sábado, 25 de mayo de 2013

AZNAR, NAPOLEON, DE GAULLE, LANCELOT, JOSE ANTONIO, ESCIPION.






Hace unos días, José María Aznar (ex-Presidente del Gobierno de España con el PP, años 1996-2004) ha salido por la tele en una entrevista larguita y mucha gente hace como que se sorprende de lo que ha dicho. A simple vista, hay cierta unanimidad en cuanto a que sus declaraciones no apoyan precisamente a quien fue su sucesor en el partido y actual Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.

   Para los españoles por el mundo y para los vegetarianos les daremos un mínimo resumen de lo ocurrido hasta hoy: Aznar gobernó durante dos legislaturas; se había comprometido a no presentarse a una tercera elección porque lo había visto en las películas de Estados Unidos y estaba trabajando duro, así que designó a Rajoy como sucesor clon estilo mini-yo pensando que saldría elegido sin despeinarse y continuaría el aznarismo sin Aznar; tres días antes de las elecciones (previstas para el 14-Marzo) ocurrió el atentado más terrible (11-M) y menos y peor investigado de la historia de España, la población se conmocionó, el PP y el PSOE actuaron ambos de una manera errónea en esos tres días –a mi juicio muchísimo peor el PSOE, pero eso sólo me convierte en candidato a recibir pedradas-; alguna mano invisible –y seguramente internacional, Francia es la primera candidata, aquí no tenemos lumbreras de tal calibre- debió manejar aquellos hilos para que la España que iba tremendamente bien encaminada para estar saneada ante tiempos difíciles cayera en manos de un gobierno bananero que dejó España para Eurovisión, gracias a un personaje llamado Zapatero y a los millones de españoles que le rieron la gracia porque entonces todo nos hacía gracia, qué gracia; la España harta de degradarse eligió por fin al sucesor conservador de Aznar, a ver si éste recomponía el Titánic con el agua ya por el salón de baile; más vale tarde que nunca, diría Aznar, a ver si ahora mi sucesor ya puede seguir mi legado.

   Y entonces empezó a ocurrir lo que nadie esperaba: Rajoy tampoco había preparado los deberes, aunque por descontado era –y es- diez veces mejor un Rajoy despistado que un Zapatero despistado (Rajoy cuando se despista falla, Zapatero cuando se despista acierta). Empezó a incumplir su programa, lo que a nadie de sus votantes importa mientras nos saque de la crisis, y todos sus no votantes repiten incansablemente como si eso fuera la única forma de hacer mejores a sus propios lilliputienses.

   Y en ese momento aparece Aznar. Aznar, quizá el mejor de los presidentes de la democracia hasta ahora (incuso con sus bastantes fallos), llevaba ya tiempo siendo el peor de los expresidentes, al revés que Zapatero que asombrosamente se ha convertido en el mejor de los expresis. Pero lo de la entrevista del otro día es algo más: le ha convertido en un presidenticida. ¿Qué quiere José María Aznar? ¿Volver a gobernar? ¿Hacer de acerico como Mourinho para atraer la atención y que sus chicos sigan tranquilos? ¿Defender su honor?

   Los comentarios periodísticos no han faltado desde el primer momento. David Gistau, al que admiro por su tino y sobriedad, le ha comparado con el Napoleón que vuelve del presidio de Elba y retoma el poder para un sueño de 100 días que acabó en Waterloo. Hoy he visto en El Mundo otra comparación que pretende superar a aquélla: la de De Gaulle, cuando después de haberse retirado en 1946, volvió en 1958 hasta 1969 para recuperar el timón perdido en Argelia y promover la Quinta República.

Por supuesto que no voy a discutir esas comparaciones, como tampoco rectificaría las Vidas Paralelas de Plutarco. Todas son brillantes y todas hacen reflexionar. Sin embargo, a mí me gustan más otras. La de Napoleón me chirría porque Napoleón realmente no se había ido nunca voluntariamente; lo habían hecho prisionero tras la batalla de las Naciones y finalmente se rindió en las jornadas de Abril de 1814. Su vuelta no fue una decisión que rectificaba una retirada previa, sino un remolino más de quien nunca se había rendido.

En cuanto a De Gaulle, le pondría el pero de que, tanto en la primera como en la segunda fase, se trata de un militar en guerra; lo fue en la II Guerra Mundial y lo fue con la guerra de Argelia. No se trata de una carrera política de partidos por vías democráticas, sino más bien luchas en las que se busca representar la unidad de Francia en momentos de violencia internacional. Que además sirviera para gobernar Francia con buen pulso en tiempos de paz no deja de ser la anécdota de un verdadero militar, como lo fue el gobierno de Aníbal en Cartago tras la Segunda Guerra Punica cuando demostró que podía ser tan gran gobernante civil como general en la guerra.

Yo añadiría tres nombres a esta ensalada de cotejos. El primero es el de Lanzarote del Lago, Lancelot du Lac, el caballero de la carreta… Lanzarote. Es el mejor caballero, o al menos él lo cree así, porque es el más leal y el más apasionado. Está enamorado de Ginebra/España pero es leal al rey del momento Arturo/Rajoy. Querría estar al lado de Ginebra/España pero debe alejarse de ella por bien de Arturo/Rajoy, no debe quitarle protagonismo ni debilitarle con su pasión por la soberana. España, la gran amante de Aznar, está ahora con otro y cualquier sombra de duda debilitaría al actual presidente y ello redundaría en perjuicio del reino, lo que Lanzarote no se perdonaría.

   No puedo entrar ahora en la complejísima figura de Lanzarote, quien quiera que se lea El Caballero de la carreta, La Muerte de Arturo, los Ciclos del Grial, etc., y las cuatrocientas interpretaciones. Yo me quedo con El Regreso de Lanzarote: al final, según las versiones, Lanzarote no puede más y piensa que debe volver, para salvar al reino, tragándose todos sus orgullos y sus respetos y sus cilicios de no ver más a Ginebra. Llega tarde, como siempre, Rajoy ha muerto, España lo mismo, y Lanzarote acaba de ermitaño. ¿Vuelve Aznar porque, aunque se había prometido a sí mismo alejarse para no sufrir y no hacer sufrir, se siente obligado a volver por lealtad a su amor por Ginebra una vez visto que Arturo Rajoy no sabe hacer los deberes ni defender el reino?

   Me atrae también José Antonio Primo de Rivera como modelo para Aznar. José Antonio dejó entrever en varias ocasiones que su entrada en política se debía al intento de defender la memoria de la gestión de su padre Miguel, el cual había sido dictador de España entre 1923-1929. Las exigencias de responsabilidades tras la llegada de la II República por los posibles desfalcos y corruptelas de Don Miguel es lo que incitó a su hijo a participar para impedir lo que para él era una difamación de una labor mucho menos torpe y sucia de lo que se quería presentar. ¿Es eso Aznar? Hay quienes entienden que Aznar pasa totalmente de lo que haga Rajoy, pero no pasa de que en estos días se estén metiendo todos con la boda de su hija, con la lista de invitados en la que se salvan muy poquitos, con los costes de iluminación de la boda en El Escorial que pagó el Bigotes… y además lo de su querida esposa Ana Botella alcaldesa de Madrid a la que no hacen sino perseguir con el escándalo del Madrid Arena, y nadie la defiende al menos abiertamente. ¿Es lo de Aznar un intento de defender el honor de su familia y de sí mismo, mucho más que el de sostener una batalla política? No lo sé, quizá no tendría tanto problema familiar si no hubiera metido a su hijita en el Palacio de todos y a su mujer en el Ayuntamiento de todos, pero en fin, él sabrá.

Me queda Escipión, que dejo para el final ya que también antes hablé de Aníbal. Escipión fue un magnífico salvador de Roma, de hecho es quizá el personaje al que Roma más debe, como defensor en el peor ataque de su historia y como fundador de unos valores que convencieron a Roma de que ella debía ostentar la hegemonía del mundo. Escipión, como Aznar, provenía de una familia que ya había prestado servicios a Roma; fue hábil en superar una crisis en mucho menos tiempo de lo que parecía necesario; fue mejor que sus enemigos; habló con ellos en la intimidad no sé si en catalán o en cartaginés; y sobre todo: ACABÓ MAL. Acabó acusado de corrupción y se entablaron juicios contra él, quizá injustos, quizá premeditados por los mediocres que le rodeaban para minar su posible vuelta, quizá justificados. Quién lo sabe; si no podemos hoy aclarar lo que pasó en el 11-M mucho menos podemos aclarar lo que pasó hace 2.200 años.

   Lo que sí está claro es que Aznar se cree igual que alguien, no sé quien pero alguien, porque muchas veces parece que recita un guión más que piensa, quizá el de Juana de Arco, quizá el de Ortega y Gasset, o Don Pelayo. Que se aclare, que yo me pierdo. Y me aburro.

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