Cuando yo era niño, viví dos años
sin poder abrir las ventanas de mi cuarto por si me mataban de un tiro desde la
casa de enfrente.
Estaba en España, por cierto.
Nunca se me ocurrió llorar pensando que no era libre, ni me puse una camiseta
amarilla; mucho menos aún me la pusieron mis padres.
Hoy vemos en la prensa las fotos
de los niños corriendo alegres en la Via
Catalana con sus Nike, sus tablets y sus diademas de
colorines, extasiados como si hubieran escapado de los Serbios, o de los Hutus,
mientras sus padres moquean de pathos como la mosca de Nietzsche (leáse quien
quiera “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”). Sus padres les han
enchufado las camisetas amarillas como si fueran la cruz de sangre que les
salvará del Angel Exterminador; a mí más bien me parece que les han colgado los
sambenitos amarillos de Goya y me dan pena, como me daba pena el capirote de la Inquisición que se ponía
en la cabeza a modo de “prohibido pensar, prohibido saber”.
La escena de unos niños de muy
pocos años de edad utilizados al servicio de una idea me ha recordado la Cruzada de los Niños, de la
Edad Media. Miles de niños
bienintencionados –son niños- fueron dirigidos por unos cuantos adultos que sólo
pensaban en sus propios intereses, les comieron el tarro y los embarcaron a
todos como si fueran los niños de Hamelín, rumbo a Tierra Santa pues pensaban
que con su inocencia arreglarían la pugna por los Santos Lugares. Acabaron
todos muy mal, vendidos como esclavos los más afortunados, en harenes y
serrallos de Africa, en prostíbulos orientales o quien sabe si occidentales, qué
más daba.
Digo “les comieron el tarro” sin
ningún rubor y lo aplico aquí también, porque ya me dirán Ustedes qué sabe un
niño de 10 años sobre Felipe V, Franco, Francesc Maciá, Fernando de Antequera,
Fernando el Católico, el Compromiso de Caspe, los decretos de indivisibilidad
de la Corona
de Aragón, los fueros, el testamento de Carlos II, los vigatans, el pacto de Génova,
el Padre Gallifa, el tambor del Bruch, Escipión, Ramón Berenguer, Alfonso el
Batallador, Pi i Margall, el Conde de Ribagorza, Sant Pere de Roda, la prisión de
Figueras, la Ciudadela,
el borbónico Rafael Casanovas, Andreu Nin, Jiménez Losantos, Tarradellas, Alcalá
Zamora, el archiduque Carlos… Es triste ver un independentismo disgregador,
pero más triste aún es que ese independentismo esté basado en una Historia tergiversada
hecha de cortar y pegar.
Pero en fin, a los niños les da
igual Artur Mas que Goebbels, así que lo mejor es que los padres les vistan de
catalanes con camiseta marroquí y les pongan a cantar a la LIBERTAD, como si ahora hubiera
que escribir “La cabaña del Tio Pep”, o “El diario de Ana Mas”…
No tengo nada en contra así que
nadie me llame centralista ni catalanófobo porque se llevaría un chasco,
sencillamente me da risa. Me importa un rábano lo que hagan porque ya he dicho
muchas veces que cada pueblo es libre de suicidarse como quiera, y que cuando
uno se empeña en hacerlo al final lo hace. Pero me dan pena esos niños
catalanes a los que sus padres, de un plumazo, les están privando de millones
de amigos, de simpatizantes, de empleadores, de novios, de compañeros de viaje,
de socios, de hermanos… Los liberan de 40 millones de amigos, y de 400 millones
de primos, para ofrecerles la Tierra
Prometida de 40 barretinas (y 40 cerbatanas de los 40 amigos
que se supone que se solidarizarán con ellos en Madagascar o donde sea, 40
diyeridús o como se diga que se solidarizarán en Indonesia o donde sea, 40
cortadores de troncos de poco más acá, 40 gaiteros escoceses, 40 leñadores de Québec,
40 de no sé donde más…)
Pero bueno, me alegro por su ¡¡¡LIBERTAD!!!,
gran futuro en libertad que esos padres catalanes han mostrado a sus hijos
mientras lloran sobre el asfalto de las carreteras de Primo de Rivera sin pagar
el peaje de los Pujol porque hoy era gratis; y luego a comer al bar de las
Salchichas (con el rótulo multado por decir Salchichas y no Salxixas, digo, o
parecido) y el kit completo con mechero y foto del rey descendiente de esos
mismos reyes a los que pretenden echar de menos en su “catalonian paradise 1712”.
Pues nada, nada, Feliz Libertad.
Niños de Cataluña, guardad la foto de hoy, por si algún día queréis echar en
cara a vuestros padres que os hayan llenado la cabeza de una Historia de
Goebbels y os hayan dejado más solos que la una –perdón, más libres que la
una-.