A donde no llega la obligación, llega la dignidad.
La dignidad es aquello que nos mueve a hacer las cosas que nadie nos
puede imponer. En el caso de una Monarquía Parlamentaria, además, toda Familia
Real tiene que hacer más cosas por dignidad que el resto de la gente, porque
así contrarresta cualquier sospecha de que la ley le obliga a menos que al
resto. En el siglo XXI, la dignidad es casi la única razón que puede sustentar a
un Rey en el trono.
En estos días, la autoridad judicial legítima y democrática ha decidido
que no se va a obligar a la Infanta Cristina a declarar en juicio. Pues bien,
ya que no está obligada por ley ni por juez alguno, debería hacerlo por
dignidad. Debería ser ella la que compareciera voluntariamente para dar cuenta
de todo lo que las autoridades de su país consideren oportuno. Ahora que las
propias leyes la liberan de sombras, es ella la que debería asomarse para traer
la luz, demostrando que no teme a nada y que se somete totalmente a las leyes y
a las autoridades de ese Estado del que ella, a pocos golpes de mala fortuna
que se sucedieran, podría llegar a ser Reina.
No entraré a valorar, por supuesto, el asunto judicial de fondo, que es de
lo más lamentable que se ha visto en mucho tiempo. Sí entro a valorar la cacería
que se ha abierto contra la Monarquía de forma interesada y bastante injusta en
muchos aspectos sin perjuicio de la crítica que todo merezca. Pero al margen de
todo eso sí es triste la imagen de una infanta de España escondiéndose de los
periodistas, de sus conciudadanos, de sus críticos. Es una pena que no salga a
dar la cara, para defenderse, o para que se la afeen si realmente es culpable
de algo. La misma ley que nos aplican a todos no debe ser tan mala como para
que una persona inocente se enfrente a ella, y más si pertenece a la institución
que es la máxima garante de la ley.
Por descontado, no confío en absoluto en el pueblo español como ente
digno de responder a esa dignidad de la Infanta si ella tuviera ese gesto.
Quizá por eso tampoco ella se digna declarar, “para qué”, -pensará-, “si diga
lo que diga me van a considerar culpable y me van a asaetear por todas partes”.
Pero eso ya es tarde para calibrarlo; haberlo pensado antes de meterse en el
sarao que se ha fabricado y que no nace de la noche a la mañana.
Pero, la cutre conducta previsible de los españoles no es motivo para
dejar de hacer los deberes. Hubo una Infanta, Dona Isabel de Borbón, la Chata,
que actuó con dignidad cuando las leyes la habían dejado en paz. Fue al
proclamarse la Segunda República. Ella rondaba ya los ochenta años y las
autoridades le permitieron –pues era una mujer muy popular- quedarse en España
a diferencia del resto de la Familia Real, a la que directamente se mostró el
camino del exilio. Sin embargo, ella prefirió marcharse voluntariamente,
marcando claramente una línea de familia que no quería favor alguno. A los
pocos días de cruzar la frontera de Francia se murió, no sé si de pena.
Hubo otra Infanta que hizo al revés, Luisa Fernanda, hermana de Isabel II
y casada con el duque de Montpensier. A ésta y a éste quizá les encaje mejor el
traje de Urdangarín, pues el esposo fue acusado de negocios turbios, e incluso de
promover la ruina de la monarquía española por su propia ambición de
ostentarla, llegando a instigar la revolución de 1868 o el asesinato de Prim,
se dijo. Luisa Fernanda sería una Infanta cuya dignidad quedó por debajo de sus
obligaciones legales, no por encima como la Chata. Ya ven que hay modelos para
todo.
En cuanto al caso actual, pocas veces tendrá una Infanta de España una
ocasión tan clara para demostrar su compromiso con España. Y no lo digo con
gusto, yo que soy corsario monárquico por la gracia de la Historia y que no espero
nada bueno de su visita a los juzgados, pero menos bueno será aún que nos quede
la imagen de una sucesora al trono de España bajando la cabeza cada vez que sale
de su coche y se mete en La Caixa, acelerando el paso. Una Infanta que no es
capaz de quitarse las gafas de sol y mirar cara a cara a su pueblo, para bien o
para mal, lo tiene realmente difícil en el siglo XXI.
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