sábado, 30 de marzo de 2013

El rescate de Chipre por los hombres de... verde sombrero.






   No hombres de negro, que eso es el siglo XXI y es feísimo. Les cuento algo más bonito -si les apetece- sobre otro rescate de Chipre por hombres venidos de Centroeuropa, supuestamente en el siglo XIV, Ustedes eligen lo actual o mi historia.

   Jean d´Arras escribió una crónica legendaria sobre el origen de la casa de Lusignan a instancias del duque de Berry, hijo tercero del rey de Francia Juan II el Bueno. La obra se llamó “Melusina o la noble historia de Lusignan”, y cuenta la mágica unión entre el hada Melusina y el noble Remondín. Jean d´Arras nos dice que empezó su crónica en el miércoles víspera del día de San Clemente de 1392; los hechos que cuenta son, por tanto, anteriores, aunque no significa que sean verdad, lo cual por cierto es absolutamente irrelevante.

   Dice el libro que Remondín y Melusina tuvieron varios hijos, y que ella prometió a su marido que su linaje tendría éxito mientras Remondín cumpliera la condición que ella le impuso. Por supuesto no les voy a contar qué condición fuera ésa ni si se cumplió ni qué ocurriera, me conformo con picarles la curiosidad; quien quiera más deberá al menos tomarse la molestia de mirar en la Wikipedia aunque yo le recomendaría que buscara el libro de Siruela como el que yo encontré un 10 de Mayo de 19…., cuando aún se saboreaba cada gramo de lectura.

   Dos de los hijos de Remondín y Melusina, llamados Urién y Guyón, acudieron al rescate de Chipre tras oir el relato de dos caballeros procedentes de la isla, quienes dieron noticia del asedio a que el sultán de Damasco estaba sometiendo al rey chipriota en su palacio de Famagusta.

   Al llegar a la isla, los dos hermanos –especialmente Urién, el mayor- darán muestras de grandes dotes guerreras y de nobleza. La hija del rey, la bellísima Herminia, también se siente atraída por ese joven guerrero aun sin conocerlo todavía. Herminia envía a los hermanos un mensaje a través de un servidor:

   “Amigo, saludad de mi parte a los donceles, y dadle al mayor de mi parte este broche, diciéndole que lo lleve por mi amor. Este alfiler con este diamante se lo daréis al menor; saludadlos afectuosamente de mi parte.”

   Las luchas de Urién y Guyón continúan, cooperando con el rey de Chipre en la defensa de la capital, junto al Maestre de Rodas y el alcaide de Limasol. Urién se enfrenta con el sultán y lo derrota. El rey de Chipre, que ha sufrido heridas en los combates, decide nombrar caballeros a los hermanos franceses y celebra una fiesta en palacio. El menor, Guyón, acude “vestido con un rico manto de damasco bien forrado”. En cuanto a Urién, “iba completamente armado, con la cara descubierta y un sombrero verde sobre la cabeza, y la espada desenvainada en la mano. Delante, el alcaide le llevaba el yelmo en la punta de una lanza. Y cuando las gentes se daban cuenta del valor que reflejaba su rostro, decían: -Este hombre es digno de someter a todo el mundo.” 

   El rey, convaleciente, hace llamar a los dos hermanos a su habitación para celebrar allí la ceremonia de nombramiento. También hace llamar a su hija, la bella Herminia. Cuando la princesa aparece en escena, 

   “Herminia se arrodilla delante de los dos hermanos, agradeciéndoselo humildemente. Y sabed que ella estaba turbada tanto por el dolor de la enfermedad de su padre, como por sus pensamientos por Urién, y parecía que despertara de un sueño. Urién, que se dio cuenta de que estaba turbada, la tomó dulcemente del brazo, e hizo que se levantara inclinándose hacia ella; al obrar así, se hicieron gran honor.”



   Tras un breve diálogo entre los nobles, el rey de Chipre ofrece a Urién la mano de su hija para así convertirlo en rey y defensor de Chipre. Ha pedido que le traigan la corona a su habitación, y se la entrega a Urién. Entonces el joven tiene una reacción exquisita:

   “Se inclina delante de la cama del rey, toma la corona y la coloca encima de la falda de Herminia, diciendo: -Señora, es vuestra, y ya que la habéis recibido os ayudaré a guardarla contra todos aquellos que intenten someterla, si Dios quiere”.


   Al día siguiente termina esta escena:


“El día siguiente, a la hora de tercia, la novia se atavió muy noblemente, y engalanaron la capilla con riqueza; acudió el arzobispo de Famagusta que los casó y, después, Urién fue al rey, arrodillándose delante del lecho…  … hubo una fiesta que duró toda la tarde y se prolongó hasta la entrada de la noche; a su debido tiempo se acostó la esposa, y luego se acostó Urién; el arzobispo bendijo la cama. Tras hacerlo, salieron todos de la habitación, y se fueron unos a dormir y otros a bailar y a divertirse. Urién estuvo con su mujer muy dulcemente. Al día siguiente fueron ante el rey y oyeron misa.”



   

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