Bajo alguna baldosa del Vaticano, cosido al forro
de la casulla del Camarlengo, o grabado en un diamante camuflado entre las
lágrimas de una lámpara de araña, ahí está el testamento secreto de Ratzinger,
y si no al tiempo.
Esto es un aviso para la CIA o el FBI o el KGB (pongo
todos estos nombres para que les salte el chivato y me aumenten las visitas, y
añado el MOSAD, el Foreign Office y a Método 3 y Rubalcaba para hacer patria).
Atentos al mensaje oculto dejado por Joseph Ratzinger, porque puede que nunca
salga a la luz. Lo haga o no lo haga, en ambos casos vendrá Dan Brown y me
robará la idea.
El Papa ha dimitido, o mejor dicho “renunciado”,
porque -como dice el canon 332.2 del Código de Derecho Canónico- la renuncia no
requiere ser aceptada por nadie. Lógico, pues no puede presentarse la dimisión
ante el Espíritu Santo, inspirador de su nombramiento. A tal efecto, hay que
recordar que la “dimisión”, de tener que ser aceptada, habría de serlo por el
mismo órgano que efectúa el nombramiento, pero éste no lo realiza ningún órgano
pues el CONCLAVE no es un “órgano” sino una “institución”; el órgano es el
Colegio Cardenalicio, pero cuándo éste se reúne en Cónclave no lo hace como
Colegio sino como institución que se reúne una vez con un sólo cometido (elegir
Papa), y se disuelve una vez cumplida su misión. Por tanto, aunque esté
constituido por Cardenales, no es lo mismo Cónclave (institución ocasional) que
Colegio Cardenalicio (órgano permanente).
Para mayor claridad, leamos el articulito en
cuestión, del Código de Derecho Canónico:
2.- Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie.
Esto significa que el Papa puede renunciar a su
oficio. Algún amigo me decía que no puede renunciar sino sólo dejar su oficio
por muerte, pero creo que no es así, de hecho hay más causas de cesación del
papado, como la de que quedase la sede “totalmente impedida” (canon 335).
Todo esto no es lo que quería decir, sino algo que
va más allá, una vez que van saliendo rumores sobre lo que ha hecho “renunciar”
al Papa. La imagen del “Papa rodeado de lobos” acuñada por L´Osservatore romano
es muy gráfica y, aunque no sabemos si procede del mismo Ratzinger, es
coherente con la protesta encubierta que el papa alemán está deslizando y con
los pasos que ha venido dando para boicotear al todopoderoso Cardenal Bertone (envío
a Bogotá de su mano derecha Ettore Balestrero, al que Ratzinger ha ascendido a
Arzobispo para mandarlo como nuncio a Colombia –promoveatur ut removeatur-, nombramiento
del barón von Freyberg para el banco vaticano –IOR-, y todo esto en los minutos
de la basura, que diría Ramón Trecet).
Otro síntoma de que “algo huele a podrido en el
Vaticano”, parafraseando a Hamlet, es que el Papa no se va a retirar a la abadía
de Montescasino, o a los montes alemanes del Jura; se va a la villa papal de
Castell Gandolfo, de donde se supone que no volverá a salir. Hay que decir que
esta villa tiene estatus jurídico de parte del Estado Ciudad del Vaticano, y
está bajo la custodia de la Guardia Suiza,
esto es, los soldados del Papa (el nuevo que venga). Así contado, no sé muy
bien cuál va a ser la diferencia entre Joseph Ratzinger y Rudolf Hess, ambos
alemanes y pajaritos en jaula gigantesca, todo hasta que cualquier día nos
digan que “el pobrecito ha amanecido occiso”, o que –usando la imagen que se me
quedó grabada al leer el óbito del marino alicantino Jorge Juan, lo han hallado
“completamente muerto”. Vamos, lo mismo que Napoleón, enfermito el pobre bajo
el dominio inglés de Santa Elena entre arsénicos, mercurios y mosquitos para
gloria del doctor Antommarchi y cabreo del Conde de les Cases.
O sea, que el Papa se va preso más que otra cosa.
Algo así como Clemente V en Avignon, Clemente VII con nuestro Carlos I, Pío VII
con Napoleón, o Pío IX en 1870 cuando se encerró en el Vaticano en plena
unificación italiana tras ser expoliado de todos sus Estados Pontificios y ser
impelido a abandonar Roma. Pío IX fue llamado “El Prisionero del Vaticano”, y
con ese título fueron también conocidos los siguientes Papas pues allí quedó el
sucesor de San Pedro encerrado en situación totalmente inestable durante los
pontificados de León XIII, Pío X, Benedicto XV, y Pío XI, todos
ellos presos en el Vaticano y rodeados de Italia por todas partes menos por una
–el Cielo-. Cuando algunos critican el que el Papa firmara un Tratado con
Mussolini (Pactos de Letrán de 1929) se olvidan de dos cosas: la primera es que
en esos años Mussolini tenía preso al Papa con capacidad para barrerlo de un plumazo,
y la segunda es que ninguna potencia mundial había hecho apenas nada para
proteger al Papa, sólo España había mostrado algo de interés en 1915 cuando,
acosado el papa en plena Guerra Mundial y habiendo retirado las potencias
germanas sus embajadores de Roma, quedó Benedicto XV totalmente a merced de sus
enemigos y fue Alfonso XIII quien le ofreció refugiarse en El Escorial.
El
siguiente Benedicto, el XVI, es otro rehén como lo fue el XV, y el XIII (Papa
Luna), y tantísimos otros Papas para quien los conozca, muchas veces obligados
a ciertas cosas porque, como dedujo Stalin, los papas no tienen divisiones de
tropas que los defiendan.
Pero
Ratzinger no es tonto. Ha demostrado un elevadísimo nivel intelectual, y por
eso yo creo que tiene tramada una trampa por si acaso. La trampa consiste en
que, al decir que “renuncia”, se debe entender en todo caso que lo ha hecho
conforme a la ley, esto es, en los términos que previene el Código de Derecho
Canónico, el cual habla en todo momento de “renuncia libre”. Esta va a ser la
ficción que todos van a asumir como guión, aunque todos sospechan que su
renuncia no ha sido tan libre como dice el papel. Al Papa lo retirarán para que
no hable, y él lo sabe, quizá forma parte del pacto. Ha nombrado una comisión
de tres cardenales para que hagan un informe previo al conclave y avisen de quién
sabe qué a los electores, ellos sabrán qué van a decir.
Pero una
cosa está clara: Yo no soy más listo que Ratzinger, y si yo fuera Ratzinger me
habría guardado una carta en la manga, la de toda la vida: dejar una prueba de
que “mi renuncia no fue libre, sino obligada”. Una carta secreta, una denuncia
oculta, algo que me permita a mí o a mis seguidores impugnar la renuncia como “antijurídica”
por ser “coaccionada”. En caso de que apareciera alguna prueba de que la
renuncia de Benedicto XVI ha sido NO LIBRE, se caería todo lo que venga detrás.
Es lo que ocurrió en el Cisma de Occidente, cuando no había manera de arreglar
nada porque cada Papa impugnaba –y con su parte de razón o de ley- el
nombramiento de los otros y con ello todos los nombramientos de cardenales
hechos por el indebidamente nombrado. Con su renuncia, el rehén ha apresado a sus captores (algo así como cuando Julio César fue capturado por los piratas y les dijo que habían cometido un gran error porque él acabaría con ellos), y los ha ligado a su propia suerte como Sansón que murió matando; todo lo que ocurra con los nuevos papas durante algunos años queda ahora sujeto a que Benedicto XVI (o alguien) no saque las pruebas de que su renuncia fue bajo presión.
Esa es el arma de Ratzinger, el dejar una prueba
de que su renuncia fue ilegal. Quizá sea esa la piedra en el camino que ha
dejado para que se cumplan las listas de las profecías, los antipapas y todos los Códigos Da
Vinci que se le ocurran a Tom Hanks. Al tiempo.
La
siguiente pregunta es “¿Dónde, cómo y a quién habría dejado el Papa como
custodio de esa prueba? Lo normal es que lo haya dejado a más de una persona, y
en un soporte difícil de borrar, como es la piedra, así que vaya alguien a revisar
si Benedicto XV ha encargado ya la lápida de su tumba. Eso ya lo dejo para Iker
Jiménez, yo me quedo en la espera.
Y lo dejo aquí por hoy. Conste que iba a empezar
esta entrada por una relación de todas las cosas que se deben a este Papa, pero
por hoy no quiero cansar más a la tripulación que se merece un descanso, y yo
mismo, que a mi manera soy preso de ellos como los Benedictos lo fueron de los
reyes. Así sea.
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