martes, 17 de marzo de 2015

En un lugar de las Trinitarias...





En un lugar de las Trinitarias, de cuyas criptas no quiero acordarme, moraba un cofre de muerto con piel de corcho y hierro vencido, que daba miedo al miedo y veía menos luz que una barrica de tinto visigodo. Entre las monjas de clausura yacía, tan clausurado como ellas y callado cuatro cientos según un acta amarillenta, removido con otros huesos como si los difuntos del convento bailaran una gavota hasta no saber de quién el fémur y de quién la rótula, que después de Adán no hubo costillas más saltarinas que las de la Trinidad.

  Decía un pliego de cordel que si de Cervantes eran, aquél gran escritor español a quien sólo los no españoles apreciaban, al punto de que cuando en las noticias se dijo que se buscaban sus restos pensó más de uno que hablaban de un alpinista. Los alguaciles de Madrid reunieron hachones y alcuzas, bajaron por los escalones mohosos de las catacumbas y entre tos y estornudo picaron el pasado, destrozando el adobe para encontrar un novelista. Los doctores formaron una multitud vestida de blanco como la Santa Compaña removiendo marfil viejo y con cofias de cocinero para evitar que sus pelos vivos se engancharan con hebras de pellejo cervantino.

  -Tendremos que abrir todos los nichos, Excelencia- Decían los doctores, asustados de tanto gusano mudo. Así fueron despanzurrando una a una las momias con pinzas de relojero y con muchos papelillos que ponían nombre a cada grumo, aquí una fecha, allí un apellido, diez metros bajo tierra mientras a través de los hidráulicos se oía el run-run de las monjitas rezando como si durmieran. La alguacil mayor y el representante real visitaban de tarde en tarde las pesquisas, y hacían como que miraban los libros de cuentas para simular celo, lo que hacían en menos que canta un grillo para salir disparados a la chocolaterías de Atocha en busca del aire vivo y el yantar caldo.

  Pero el malvado Cervantes estaba con Clavileño, el caballo de madera hecha cofre, volando y mirando desde el tejado -como el diablo cojuelo- la búsqueda de los Ministros. Los bultos blancos removieron y removieron la tierra, y clasificaban cada churrasco sin tuétano como si fueran reliquias del Bautista, sin darse cuenta de que por mucho que anotaran nunca darían con el pobre Miguel que hacía mucho que no salía de Trinitarias alias Convento. Y no darían con él porque no tenían ADN, que es como el Bálsamo de Fierabrás pero en ateo. Quizá esperaban que entre mortaja y mandíbula hubiera un letrero que dijera: “Yo soy”, o que una Trinitaria incorrupta señalara al ínclito con la nota “Ecce Cervantes”, pero nada de eso ocurrió pues España ya no es mágica sino aburrida desde 1701. ¡Qué esperaban los sabios de Madrid!

  Así que han dicho “es posible”, como los posibilistas jesuitas de Carlos III, y se han tragado huesos, cofres, tierra y batablancas, todo al archivo porque no hay ADN ni suerte, ¡Ay de España, con huesos y sin la pluma! Quizá si la busca la hubiera hecho El Zapatero Prodigioso (guiño para lectores) hubiéramos tenido más suerte, pero no suframos, pues siendo Cervantes catalán como saben los hombres de bien, y necesitando su honorable de todos sus votantes, hallará el modo de identificarlo y de llevarlo ante una urna –no funeraria-. O sí-.