Benedicto XVI,
Joseph Ratzinger, ha renunciado al Papado. Es curioso porque este Benedicto se
hará famoso por su gesto de abandono, con el que viene a equilibrar en la Historia
a otro Benedicto que se hizo famoso por todo lo contrario: por mantenerse en sus
trece: el Papa Luna, Pedro de Luna, Benedicto XIII.
Salvo que
alguien me corrija, leí en su momento que de ahí viene la expresión “mantenerse
en sus trece”. El Papa Luna, personaje trágico donde los haya y digno en su día
de uno de aquellos magníficos “Paisaje con figuras” de Antonio Gala, fue uno de
los varios Papas que se vieron envueltos en el Cisma de Occidente, cuando llegó
a haber hasta tres Papas a la vez y cuando todas las cortes de Europa,
monasterios y universidades tomaron cartas en un ajedrez de dimensiones hiperbóreas
y consecuencias fundacionales.
Por unas
razones u otras, los restantes Papas fueron renunciando o muriendo en aras de
solución, todos salvo Benedicto XIII. Luna se enrocó en el palacio castillo de
Peñíscola, entre fantasmas templarios y celuloides del Cid, paseando como un
Van Gogh renacescente (licencia), amaneciendo cada día más Gregorio Samsa y
anocheciendo cada día más Karamazov, dando vueltas como Abenjacán en el
laberinto de Borges, Minotauro con sotana… Defendido en un principio por los
hispanos de Castilla y Aragón, Portugal, Navarra… éstos se fueron descolgando
poco a poco de la obediencia al desobediente y haciendo de puntillero Don
Fernando de Antequera, regente de Castilla hecho rey de Aragón por obra del
Compromiso de Caspe y del saber de San Vicente Ferrer, y que había prestado su
apoyo a Luna a cambio de recibir para sus hijos Sancho el maestrazgo de la
Orden de Alcántara, Enrique la de Santiago y Pedro la de Calatrava, eso hasta
que en 1412 se hizo rey de Aragón y cambiaron sus horizontes mirando hacia
Levante, Nápoles, las islas… y empezó a practicar aquello del “hay que
renunciar, Santidad” pues nada queda del milagro de la unión bajo premisas jurídicas
y es el tiempo de la premisa del hierro. Todos abocados a concilios y más
concilios hasta los finales de Basilea, Ferrara y por la peste a Florencia al
que acudió hasta el patriarca de Bizancio y el emperador Juan Paleólogo ya en
1438 en una cabalgata que retratara Gozolli poniendo a los banqueros Médicis llevando
la rienda de los caballitos de papas y reyes aunque eso es otra historia y la
contaré cuando hable de otro que envidiaba a Cosme Médici el Viejo y pintó
otras revanchas con la efigie de Pippo Spano y otros en una pared que nadie ve
en vivo y muchos en diapositiva y ufff…
Benedicto XIII
dijo “no renuncio”, y se murió en sus trece.
En esos mismos
años se produjo lo que algunos están citando como la última renuncia papal, la
de Gregorio XII en 1415. Sí, pero no. Gregorio XII no renunció como Ratzinger,
a golpe de Twitter y en loor de multitudes arrepentidas. Gregorio XII renunció
para evitar la muerte.
Gregorio XII
era uno de los papas en conflicto con el Papa Luna. Había sido elegido en 1407,
cuando tras la muerte de Inocencio VII los cardenales se tomaron en serio la
elección de un papa que hiciera sombra al último que quedaba de las trifulcas
anteriores. Designaron para el cargo a Angelo Correr, cardenal veneciano, de 70
años, tímido y apocado para el cargo como dicen ahora que era Ratzinger, todo
un 30 de Noviembre, el deseo de romanos y avignoneses, no de españoles, y Angelo pontificado se hizo llamar Gregorio XII.
Gregorio se
enfrentó a una realidad que parecía un espejo y una caldera. Se vio envuelto en
la guerra entre halcones y sacristías enfrentado a Alejandro V que se murió en
1410 y a su sustituto Juan XXIII que le estrenó el nombre al de hace unos años.
En 1415, Gregorio XII se reconoció a sí mismo al lado de Ladislao de Nápoles
como apoyo. Juan XXIII apoyaba a los franceses de la casa de Anjou que querían
el trono napolitano, y condenó como antipapas a Gregorio y a Benedicto, aunque a
éstos ya les daba igual una condena más. Ladislado fue derrotado en Rocaseca,
tuvo que reconocer al papa Juan afrancesado, mientras su apadrinado Gregorio XII tuvo
que buscar apoyo en Bolonia donde mandaban los Malatesta. Casi no dio tiempo,
porque en ese tris Don Luis de Anjou se aburrió de Juan XXIII, el cual miró a
su frente al otrora enemigo Ladislao de Nápoles al que otorgó perdones y rosas
mientras le obligaba a expulsar a Gregorio XII de Gaeta la bella.
Gregorio fue
recogido en lágrimas de incienso por Carlo Malatesta, en aquella Rímini de
aquella Bolonia de códigos y tintas. Así acabó Gregorio XII, renunciando al
papado a cambio de salvar la vida y la casulla, y de una bolsa para vivir en su
dignidad indigna de pesebre.
No acabó ahí
el sinsabor de Gregorio. Fue acusado en el concilio de Constanza en ese mismo
1415, de cargos como inmoralidad, herejía y cisma, tiranía, ambición, simonía,
envenenamiento de Alejandro V, y alguna más. El 29 de Mayo se dictó su
sentencia, que abarcaba también a Juan XXIII, del que ningún periodista ha
dicho nada porque se liarían con el buen papa Roncalli moderno. La sentencia,
además, les incapacitaba para una posterior reelección. Gregorio decidió tener
un final elegante y abdicó formalmente para eludir más deshonra, siendo leída
la bula de su decisión en el día 4 de Julio de 1415. El camino quedaba abierto
para que Benedicto XIII se bajara de sus trece y siguiera el ejemplo de los
otros. Dos días después, el 6 de Julio, se allanaba aún más el camino quemando
en la hoguera a Juan Huss en Constanza, otra vergüenza más contra otro llamado
hereje que ni se sabe lo que era salvo que era Rector en la Universidad de
Leipzig, que defendió a otros herejes en juicio y estaba en contra de los males
de la jerarquía eclesiástica.
Pero no. El
Benedicto de Peñíscola no se bajó del portón de su castillo, donde murió años
más tarde, con tanta niebla en su muerte que ni siquiera está clara su fecha,
para unos el 29 de noviembre de 1422, para otros el 23 de Mayo de 1423, pero
eso sí, tanto en un año como en el otro, murió en sus trece.
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