domingo, 24 de febrero de 2013

EL PRISIONERO DEL VATICANO





   Bajo alguna baldosa del Vaticano, cosido al forro de la casulla del Camarlengo, o grabado en un diamante camuflado entre las lágrimas de una lámpara de araña, ahí está el testamento secreto de Ratzinger, y si no al tiempo.

   Esto es un aviso para la CIA o el FBI o el KGB (pongo todos estos nombres para que les salte el chivato y me aumenten las visitas, y añado el MOSAD, el Foreign Office y a Método 3 y Rubalcaba para hacer patria). Atentos al mensaje oculto dejado por Joseph Ratzinger, porque puede que nunca salga a la luz. Lo haga o no lo haga, en ambos casos vendrá Dan Brown y me robará la idea.

   El Papa ha dimitido, o mejor dicho “renunciado”, porque -como dice el canon 332.2 del Código de Derecho Canónico- la renuncia no requiere ser aceptada por nadie. Lógico, pues no puede presentarse la dimisión ante el Espíritu Santo, inspirador de su nombramiento. A tal efecto, hay que recordar que la “dimisión”, de tener que ser aceptada, habría de serlo por el mismo órgano que efectúa el nombramiento, pero éste no lo realiza ningún órgano pues el CONCLAVE no es un “órgano” sino una “institución”; el órgano es el Colegio Cardenalicio, pero cuándo éste se reúne en Cónclave no lo hace como Colegio sino como institución que se reúne una vez con un sólo cometido (elegir Papa), y se disuelve una vez cumplida su misión. Por tanto, aunque esté constituido por Cardenales, no es lo mismo Cónclave (institución ocasional) que Colegio Cardenalicio (órgano permanente).

   Para mayor claridad, leamos el articulito en cuestión, del Código de Derecho Canónico:


  Canon 332.
     2.- Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie.

   Esto significa que el Papa puede renunciar a su oficio. Algún amigo me decía que no puede renunciar sino sólo dejar su oficio por muerte, pero creo que no es así, de hecho hay más causas de cesación del papado, como la de que quedase la sede “totalmente impedida” (canon 335).


   Todo esto no es lo que quería decir, sino algo que va más allá, una vez que van saliendo rumores sobre lo que ha hecho “renunciar” al Papa. La imagen del “Papa rodeado de lobos” acuñada por L´Osservatore romano es muy gráfica y, aunque no sabemos si procede del mismo Ratzinger, es coherente con la protesta encubierta que el papa alemán está deslizando y con los pasos que ha venido dando para boicotear al todopoderoso Cardenal Bertone (envío a Bogotá de su mano derecha Ettore Balestrero, al que Ratzinger ha ascendido a Arzobispo para mandarlo como nuncio a Colombia –promoveatur ut removeatur-, nombramiento del barón von Freyberg para el banco vaticano –IOR-, y todo esto en los minutos de la basura, que diría Ramón Trecet).


   Otro síntoma de que “algo huele a podrido en el Vaticano”, parafraseando a Hamlet, es que el Papa no se va a retirar a la abadía de Montescasino, o a los montes alemanes del Jura; se va a la villa papal de Castell Gandolfo, de donde se supone que no volverá a salir. Hay que decir que esta villa tiene estatus jurídico de parte del Estado Ciudad del Vaticano, y está bajo la custodia de la Guardia Suiza, esto es, los soldados del Papa (el nuevo que venga). Así contado, no sé muy bien cuál va a ser la diferencia entre Joseph Ratzinger y Rudolf Hess, ambos alemanes y pajaritos en jaula gigantesca, todo hasta que cualquier día nos digan que “el pobrecito ha amanecido occiso”, o que –usando la imagen que se me quedó grabada al leer el óbito del marino alicantino Jorge Juan, lo han hallado “completamente muerto”. Vamos, lo mismo que Napoleón, enfermito el pobre bajo el dominio inglés de Santa Elena entre arsénicos, mercurios y mosquitos para gloria del doctor Antommarchi y cabreo del Conde de les Cases.


   O sea, que el Papa se va preso más que otra cosa. Algo así como Clemente V en Avignon, Clemente VII con nuestro Carlos I, Pío VII con Napoleón, o Pío IX en 1870 cuando se encerró en el Vaticano en plena unificación italiana tras ser expoliado de todos sus Estados Pontificios y ser impelido a abandonar Roma. Pío IX fue llamado “El Prisionero del Vaticano”, y con ese título fueron también conocidos los siguientes Papas pues allí quedó el sucesor de San Pedro encerrado en situación totalmente inestable durante los pontificados de León XIII, Pío X, Benedicto XV, y Pío XI, todos ellos presos en el Vaticano y rodeados de Italia por todas partes menos por una –el Cielo-. Cuando algunos critican el que el Papa firmara un Tratado con Mussolini (Pactos de Letrán de 1929) se olvidan de dos cosas: la primera es que en esos años Mussolini tenía preso al Papa con capacidad para barrerlo de un plumazo, y la segunda es que ninguna potencia mundial había hecho apenas nada para proteger al Papa, sólo España había mostrado algo de interés en 1915 cuando, acosado el papa en plena Guerra Mundial y habiendo retirado las potencias germanas sus embajadores de Roma, quedó Benedicto XV totalmente a merced de sus enemigos y fue Alfonso XIII quien le ofreció refugiarse en El Escorial.

   El siguiente Benedicto, el XVI, es otro rehén como lo fue el XV, y el XIII (Papa Luna), y tantísimos otros Papas para quien los conozca, muchas veces obligados a ciertas cosas porque, como dedujo Stalin, los papas no tienen divisiones de tropas que los defiendan.


   Pero Ratzinger no es tonto. Ha demostrado un elevadísimo nivel intelectual, y por eso yo creo que tiene tramada una trampa por si acaso. La trampa consiste en que, al decir que “renuncia”, se debe entender en todo caso que lo ha hecho conforme a la ley, esto es, en los términos que previene el Código de Derecho Canónico, el cual habla en todo momento de “renuncia libre”. Esta va a ser la ficción que todos van a asumir como guión, aunque todos sospechan que su renuncia no ha sido tan libre como dice el papel. Al Papa lo retirarán para que no hable, y él lo sabe, quizá forma parte del pacto. Ha nombrado una comisión de tres cardenales para que hagan un informe previo al conclave y avisen de quién sabe qué a los electores, ellos sabrán qué van a decir.


   Pero una cosa está clara: Yo no soy más listo que Ratzinger, y si yo fuera Ratzinger me habría guardado una carta en la manga, la de toda la vida: dejar una prueba de que “mi renuncia no fue libre, sino obligada”. Una carta secreta, una denuncia oculta, algo que me permita a mí o a mis seguidores impugnar la renuncia como “antijurídica” por ser “coaccionada”. En caso de que apareciera alguna prueba de que la renuncia de Benedicto XVI ha sido NO LIBRE, se caería todo lo que venga detrás. Es lo que ocurrió en el Cisma de Occidente, cuando no había manera de arreglar nada porque cada Papa impugnaba –y con su parte de razón o de ley- el nombramiento de los otros y con ello todos los nombramientos de cardenales hechos por el indebidamente nombrado. Con su renuncia, el rehén ha apresado a sus captores (algo así como cuando Julio César fue capturado por los piratas y les dijo que habían cometido un gran error porque él acabaría con ellos), y los ha ligado a su propia suerte como Sansón que murió matando; todo lo que ocurra con los nuevos papas durante algunos años queda ahora sujeto a que Benedicto XVI (o alguien) no saque las pruebas de que su renuncia fue bajo presión.


   Esa es el arma de Ratzinger, el dejar una prueba de que su renuncia fue ilegal. Quizá sea esa la piedra en el camino que ha dejado para que se cumplan las listas de las profecías, los antipapas y todos los Códigos Da Vinci que se le ocurran a Tom Hanks. Al tiempo.


   La siguiente pregunta es “¿Dónde, cómo y a quién habría dejado el Papa como custodio de esa prueba? Lo normal es que lo haya dejado a más de una persona, y en un soporte difícil de borrar, como es la piedra, así que vaya alguien a revisar si Benedicto XV ha encargado ya la lápida de su tumba. Eso ya lo dejo para Iker Jiménez, yo me quedo en la espera.


   Y lo dejo aquí por hoy. Conste que iba a empezar esta entrada por una relación de todas las cosas que se deben a este Papa, pero por hoy no quiero cansar más a la tripulación que se merece un descanso, y yo mismo, que a mi manera soy preso de ellos como los Benedictos lo fueron de los reyes. Así sea.

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