Señores, Gibraltar nunca será
español. No lo será porque ahora mismo es de un país (Gran Bretaña) que es un
país y sabe lo que quiere, y España ni es un país ni sabe lo que quiere. Hay
que decir, además, que eso no es culpa de los de ahora o de antes, ni de los de
un lado o del otro, porque ETERNAMENTE SOMOS ASÍ; por culpa de nuestra división
e incompetencia se perdió (eso y todo lo demás), y por culpa de nuestra división
e incompetencia jamás se recuperó, a pesar de haber tenido varias oportunidades
en las que no se tuvo éxito debido a los amiguismos y a las corruptelas, en
lugar de utilizar a gente competente (que se lo digan al capitán Toni, corsario
Barceló y sus lanchas para más señas). Es más, por nuestra división e incompetencia
yo creo que nunca merecimos ni siquiera tenerlo alguna vez; sólo la casualidad
de unos buenos años hizo que durante varios siglos inexplicables fuera español.
Pero hecha esa concesión al noventayochismo ibérico, quiero también dar
la de cal y la de arena: por un lado, empeñarse en recuperar Gibraltar es lo
mismo que empeñarse en recuperar la
Florida, o Bruselas, o Nápoles, pues se cedió por un tratado
firmado por España y los tratados son para ser cumplidos (“pacta sunt servanda”,
que decían en Roma). Señores, lo que nos impide reclamar Gibraltar es lo mismo
que nos permite proteger Menorca de los ingleses, Canarias de los
estadounidenses, o Pamplona o Sevilla de los franceses: un tratado. En este
caso, el de Utrecht. ¿Para qué se firmó, si no? Y es cierto que después hubo
varios tratados más, pero no nos hundamos ahora en ese lodazal que está muy
bien en los manuales, y vayamos al espíritu del pacto: un pacto es un punto
final a un conflicto. Si no nos gusta ese tratado había que HABERLO PENSADO
ANTES, antes de la Guerra
de Sucesión, antes de centrar la vista en la boina propia en lugar del sombrero
común, que otro gallo nos hubiera cantado. Por culpa de nuestra división no sólo
perdimos Gibraltar, sino también Menorca, Nápoles, Sicilia, Milán, Bélgica…
¿les parece poco? Y ahora lloramos sólo por un peñasco cuando aquella guerra
civil hoy convertida en independentista supuso que España perdiera definitivamente
su presencia en Europa, gracias en parte a los que hoy presumen de ser los
españoles más europeos.
Esa era la de cal. La de arena consiste en que ese punto final no puede
ser un punto de arranque para una nueva historia de agravios, que es en lo que
se ha convertido desde el mismo 1713. Dicho de otra forma: de igual modo que
debe CUMPLIRSE EL TRATADO PARA MAL, TAMBIEN DEBE CUMPLIRSE PARA BIEN. Lo que no
es de recibo es que España respete el Tratado en todo caso, y el Reino Unido lo
incumpla en todo caso, durante 300 años. Que se queden con la roca de su tratado,
o sea, CON LA ROCA. Que
se vayan de las zonas ocupadas ilegalmente, de las aguas ocupadas ilegalmente,
de los espacios aéreos ocupados ilegalmente, de las franjas desecadas ilegalmente,
de los usos practicados ilegalmente, de los contrabandos, las estafas, las mafias,
las evasiones fiscales, las burlas permanentes a nuestras fuerzas armadas, nuestras
fronteras, nuestros pescadores, nuestros funcionarios, nuestros compatriotas…
No voy aquí a hacer un estudio jurídico sobre los derechos de España a
recuperar Gibraltar porque ya lo he hecho en otros momentos, y hay gente que lo
explica mucho mejor. Creo que hay que seguir reivindicando al cien por cien la
devolución, pero sin que el fracaso en ese empeño nos haga pensar que ese
objetivo es el único posible; antes bien creo que debe ser el último, pues hay
otros objetivos mucho más reivindicables y de forma más fácil; para qué
reclamar el bosque si podemos ir árbol por árbol.
España ha caído en ocasiones en una práctica amistosa con los llanitos,
como si poniéndonos piel de cordero fuesen a querer ser españoles. Señores,
desengáñense, ningún extranjero en su sano juicio querría ser español, máxime
si ya tiene todo lo bueno de serlo y nada de lo malo. Nosotros (algunos) queremos
a España como se quiere a un hijo descarriado, pero decirle al vecino que
quiera a nuestro hijo mastuerzo es otro tema muy distinto. Pues bien, seamos
realistas: en los próximos siglos será muy raro que a los gibraltareños les entre
un arrebato de amor a España, Y ESTÁN EN SU DERECHO de sentir como quieran. Pero
también España está en su derecho de NO DEJARSE
TOMAR MÁS EL PELO.
Precisamente la convicción de que
no recuperaremos Gibraltar por las buenas (ni por las malas, descartada la vía
de la fuerza) porque hay un TRATADO, nos debe dar más fuerza moral para decir que
el TRATADO DEBE CUMPLIRSE A RAJATABLA. Eso es lo que no hace nunca España.
Si el Tratado se cumpliera a rajatabla,
y España aplicara todas sus leyes de soberanía, los gibraltareños se ahogarían
por sí sólos, no haría falta ninguna campaña, ningún casus belli, nada de
asperezas, la fruta madura que decía F.F.Bahamonde caería sobre los pinchos de
los bloques sumergidos y se desinflaría; nadie querría vivir allí, como ocurrió
durante muchísimo tiempo en que Gibraltar era un secarral con cuatro cabras.
España tiene intereses con Gran
Bretaña y con los británicos, entre ellos el turismo, y no es plan de que
parezca que los españoles nos hemos vuelto antibritánicos; yo no lo soy, estoy
encantado de que vengan cuando lo hacen para divertirse conforme a la ley, pero
sí soy contrario a que me roben con el contrabando, a tener una cueva de Alí
Babá en plena Cádiz, a que me estafen los impuestos millonarios de los teleadictos,
los beneficios de los no residentes, etc. España debería hacer una campaña no
tanto para reiterar sus sacrosantos derechos a recuperar la roquita de los
monos sino para avergonzar ante toda Europa y todo el mundo el estercolero de
platino en que se está convirtiendo ese peñón con la aquiescencia de Downing
Street. Gibraltar es hoy una infamia, no una colonia, y por ahí debería atacar
España, pues hasta hoy sólo sabemos enfrentar nuestro orgullo de toro a la
frialdad viperina de los anglosajones.
Tratemos a los británicos
(incluidos gibraltareños) como personas normales, no como a monstruos, y por
tanto exijámosles lo que se exige a cualquier persona: que cumpla las leyes,
las nuestras y las internacionales. Yo estoy harto de ver a mis ministros
soltar latiguillos en cenorrios de la
ONU que luego no van a ningún lado, o aprovechar episodios
casuales para malvinizar el tema. Señores, es suficiente con aplicar las leyes
y, si hace falta, crear otras nuevas en uso de nuestra soberanía.
Claro, que para eso hacen falta dos cosas: la primera es estar
limpio, y a saber si todos los españoles de la zona o de la no zona tienen
interés en que aquello siga como está. Ojo, no todos los intereses son
ilegítimos, pues hay que tener en cuenta que toda decisión conlleva costes y
que algunos pueden caer por el camino. Lo que España ha hecho siempre mal (que
yo sepa) es no saber crear un incentivo para que los españoles limítrofes a
Gibraltar estén encantados de la vida, tengan trabajo, progresen, hasta el
punto de que sean los gibraltareños los que estuvieran deseando participar de
ese mundo. Por el contrario, hemos dejado abandonada La Línea, el Campo de
Gibraltar, hemos creado un erial de suciedad institucional y polvareda que ha
lanzado a todos los españoles a querer ser adoptados por Su Majestad la
Roca. Y así nos va. La alcaldesa de La Línea se ha quejado de la
postura española, y no me parece bien, pero no hay que dejar pasar una cosa importante
y es que lleve razón o no está poniendo de manifiesto algo que debe
avergonzarnos a todos: el que España no haya trazado desde hace décadas un plan
para enaltecer a los españoles de la zona, en lugar de abocarlos a ser los
camellos, mamporreros y testaferros de los “zeñorito de zu majetá”.
La segunda es la unidad, y ahí entra el Partido Socialista Obrero
Equidistante. Qué pena, una vez más, que la parte más seria de la izquierda
parezca menos seria que la peor derecha; que el PSOE, que teóricamente atesora como
Smígol (no sé como es) el tesoro de la media España “progresista”, no sepa
nunca en qué consista el progreso más allá de llevar la contraria al Partido Popular
o de aquello que signifique unidad de acción nacional (o estatal, si les gusta
más) de España. Equidistante entre España y sus “naciones”, como ocurre con
Cataluña o el País Vasco y sus PSC y PSE. Equidistancia con Gran Bretaña cuando,
según el PSOE, España hace aspavientos cuando se queja de que los gibraltareños
nos llenen el suelo marino de un Tetris gigante; o equidistancia con Marruecos
cuando los amigos africanos acampan en Perejil. Siempre equidistante, pobrecito
Partido Socialista que nunca sabe dónde quiere estar sino sólo dónde no quiere
estar (nunca junto al PP, nunca junto a lo que signifique sencillamente España
sin matices salvo cuando hay medalla deportiva de por medio –y televisión-.).
Con partidos mayoritarios equidistantes no se puede ir a ninguna parte. Que eso
lo hagan los partidillos del sainete español tiene hasta su gracia, pero que lo
haga quien tiene vocación de Estado es imperdonable, y así nos va. El gracioso
de las obras teatrales españolas del barroco es un personaje genial, pero nunca
dejaríamos a ese gracioso que además hiciera justicia en Zalamea o que ya en el
XIX pretendiera conquistar a Doña Inés. Pues sí, nuestro partido socialista es
tan equidistante que se quedó en aquello del “ni quito ni pongo rey”, aun a
sabiendas de que con esa conducta siempre acaba “ayudando a su señor”, que
casualmente siempre es el debilitamiento del Estado (ése que tanto quieren
defender, en otros foros, cuando se quejan del progresivo desmantelamiento del
ídem ante el capital privado, pero que nunca saben defender cuando el
adversario no es virtual sino evidente).
En fin, mi enhorabuena condicionada al Ministro español por su firmeza.
Condicionada digo, porque me espero a ver si dentro de quince días seguimos con
cara de tener un plan, o estamos ya mirando a todas partes a ver qué ha dicho
Venezuela o Cuba o Lituania o Artur Mas.
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