lunes, 10 de enero de 2011

DRACULA EN VALENCIA

Drácula está en Valencia, colgado en una pared. Sólo por unas semanas.

Ahora lo diremos en largo: El retrato de Vlad Tepes III, el Empalador, inspirador del personaje de Drácula, figura en una exposición instalada en el Museo del antiguo Convento del Carmen (Barrio del Carmen) de Valencia. La exposición trata del dorado libro del siglo XV Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell, y de su mundo de caballerías y amores.

Entre las piezas reunidas se encuentran tres retratos que han viajado desde muy lejos. Contienen las imágenes de cuerpo entero del héroe húngaro Juan Hunyadi (que luchó contra los turcos y es reputado como modelo para Tirant), el guerrero y rey de Albania apodado Scanderberg, y nuestro querido Vlad Tepes, voivoda de Valaquia y caudillo terrorífico de frontera (este último no fue retratado en vida, sino pasados unos doscientos años pero con referencias documentadas). Estos personajes, en su lucha contra el imperio otomano durante el siglo XV, actuaron en mayor o menor medida bajo la autoridad religiosa del Papa valenciano Calixto III y el apoyo del Rey de Aragón Alfonso V el Magnánimo, del que Scanderberg fue además vasallo. Ello justifica su inclusión en la muestra, pues las aventuras de Tirant se desarrollan parcialmente en Bizancio.

Es una gran ocasión para visitar el precioso Convento del Carmen con sus dos claustros gótico y renacentista, digno éste de cualquier amante de los espacios decadentes de ese Barrio valenciano y mágico. Pero hay algo que vale la pena destacar, y que no va a durar sólo los tres meses de la exposición: se refiere al guerrero Scanderberg y a su hijo, del que se indica que está enterrado en Valencia, en otro Convento, el de la Trinidad.

Y es cierto. El Convento de la Trinidad está muy cerca, basta cruzar el –hoy no- río. Allí está la lápida del hijo del rey de Albania, aunque cuesta encontrarla como los bellos tesoros. También allí descansa la princesa María de Aragón, hija de los Reyes Católicos que fue casada con un rey portugués siendo madre de la Emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos I, bellísima mujer que enamoró a Francisco de Borja antes de ser santo. En una capilla lateral encontramos la lápida de la cripta de la familia Santángel, aquélla que financió el viaje de Colón. Y aún hay otra mujer insigne que descansa en el Trinidad: la reina María de Castilla, reina de Aragón por esposa de Alfonso V el Magnánimo, descendiente de todos los reyes de Castilla y de Aragón, y de Leonor de Aquitania. Esta reina es una de las grandes desconocidas de los valencianos, y por supuesto del resto de españoles. Era poco agraciada, desgarbada, alta, fabulosa mujer. Con apenas veinte años se hizo ya cargo del reino de Aragón hispano pues su marido partió a las conquistas de Italia, entre 1420 y 1424; y volvió a hacerlo definitivamente cuando Alfonso marchó en 1432 para no volver jamás hasta su muerte en 1458. Ella apenas le sobrevivió unos meses porque lo amaba mucho, sólo ella a él. Cuando le dieron la noticia cayó al suelo en lágrimas y así lo cuentan. Ella fue la reina que de verdad estaba en la Valencia del XV, aunque la fama se la lleva el ausente Alfonso que estaba en Nápoles con el bibliotecario Panormita y tantos genios. Fue la reina María la que abonó y disfrutó durante treinta años la Valencia de Ausiàs March, Jaume Roig (que fue también su médico), Joanot Martorell, Jordi de Sant Jordi… Convirtió el hospicio de la Trinidad en Convento de Clarisas en 1444, mantenido hasta hoy en régimen de clausura. Sor Isabel de Villena, prima de la reina María y autora de la Vita Christi, fue allí abadesa y tuvo a su cargo la tutoría de la princesa María de Aragón, ya citada. La Iglesia está abierta para los oficios religiosos, que se comparten con las monjitas, y allí puede uno mirar lo que queda del medievo; puede ver también esas proporciones del barroco que se hacían grandes para hombres pequeños y nunca encajan; puede uno callarse… Todo eso ya no está en la exposición del Barrio del Carmen, por eso lo digo yo aquí, pero acudir es un comienzo. Al final, el retrato de Drácula es lo menos espectacular.
  

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