martes, 20 de marzo de 2012

DOS NOTICIAS DE 2012 (LA CONSTITUCIÓN DE CADIZ Y LA FRAGATA MERCEDES) UNIDAS POR DOS MUJERES Y UN HOMBRE.

 
Necesito contar algo que no sea de política actual. Todos me entienden, seguro.

Déjenme que les cuente otras cosas de mi propio tiempo. Miren, en ese año suyo de 2012 hay dos noticias que han llenado algún que otro periódico. Por un lado la celebración del bicentenario de la Constitución de Cádiz de 1812, ese texto que para muchos es el origen del liberalismo en España. La otra noticia ha sido la vuelta a España –tras largos pleitos- de los tesoros materiales de la Fragata Mercedes, hundida cerca de Cádiz en 1804 por la Royal Navy británica, y cuya carga preciosa había sido recuperada por el cazatesoros Odissey.

Cada una de estas noticias está asociada a un nombre de mujer, de forma más o menos feliz, y estas mujeres se unen entre sí por un hombre, Don Diego de Alvear, marido de ambas.

Empecemos por la Fragata Mercedes. A bordo de la misma hacía viaje en 1804 desde Montevideo hacia Cádiz una familia, la del general Don Diego de Alvear y Ponce de León. Alvear era descendiente de los fundadores de las Bodegas Alvear, creadas en 1729 y que en 2011 estaban en Japón ofreciendo sus vinos de Montilla. Diego había nacido en 1749 y estudió con los Jesuítas hasta que los echaron de España en 1767. Fue un gran militar, hombre erudito y muy competente, lo que le valió cargos de confianza en el virreinato del Río de la Plata, donde vivió unos 30 años. Allí se había casado con la porteña María Balbastro en 1781. Tuvo ocho hijos con esta mujer, y con ella y los ocho partió para España en el Año del Señor de 1804, en una expedición de cuatro fragatas (Mercedes, Medea, Fama y Santa Clara) mandadas por el Brigadier José de Bustamante y Guerra, y siendo Alvear el segundo al mando.

España estaba en paz con la Inglaterra desde 1802, año en que se firmó la Paz de Amiens. Pero las cosas no estaban pacíficas y el rey Jorge III, nuevamente atacado por la porfiria, buscaba la guerra (como lo prueba la sustitución del pactista Addington por el más resuelto William Pitt el Joven, en el mismo 1804). Los barcos ingleses se plantaron ante la expedición de Bustamante el 5 de Octubre de 1804, cuando la flota ya acariciaba las costas españolas. Alvear fue mandado a parlamentar con los británicos, y para ello subió con su hijo mayor Carlos María, de 14 años, a una barquita que les alejó de la fragata Mercedes donde quedaban la esposa María Balbastro y los otros siete hijos. De repente, por algún azar feamente explicado, los ingleses descargaron todos sus cañones sobre la fragata Mercedes hundiéndola con cientos de marinos y con la esposa y siete hijos menores de Alvear, que murieron ante la mirada horrorizada de Don Diego.

El único hijo superviviente de Diego y María fue el citado Carlos María, que con los años se sintió más hijo de su madre americana que de su padre andaluz y se convirtió en uno de los héroes de la independencia de Argentina y Presidente de su Asamblea, en padre de Torcuato de Alvear (Intendente de Buenos Aires) y en abuelo de Marcelo Torcuato de Alvear, Presidente de la República Argentina entre 1922 y 1928. Gran historia la de Carlos María, y la de todos los demás.

El jefe de la escuadra inglesa y responsable de la muerte de la esposa del español y de tantos otros fue Sir Graham Moore, quien seguramente actuó por amor a su patria. Curiosamente, un hermano de éste, sir John Moore, morirá defendiendo a España en la Guerra del Francés, apenas cuatro años más tarde, dejando su vida y su sangre en las lomas de la Coruña, y allí está enterrado entre unas rejas bajas a la sombra de unos árboles. 

El resto de la flota española se rindió y Don Diego de Alvear fue hecho prisionero y llevado a la Albión capital Londres. Allí fue bien tratado, conforme a su dignidad y por la vergüenza del trato dado a sus hombres.

Don Diego se entretenía con poca cosa. Como católico, iba regularmente a misa y entre devoción y devoción conoció a una joven irlandesa, Luisa Rebeca Ward, nacida al parecer en Ostende (Bélgica), según contó su hija Sabina de Alvear y Ward en la obra que escribió sobre su padre y dio a publicar en 1891.

La joven Luisa debió hacer renacer en Don Diego el ánimo tras la pérdida de casi toda su anterior familia, y así el general regresó a España en 1805, y contrajo matrimonio con la irlandesa en 1807 en su Montilla natal.

En ese mismo 1807 se le pondrá al mando de las unidades de artillería de Cádiz. Allí conocerá al almirante francés Rosilly, refugiado en la Tacita de Plata desde Trafalgar por causa del cerco inglés, y allí tendrá que someterlo en Junio de 1808 cuando estalle esa guerra entre España y Francia que ganó Inglaterra, y que fue llamada de la Independencia de España y sólo significó la Independencia de América.

El momento culminante (entre otros muchos) de la carrera de Alvear se produce a finales de 1809 y comienzos de 1810. La guerra se pone muy difícil para España tras la catastrófica derrota de la Batalla de Ocaña (19 de Noviembre de 1809). Esa batalla se dio en el centro de España, pero cualquier militar podía presumir que con ella se perdían los cuatro puntos cardinales de la piel de toro. Alvear supuso, acertadamente, que muy poco tardarían en llegar los franceses ante los muros de su Cádiz, como así fue.

Los imperiales de Napoleón barrieron la Mancha y Andalucía, y el 5 de Febrero de 1810 se presentaron ante las marismas gaditanas del Puente Suazo. Un día antes había llegado aquél al que llamaron salvador de Cádiz y que no fue Alvear sino otro que pugna por robarle la fama: el duque de Alburquerque. Alburquerque fue otro gran militar que tuvo una intuición genial, a saber, la de acudir con sus tropas a defender Cádiz en lugar de empeñarse en defender Sevilla. Alburquerque estaba previamente en Extremadura, y ante el avance francés por Despeñaperros y Granada pudo tener la tentación de acudir en socorro de Sevilla; pero vio claramente que esa empresa era un sacrificio inútil y prefirió salvar sus tropas y el honor de España tras la cortadura gaditana, y para allá se fue con sus más o menos 10.000 hombres.

La crónica general y las palmas suelen ser para este Alburquerque, y cierto es que su venida se considera providencial para la salvaguarda de Cádiz y de toda su obra incluida la Constitución del 12 que ahora celebramos. Pero igual o más cierto es que Cádiz podía haberse salvado o al menos peleado por su vida sin la llegada de Alburquerque, gracias a las ingentes y sabias obras de fortificación que había preparado el genio de Alvear ante la inminente llegada de los franceses. Alvear apostó 383 cañones de gran calibre cosidos entre las imbricadas defensas gaditanas, entre fuertes y caños, islotes y murallas. Tan magistralmente fueron dispuestas las defensas por Don Diego que el ejército francés no pudo entrar en una ciudad de 50.000 habitantes después de ocupar un país de 10 millones de seres (a salvo parte de Alicante y Murcia). Curiosamente, los cañones que salvaron a Cádiz fueron en buena parte los procedentes de los barcos desmochados de la derrota de Trafalgar; posiblemente, si no hubiese habido un desastre en Trafalgar no se hubiera salvado Cádiz ni sus Diputados de Cortes, pues no habríamos tenido en esa ciudad tantos cañones y tan potentes para defender la urbe.

El día 8 de Febrero de 1810 es aquél en el que Luisa Ward entra en la pequeña historia de Cádiz y sus milagros. Se lo cuento ahora. Los oficiales ingleses aliados a España y cuyos barcos estaban apostados en las aguas gaditanas (pues no les dejaban entrar en la ciudad por miedo a que hicieran otra gibraltarada), invitaron a Luisa Ward, como británica que era, a refugiarse con ellos ante el inminente ataque francés. La buena de Luisa fue a pedirle permiso a su marido para protegerse con sus compatriotas, transmitiendo a Don Diego la pésima impresión que los aliados tenían de nuestra capacidad de defensa. Entonces Alvear le negó a su esposa el permiso, y le contestó: “Dile a esos señores que mientras tu marido mande la artillería, de seguro que no entrarán (los franceses); y si quieren convencerse de ello que te acompañen mañana, y vente tú a comer”. Luisa de Cádiz obedeció a su marido, y al parecer los ingleses también, quienes el día siguiente 9 de febrero hicieron una inspección con Alvear a la primera línea y quedaron muy impresionados por la pericia del general español, no volviendo a insistir en alejar a Doña Luisa de Don Diego.

Estas cosas parecen muy tontas, pero no está de más recordar a algunos personajes que no fueron diputados, ni liberales, ni otra cosa que profesionales en su país, y que también estuvieron ahí para que hoy hablemos de la Pepa, y de la Mercedes, y de tantas cosas. Don Diego de Alvear fue uno de tantos a los que se debe esa épica que ahora se quiere rememorar, sin tener en cuenta que para aquéllos de entonces la épica fue sólo necesidad, dolor y responsabilidad. El hundimiento de la Mercedes va asociado a la desgracia de María Balbastro y tantos otros anónimos. La Constitución de Cádiz va unido al de Luisa y tantos otros anónimos. Entre medias, como un Jano de dos caras, la vida de Don Diego de Alvear, terrible si se mira hacia un episodio, victorioso si se mira hacia el opuesto. La vida y la Historia, como siempre, un río de seres humanos que caen en una sima labrada por la locura de unos pocos.

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