viernes, 17 de mayo de 2013

LA DIGNIDAD DE UNA INFANTA






   A donde no llega la obligación, llega la dignidad. 

   La dignidad es aquello que nos mueve a hacer las cosas que nadie nos puede imponer. En el caso de una Monarquía Parlamentaria, además, toda Familia Real tiene que hacer más cosas por dignidad que el resto de la gente, porque así contrarresta cualquier sospecha de que la ley le obliga a menos que al resto. En el siglo XXI, la dignidad es casi la única razón que puede sustentar a un Rey en el trono.


   En estos días, la autoridad judicial legítima y democrática ha decidido que no se va a obligar a la Infanta Cristina a declarar en juicio. Pues bien, ya que no está obligada por ley ni por juez alguno, debería hacerlo por dignidad. Debería ser ella la que compareciera voluntariamente para dar cuenta de todo lo que las autoridades de su país consideren oportuno. Ahora que las propias leyes la liberan de sombras, es ella la que debería asomarse para traer la luz, demostrando que no teme a nada y que se somete totalmente a las leyes y a las autoridades de ese Estado del que ella, a pocos golpes de mala fortuna que se sucedieran, podría llegar a ser Reina.


   No entraré a valorar, por supuesto, el asunto judicial de fondo, que es de lo más lamentable que se ha visto en mucho tiempo. Sí entro a valorar la cacería que se ha abierto contra la Monarquía de forma interesada y bastante injusta en muchos aspectos sin perjuicio de la crítica que todo merezca. Pero al margen de todo eso sí es triste la imagen de una infanta de España escondiéndose de los periodistas, de sus conciudadanos, de sus críticos. Es una pena que no salga a dar la cara, para defenderse, o para que se la afeen si realmente es culpable de algo. La misma ley que nos aplican a todos no debe ser tan mala como para que una persona inocente se enfrente a ella, y más si pertenece a la institución que es la máxima garante de la ley.


   Por descontado, no confío en absoluto en el pueblo español como ente digno de responder a esa dignidad de la Infanta si ella tuviera ese gesto. Quizá por eso tampoco ella se digna declarar, “para qué”, -pensará-, “si diga lo que diga me van a considerar culpable y me van a asaetear por todas partes”. Pero eso ya es tarde para calibrarlo; haberlo pensado antes de meterse en el sarao que se ha fabricado y que no nace de la noche a la mañana.


   Pero, la cutre conducta previsible de los españoles no es motivo para dejar de hacer los deberes. Hubo una Infanta, Dona Isabel de Borbón, la Chata, que actuó con dignidad cuando las leyes la habían dejado en paz. Fue al proclamarse la Segunda República. Ella rondaba ya los ochenta años y las autoridades le permitieron –pues era una mujer muy popular- quedarse en España a diferencia del resto de la Familia Real, a la que directamente se mostró el camino del exilio. Sin embargo, ella prefirió marcharse voluntariamente, marcando claramente una línea de familia que no quería favor alguno. A los pocos días de cruzar la frontera de Francia se murió, no sé si de pena.


   Hubo otra Infanta que hizo al revés, Luisa Fernanda, hermana de Isabel II y casada con el duque de Montpensier. A ésta y a éste quizá les encaje mejor el traje de Urdangarín, pues el esposo fue acusado de negocios turbios, e incluso de promover la ruina de la monarquía española por su propia ambición de ostentarla, llegando a instigar la revolución de 1868 o el asesinato de Prim, se dijo. Luisa Fernanda sería una Infanta cuya dignidad quedó por debajo de sus obligaciones legales, no por encima como la Chata. Ya ven que hay modelos para todo.


   En cuanto al caso actual, pocas veces tendrá una Infanta de España una ocasión tan clara para demostrar su compromiso con España. Y no lo digo con gusto, yo que soy corsario monárquico por la gracia de la Historia y que no espero nada bueno de su visita a los juzgados, pero menos bueno será aún que nos quede la imagen de una sucesora al trono de España bajando la cabeza cada vez que sale de su coche y se mete en La Caixa, acelerando el paso. Una Infanta que no es capaz de quitarse las gafas de sol y mirar cara a cara a su pueblo, para bien o para mal, lo tiene realmente difícil en el siglo XXI.

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