aparece en escena, 

   “Herminia se arrodilla delante de los dos hermanos, agradeciéndoselo humildemente. Y sabed que ella estaba turbada tanto por el dolor de la enfermedad de su padre, como por sus pensamientos por Urién, y parecía que despertara de un sueño. Urién, que se dio cuenta de que estaba turbada, la tomó dulcemente del brazo, e hizo que se levantara inclinándose hacia ella; al obrar así, se hicieron gran honor.”



   Tras un breve diálogo entre los nobles, el rey de Chipre ofrece a Urién la mano de su hija para así convertirlo en rey y defensor de Chipre. Ha pedido que le traigan la corona a su habitación, y se la entrega a Urién. Entonces el joven tiene una reacción exquisita:

   “Se inclina delante de la cama del rey, toma la corona y la coloca encima de la falda de Herminia, diciendo: -Señora, es vuestra, y ya que la habéis recibido os ayudaré a guardarla contra todos aquellos que intenten someterla, si Dios quiere”.


   Al día siguiente termina esta escena:


“El día siguiente, a la hora de tercia, la novia se atavió muy noblemente, y engalanaron la capilla con riqueza; acudió el arzobispo de Famagusta que los casó y, después, Urién fue al rey, arrodillándose delante del lecho…  … hubo una fiesta que duró toda la tarde y se prolongó hasta la entrada de la noche; a su debido tiempo se acostó la esposa, y luego se acostó Urién; el arzobispo bendijo la cama. Tras hacerlo, salieron todos de la habitación, y se fueron unos a dormir y otros a bailar y a divertirse. Urién estuvo con su mujer muy dulcemente. Al día siguiente fueron ante el rey y oyeron misa.”



   

viernes, 29 de marzo de 2013

La Plataforma Antidesahucios y la Columna Infame







      Bienvenidos al Pleistoceno.

   Es curioso que casi ninguno de nosotros queramos vivir una dictadura, pero casi todos añoren vivir una revolución, cuando ambas cosas son un perro de dos cabezas y un solo alma, o la lengua bífida de una misma serpiente (por todas, Rebelión en la Granja).

   Yo entiendo que la gente postmoderna se aburra y quiera revoluciones, cuya diferencia con las evoluciones estriba en que cada una está a un lado de la ley, y en que las revoluciones tardan tres generaciones en llegar a donde querían (la primera lo logra por la fuerza, la segunda retrocede espantada, y la tercera incorpora lo salvable del abuelo) mientras la evolución llega en sólo dos (la primera que crea una ley a cuentagotas, y la segunda que la asume).


   Lo malo es cuando la gente cree que sus gobiernos no sólo no evolucionan sino que retroceden. Entonces aparece el gen revolucionario, que se caracteriza básicamente por creer que descubre cosas nuevas, tales como la sopa de ajo, la violencia o el fanatismo. En nuestros tiempos, y con el asunto de las hipotecas, la revolución ha llegado y tenemos ya la violencia (ocupaciones, insultos indiscriminados, acosos a niños y domicilios, asaltos a comercios, coacciones a cajeras, lenguaje hiperdecibelíaco, etc.) y el fanatismo (con Pedros Ermitaños, Juanas de Arco y brujas de Salem gritando por las calles cada vez que ven una corbata). La sopa de ajo bien, gracias.

   Vayan por descontadas dos cosas: la primera es que es absurdo arrogarse el monopolio del “dolor por lo que ocurre”, casi todo ser humano piensa lo mismo aunque no se rasgue la camisa por las calles. La segunda es que si me permito parodiar ciertas cosas es como técnica de denuncia, y la denuncia consiste en que toda la “revolución” que se está montando sobre los desahucios es por un lado más perjudicial que lo que pretende arreglar y por otro lado se podría arreglar si dejaran gobernar a un profesional del Derecho durante una semana (o sea, no a un fanático ni a un político, ya he puesto en otras ocasiones propuestas legales mucho más sensatas para arreglarlo, lo que pasa es que no cargan contra los bancos ni contra los niños que es lo fácil sino contra el sector público que es quien debería resolver el tema y asumir su culpa de no haber gobernado bien). Una semana, repito.

   Pues bien, mientras se piensan las tonterías que se están diciendo, quisiera recordar alguna cosa sobre lo que últimamente se ha puesto de moda, el odioso escrache o como se llame. Lo primero que hay que decir es que usar un término edulcorado, aunque provenga de la creativa Argentina, me parece además de hortera una hipocresía, pues oculta el verdadero nombre que es “ACOSO”, el cual tiene asignadas diversas penas en el Código Penal porque no es un producto de IKEA sino un DELITO. Pero es guay el acoso, ¿verdad?. Lo siguiente será llamar “Furufú” al asesinato, o “Titirití” al robo, y así sucesivamente, vamos, como llamar “hombre de paz” al terrorista, “cese temporal de convivencia” al ahí te quedas, o “crecimiento negativo” a la bancarrota. Si los amorosos “escraches” los estuvieran haciendo partidos de ultraderecha o simplemente el PP para ir a “informar” a la casa de Ada Colau con su único mensaje del “sé dónde vives tú y tu familia”, seguramente la cosa se vería de otra forma, pero tenemos lo que tenemos.

   Los defensores del acoso sólo argumentan dos cosas cuando les entrevistan, y son: “peor es lo que le ocurre a la gente desahuciada” y “hace falta una actuación ejemplarizante”. Ni el más mínimo asomo de empatía (of course) hacia el sufrimiento de personas que no han tenido nada que ver en la creación de esta situación. Pues bien, quisiera decirles que eso que dicen es bastante anticuado, lo hacían los hombres primitivos hasta la Revolución Francesa, y hasta anteayer hemos considerado un signo de evolución y de secularización escapar a tales monstruosidades. Pero lo bueno no dura, ya se sabe. Estamos volviendo a la prehistoria judicial, y se lo cuento:

   La JUSTICIA ha pasado por diversas etapas en la Historia. En origen se hizo la JUSTICIA PRIVADA COLECTIVA: ello significa que cuando se cometía un delito, se castigaba a la colectividad entera o familia o religión a que pertenecía el infractor, y se hacía de manera privada en el sentido de que se permitía ejercitarla sin control público. Si uno de un clan mataba a otro, se expulsaba entero al clan del infractor, se le proscribía o caía sobre él el entredicho.

   Después vino la JUSTICIA PRIVADA INDIVIDUAL. Se pasó a entender que la familia o clan no tenían la culpa de tener un miembro malísimo. El infractor individual quedaba a merced del perjudicado, que podía matarlo, esclavizarlo, castigarlo como fuera… y la sociedad toleraba eso, pensando que las víctimas sabrían encontrar la forma de resarcirse.

   La última fase, más depurada todavía (así lo hemos entendido hasta antes de Ada Colau y los Supersónicos –así llamados porque hacen tanto ruido que no dejan hablar a los demás, fíjense cuando la entrevistan-), es la JUSTICIA PUBLICA INDIVIDUAL. El Estado, creado por y para la Ley, es el garante de una justicia que se limita a restaurar el equilibrio descompuesto por la infracción. Se ejercita contra el culpable, no contra sus familiares ni iguales, y se corrige el hecho de la forma más aséptica posible, menos escandalosa. Al pensamiento moderno le repugna “cosificar” al ciudadano utilizándolo como mero instrumento para hacer “pedagogía social”. Eso de las penas ejemplarizantes es un arcaísmo pues significa que una sociedad que no ha sabido educar a sus niños quiere usar a sus adultos para dar lecciones a los demás. Antaño las condenas se ejecutaban en público para que el pueblo ”aprendiera” y “se asustara”, pero eso era injusto; la pena debía servir sólo para castigar, y no además para educar; para educar debían estar las escuelas y no los patíbulos ni los platós de telebasura. Por eso se empezó a ejecutar la pena en lugares reservados, y se eliminaron todos aquellos añadidos a la pena que tendían a impresionar al público (actuaciones sobre el reo o ejecutado una vez fallecido para difamarle).

   Césare Beccaria fue uno de los introductores del Derecho Penal moderno. Planteó todos los dilemas y soluciones de los que hoy somos herederos, la seguridad jurídica, la proporcionalidad, la reinserción, la legalidad, etc. Publicó en 1764 el libro “De los delitos y las penas” que deberían leer todos los políticos modernos, lo mismo que el libro de otro muerto o matado llamado Montesquieu, y tantos otros previos a la Revolución Francesa, incluyo a Sieyes y su “¿Qué es el Tercer Estado?” y a tantos hombres inteligentes que, en mi modesta opinión, apenas han sido superados sino sólo rondados en los doscientos años siguientes, y hoy echados por tierra gracias a las nuevas revoluciones y a frasecillas tan orwellianas como la de “la legitimidad democrática frente a la legitimidad legal” (s.i.c.).

   Beccaria tuvo una hija llamada Giulia, y ésta un hijo llamado Alessandro, más conocido como Alessandro Manzoni, pensador, lingüista, poeta y activista italiano. Manzoni escribió en 1845 el libro “La columna infame”, que narra la historia de una columna que fue erigida en Milán, para recordar perennemente os crímenes de los condenados por propagar la peste de 1640. La columna ya no existe, parece que en 1700 aún estaba. Su libro es estremecedor sobre cómo la locura colectiva puede llegar a provocar procesos injustos, condenas absurdas, y ejecución de penas donde lo ejemplarizante parece lo primordial incluso aunque no se sepa si el condenado era realmente culpable. Lo que hoy me quedo de dicho libro es la columna infame, el monolito difamatorio para escarnio público, que es lo que hoy llamaríamos el piquete informativo de coacción pública para recordar a todos que “sé dónde vives”, el “plus” de sobreactuación punitiva que señala con el dedo como si fuera la estrella amarilla del Guetto de Varsovia, la marca azul de los moriscos españoles o la letra escarlata de los puritanos de EEUU.

   Todo lo que suena a Cobrador del Frac que te sigue a todas partes es esencialmente injusto y esencialmente ilegal, no encuentra justificación porque no resiste el “¿Y si ahora yo te lo hago a ti?”, consiste en cambiar un delito por otro, y el que una sociedad crea que debe llegar a eso para cambiar las cosas significa que esa sociedad ha perdido toda referencia de la justicia y lleva camino de perder su dignidad. El concepto de “socialización del dolor” fue un invento de la ETA, a la que a veces habría que dar el Cervantes de las letras por su innovación lingüística; pensar que causar dolor (= miedo, = alarma, etc.) porque sí puede tener algún sentido reformista es tanto como preguntarles a sus causantes: ¿Y dónde estabas hace 2, 5, 10 años si tan gravísimo era el problema? ¿Es que te has caído ahora del guindo? ¿Vas a actuar igual con todos los problemas existentes? Aplicar el acoso a miembros del partido, políticos, familiares, hijos, etc., es lo mismo (supongo) que hacían los burros de la antigüedad (burros en el sentido de calificativo y no de asno, que ésos son mejores). Especialmente entrañable es el franciscanismo de los acosadores, que compitiendo en inocencia con el nuevo Papa pretenden que la cosa nunca va más allá del mero “teatrillo”, pero eso es tanto como desconocer que cada vez que un dirigente de un grupo llega hasta el escalón 7, hay cinco energúmenos de su grupo que saltan hasta el escalón 9 y un cretino más que llega al 10 y provoca un desastre, y todo porque no todo el mundo sabe calibrar bien sus inercias. Los dirigentes de grupos saben (o deberían saber) que todos sus actos van a ser llevados 2 o 3 escalones más allá por los más radicales de su grupo, y desconocer esto es ser más incapaz aún que los dirigentes del Banco de España de hace unos años. La prueba es lo que ocurre con las declaraciones de los líderes independentistas y sus juventudes, o lo que pasa con los presidentes de Clubes de fútbol y los coletazos que provocan en sus ultras. Nihil novum sub solem. Lo que hace la plataforma es volver a lo más arcaico, la JUSTICIA PRIVADA COLECTIVA, hacemos lo que nos da la gana y vamos contra el que nos da la gana siempre que creamos que "pertenece al Grupo" o a sus familias. Está claro que dicho modelo suscita aplausos emocionados, porque es lo más animal que nos queda y eso vende, lo difícil es aceptar que el sistema que tenemos es -a pesar de todo- mejor que el modelo chimpancé que nos propone la calle.

   Nunca se ha arreglado nada cambiando delito por delito, especialmente porque eso hace que nadie se ponga a reflexionar sobre las medidas que SÍ RESOLVERÍAN RÁPIDAMENTE el problema, aunque claro, ésas no interesan a nadie porque no dan portadas ni hacen creer a sus autores que se están ganando la fama. Lo que pide la plataforma (dación en pago retroactiva) mientras se raja las venas es algo que arruinará a muchísimas más familias de las que pretende salvar; criticar la Ley Hipotecaria porque tiene algunos años es una idiotez supina, porque tenemos cientos de leyes más antiguas que nos siguen sirviendo y de hecho cuanto más antiguas son mucho mejores y no la birria de las actuales; hay muchísimas cosas que se pueden hacer y muchísima gente a la que acusar desde casa sin tener que ir a romperles los cristales a los que no tienen nada que ver. No obstante, y como dijo Lope de Vega, “Puesto que el Vulgo paga, es justo hablarle en necio para darle gusto”. Si hay que darle gusto a las necedades de la Plataforma para que dejen de cometer delitos, es que estamos para echarnos de comer aparte.

   Lo siento por los profesores de Derecho Político y de Derecho Penal, tendrán que cambiar sus manuales sesudos por las páginas de sucesos, que al parecer es donde se crea la Justicia actual.

domingo, 17 de marzo de 2013

IL POVERELLO DE ROMA






   Un jesuita hecho Papa se ha puesto por nombre Francisco. Y ello por Francisco de Asis, il poverello d´Assisi. No voy a entrar en si es más simpático, en desmentir las críticas que ya se le han hecho y que se han contestado, en la lista de rupturas de protocolo que lleva en tres días ni en Messi.

   A mí me interesa el laberinto de la Historia, porque eso es algo que también, aunque no interese a la mayoría, sí interesa a quienes lo han elegido.


   Es el primer Papa jesuita. Y el primero que pone a San Francisco de Asís como su guía. Jesuitas y franciscanos no fueron siempre de la mano. Más bien al contrario. Sin poner en cuestión –por descontado- el afán de una y otra orden por servir a su credo, es también evidente que ambas órdenes habían seguido hasta ahora senderos demasiado bifurcados. La elección del nuevo Papa me suena a vuelta a casa de un hijo pródigo, la crónica de un encuentro anunciado hace demasiados siglos.


   Los franciscanos son un producto del siglo XIII que reacciona contra los abusos de Roma, su corrupción y falta de autenticidad. Francisco de Asís es una denuncia contra esa Roma anterior en más de dos siglos a la de Lutero. También es el amante de la naturaleza siglos antes de que ésta fuera amada por estar en peligro, el santo de los animales y el que dijo “perdóname hermano cuerpo por lo mal que te trato”. San Francisco reprendió a Fray Bernardo cuando éste dijo que quería ser bueno para alcanzar el cielo; Francisco le dijo que debía ser bueno pero sin esperar premio a cambio. Los franciscanos se ocultaron entre ermitas y caminos, rezando y dando ejemplo. En algunos momentos se involucraron en la teología, especialmente cuando los dominicos se insertaron en las universidades y la Inquisición mezcló orden público, religión e histeria. Los seguidores de Francisco dejaron por un tiempo las azadas por los pupitres; nunca los abandonarían del todo pero más centrados en los débiles que en los trepas.


   Pronto los franciscanos se retiraron a sus cuarteles de invierno, una vez visto que la aventura intelectual exigía demasiada presencia política y demasiada identificación con reyes y antireyes. Los franciscanos nos dejaron a Ockham, los dominicos a Santo Tomás y al poco los agustinos trajeron a Lutero. A ellos se añadió Calvino, Zuinglio, todos con marchamos nacionales. El último gran franciscano (por poco tiempo, y como monje cartujo) de la Edad Media fue Tomás Moro, cuyo capital teológico fue eclipsado por su protagonismo cortesano, a su pesar.

   Malos tiempos para los religiosos y los reyes.

   Los Papas eran conscientes de ello, marionetas de reyes desde las tretas de Carlomagno, la usurpación del Emperador Federico, el secuestro de Avignón, los sacos de Roma… Ya estaba bien de depender de reyes y de órdenes que vivían en todas partes menos en Roma y que hacían teología para países y ciudades.

   Así surgió la orden de la Compañía de Jesús, los jesuitas. El Papa necesitaba una orden de teólogos que fueran capaces de enfrentarse a cualquier intelectual del mundo, un grupo de lo que se llamó “soldados de Cristo” a imitación de los antiguos templarios, pues era una época en la que la religión se defendía también con la espada y la guerra se hacía también con las Biblias. La Compañía de Jesús debe su nombre al afán de ser compañeros de Cristo, pero nace en los tiempos en que España mandaba las Compañías de los Tercios a las guerras de Religión. Obediencia suprema al Papa (de Roma) era una máxima que Ignacio de Loyola se impuso y que asumieron a rajatabla todos sus seguidores, a veces de forma incomprendida o con una relevancia que llegaba incluso a suscitar la desconfianza del propio papado; no en vano ha sido conocido como “papa negro” el superior de los jesuitas, por su preeminencia dentro del poder romano.

   Lo cierto es que, en aquellos momentos en los que todos han abandonado a los Papas, los jesuitas no lo han hecho aun cuando discreparan. Su fidelidad es parangonable a la de los Guardias Suizos, que en varias ocasiones han dado la vida para salvar a algún pontífice. Los jesuitas fueron los principales defensores de las tesis romanas en el Concilio de Trento (Contrarreforma, s. XVI-XVII), y desde entonces han dedicado especial atención a su propia formación intelectual y a la educación de las élites. Jesuitismo significa exigencia ante todo, empezando por ellos mismos.

   Esa línea cada vez más intelectual y más elitista fue lo que alejó a los jesuitas de los franciscanos, que se mantuvieron mucho más cerca del pueblo y sus problemas inmediatos. Ello explica que, en la Guerra de Sucesión española (1701-1714), encontremos a los jesuitas más del lado del rey Borbón y sus proyectos de diseño a tiralíneas del futuro de España, mientras los franciscanos y capuchinos estuvieron mucho más apegados a los problemas populares y acabaron identificados con un sector austracista que usó como bandera la conservación de los fueros locales (esto merecería un estudio muchísimo más largo para explicar, desmentir y ajustar, pero es imposible).

   En el siglo XVIII el poder jesuita se volvió insufrible para muchos reyes, que consideraban a la orden como un palo vaticano en sus ruedas nacionales. Los propios Borbones, que tanto los halagaron en una primera etapa, acabaron hartos de su suficiencia. En España fueron los Borbones quienes prescindieron de los jesuitas como confesores de reyes y los sustituyeron por franciscanos, mucho más dóciles y menos preocupados por influir a pie de rejilla. Y así llegaron las expulsiones; de Portugal, de Francia, y finalmente de España en 1767.

   Pocos lloraron por los jesuitas expulsados, pues entre todos –incluidos sectores clericales- se repartieron sus bienes. Tampoco los franciscanos movieron muchos dedos por los desterrados, de hecho en muchas partes se sintieron aliviados después de mandar memoriales de crítica a la labor de los jesuitas (hasta en Filipinas chocaban); ello permitió a los franciscanos ocupar las escuelas que los jesuitas habían dejado, iniciando un período de 150 años de educación de niños en aulas franciscanas.

   Los jesuitas regresaron y pugnaron en el siglo XIX por recuperar su papel educativo y de élite, y lo lograron porque estaban programados para luchar por ese espacio dirigente que casi ninguna otra orden parecía querer disputar.


   El marxismo y la Segunda Guerra Mundial marcaron, sin embargo, un punto de inflexión en la evolución jesuítica. La irrupción de las ideas de Marx (aparte de la de otros iconoclastas como Freud y Nietzsche) obligó a los jesuitas a consumirse en aguantar el tirón del socialismo, el relativismo y el vitalismo mientras los franciscanos seguían centrados en su humildad. La Compañía de Jesús agarró el timón de su barco como antaño hizo en Trento, convencida de que mantenerse en el poder era la forma de salvar sus escuelas y su autoridad intelectual. Donde había un jesuita había un currículum de varias carreras, varios idiomas, una biblioteca inmensa y un sinfín de experiencias formativas. Y donde había un estudiante de jesuitas había un futuro ciudadano en el que se imprimía un carácter de exigencia, de conciencia, para unos discutible pero siempre indeleble y para otros adorable como un tesoro.

   El nuevo mundo de dos bloques llevó a muchos jesuitas a inclinarse a tender puentes con la izquierda y a denunciar los desencuentros entre capitalismo y cristianismo. El coqueteo con la Teología de la Liberación tiene un sello marcadamente jesuítico, lo mismo que algunas de las más avanzadas y bellas tesis antropológicas (por todos, Teilhard de Chardin). De igual manera la apertura de sus colegios a sectores desfavorecidos redujo las diferencias con otras órdenes como escolapios o agustinos. Ello le hizo perder parte del apoyo de la derecha sin hacerle ganar el respeto de parte de la izquierda; consecuencias la soledad y la crisis de vocaciones, pérdida de poder y de presencia. El Concilio Vaticano II hizo el resto.

 Ese espacio que los jesuitas iban perdiendo por sus propios contrastes (que no contradicciones, o no reales) fue ocupado por el Opus Dei, cuyo acercamiento al poder y a la educación parecía seguir el patrón jesuítico de antaño. Podría decirse que el Opus Dei de fines del siglo XX es el jesuitismo de principios de ese siglo. Mientras el Opus Dei se hacía cargo de ministros, presidentes y bancos, la orden del Padre Arrupe se decantaba hacia misiones en Argentina, Chile, El Salvador, Africa, Asia…  

   A fines del siglo XX, parece que los jesuitas ya habían incorporado que si el mundo se salva ha de ser desde arriba pero siempre contando con los de abajo. A inicios del XXI es cuando parecen empezar a dar frutos los nietos de los árboles que los jesuitas plantaron hace décadas, de forma que sin abandonar su exquisita formación intelectual han sabido desprenderse del peso de la lucha por el poder. Y el premio ha sido precisamente el poder.

   Hace pocos años (2008), el superior de los jesuitas padre Kolvenbach dimitió por edad exactamente igual (de raro) que el Papa Benedicto XVI. Su sucesor es un desconocido, lo que prueba la falta de presencia jesuítica en la escena pública. El Prepósito General actual es un español, Adolfo Nicolás Pachón, que es de Palencia y nadie lo sabe.


   El que un miembro de la Compañía de Jesús se arrodille ante San Francisco bajo el baldaquino de Miguel Angel, en el Vaticano, es la historia de una vuelta a casa, de una reconciliación entre dos caras de una misma moneda que se entienden mucho mejor a solas que en público. Es la primera vez para un jesuita, y la primera para un Papa Francisco. Si eso significa la reunión entre jesuitismo y franciscanismo, puede que realmente haya llegado el final del papado como dicen que dicen las profecías, pero para bien, el paso de un papado anterior a otro necesariamente mejor.

   Si es así, habrá que dar las gracias al anterior Papa Ratzinger que, seguramente y con sus informes a buen recaudo, haya impuesto este Papa como condición para seguir callado. Genial la jugada maestra de quien, renunciando a todo el poder, se hizo con todo el poder.