Mi barco es capaz de navegar cuesta abajo. Perdió las velas, rotos sus
mástiles, el timón llevado por una ola y el timonel y todos los demás no están.
O sí. El agua entra por ranuras, brechas, bocanadas, y aun así navega mientras
veo flotar entre el agua entrante mis astrolabios, sextantes, compases, cartas
marinas y las propias y mi patente vieja… pero nadie está herido.
En un momento mi barco es lustroso y está nuevo, viaja a tres metros
sobre el mar y otras se hunde como un invitado. La tripulación se subleva y me
arroja, de pronto me aclama y de pronto se esconde pero no pienso hacerles
preguntas.
La noche es más fácil y el día no es. Los círculos en el mar delatarían
de qué mar se trata, es mejor arriar y que la corriente compita con la
ingravidez de los desesperados. Cuanto menos se entiende más se vive, y a este
barco no lo entiende nadie porque es como un fantasma hecho sólo de voluntad.
A la Tortuga, a Corfú, Goa. Un dolor en cada puerto, y un puerto en cada
enemigo, esperándome. ¡Pues que espere!
No hay comentarios:
Publicar un comentario