viernes, 25 de octubre de 2013

LA DESAMORTIZACIÓN DE MONTORO Y LA REVOLUCIÓN VENIDERA










Aunque la palabra “desamortización” suena a siglo XIX, creo que estamos de lleno en una ídem. Al estar en el mar se ve todo de muy lejos, como si uno ya no viviera. Y yo miro a España y veo un proceso que empezó hace unos años, está en trámite y será llamado “La desamortización de Montoro”.

La culpa no es de Montoro, pero será él quien se lleve la fama, como se la llevaron Godoy, Mendizábal o Madoz, a pesar de que éstos no hicieran sino continuar la inercia o intentar paliar la ineptitud de sus predecesores. Lo mismo le pasa al Señor Ministro de Hacienda del Gobierno de España Don Cristóbal Montoro, último en llegar al esperpento del siglo y que aun así será él el recordado por arruinarnos, perdón, por desamortizarnos.

¿Qué es una desamortización? En el siglo XIX se entendió por tal el llevar al mercado muchas propiedades que estaban fuera de él, entendiendo a su vez que eso era bueno, era el progreso. Había muchas fincas que no se movían, no se podían comprar, porque pertenecían a la Iglesia, o eran bienes comunes de los pueblos (pastos, bosques…), o estaban sujetos por herencia a las familias (mayorazgos…) o a fines particulares (fundaciones, capellanías, beneficios eclesiásticos…). A todos esos estados especiales se les llamaba “manos muertas”, y por eso cuando un bien estaba en una mano muerta, decían que estaba “amortizado”; por el contrario, “desamortizar” sería sacar los bienes de ese estado de parálisis, devolverlos al mercado.

El Estado pensaba que era preciso que esa propiedad pudiera ponerse en CIRCULACION (NO VOLUNTARIA, SINO POR LEY), pues de esa manera podría conseguir dos FINES: 1) cobrar impuestos por las ventas y la riqueza creada previsible, y con ello mejorar su tesorería para lograr el bien común, y 2) los ciudadanos podrían adquirir terrenos donde desarrollar agriculturas extensivas y generar industria. La idea era buena, aunque tenía una PEGA: provocaría la desaparición de las clases sociales que vivía bien en el sistema anterior. Esas clases eran dos, la primera la Iglesia a la que se le quitaron inmensas riquezas, y la segunda la clase pobre y rural, que subsistía gracias a esas riquezas de la Iglesia y a esos aprovechamientos de los bienes comunes de los pueblos.

Sin embargo, la desamortización fue perversa, porque ninguna de las dos finalidades era limpia. La finalidad de dotar de ingresos al Estado sólo sirvió para paliar los gastos de corrupciones y guerras civiles (dinásticas-carlistas, ideológicas-constitucionales) o exteriores (imperialistas) para lucimiento de nuestras dos Españas en su lucha por el poder. La finalidad de hacer circular la propiedad sólo sirvió para que la adquirieran los más ricos, los que podían pujar en las subastas. Eso hizo que la propiedad se concentrara aún más que antes, en manos de unos pocos, que para colmo a partir de entonces ya no dejaban a los más pobres pastorear, recoger leña, forrajear, etc., viéndose obligados muchos de ellos a emigrar a las ciudades o al extranjero siendo pasto del capitalismo más crudo.

   Por descontado, detrás de cada proceso de este tipo vino una revolución y mucha sangre.

   Hoy estamos en otro proceso desamortizador, aunque no se le llama así porque el palabro tiene mala prensa. Veamos, se dan todos los elementos que he citado antes:

   Se están poniendo muchos bienes en CIRCULACION, y de forma NO VOLUNTARIA. Esos bienes, en nuestro tiempo, son las propiedades e industrias de la clase media. Muchos pequeños propietarios (o sus abuelos) que habían invertido en viviendas las están perdiendo por desahucios hipotecarios, quiebras, ventas a pérdida en caso de inversión en varias, etc., más la imposibilidad de adquirir nuevas para los más jóvenes pues nadie les da un crédito. La presión fiscal hace además imposible mantener muchas de las propiedades que igualmente van cayendo en manos del fisco, los subasteros, los bancos, los trapicheos o las ventas raras a favor de especuladores inmobiliarios. En cuanto a las industrias, también están circulando, todas hacia el mismo sitio, hacia la desaparición, se van vendiendo, cerrando, se traspasan por cuatro duros…

  Antes, esas propiedades e industrias eran, hasta cierto punto, “manos muertas” como las del XIX aunque no nos demos cuenta, y lo eran porque los padres no querían venderlas (es decir, eran manos muertas no porque la ley impidiera venderlas sino porque sus dueños las querían para poseerlas y rentabilizarlas en lugar de liquidarlas)  intentaban pasarlas a los hijos de generación en generación, las industrias se fundaban para mantenerlas, vivir de ellas y pasarlas a los hijos como empresa familiar… ni los inmuebles ni las industrias estaban pensados por la clase media como objeto de venta sino como medio de vida, y nadie vende su medio de vida, salvo los piratas. La perversión empezó cuando a los inmuebles se les empezó a aplicar eso de que debían entenderse en todo caso como elemento de mercado (cuando no lo era), para así aplicarle más impuestos (y por ello empezó a tributar en renta la propiedad de vivienda aunque no estuviera alquilada, pues se presumía que Usted puede alquilarla aunque no lo haga y si no lo hace es tonto); o empezó a aplicarse al valor catastral el criterio de acercarlo al valor de mercado, como si uno fuera a vender siempre su vivienda e irse debajo de un puente a residir, y lo mismo en cuanto a las herencias aplicándoles el valor de mercado cuando lo cierto es que gran parte de los bienes de herencias no se quieren vender pues tienen valores sentimentales y familiares de carácter diferencial o sencillamente no se pueden vender porque no se puede prescindir de ellos… Pero no, nos empezaron a aplicar el cuento de que todo lo que no queríamos transmitir era “potencialmente transmisible”, y al final hemos llegado a que sea “obligatoriamente transmisible”, se está vendiendo o cerrando a la fuerza, porque nos obligan a ello con el sistema que se ha fomentado, de modo que toda una clase social se está quedando sin propiedad, o la perderá en los próximos cinco años.

  Los FINES también son los mismos: el primer fin era obtener ingresos para el Estado que necesita buscar el bien común, pero que realmente lo único que ha hecho es sangrarnos a todos para poder tener más dinerito con que financiar sus guerras civiles, que ya no se  hacen con fusiles pero se hacen con votos, con jueces, con amiguetes y amigotes, enchufados y toda la Corte de los Milagros que lleva viviendo 30 años a cuerpo de rey a costa de descalcificar a la clase media vendiéndonos el rollo del bipartidismo necesario. El segundo fin era ofrecer los bienes circulantes a los inversores, pero en este caso han hecho lo mismo que hicieron los del XIX: se lo están quedando todo los mas ricos, los bancos, los inversores, los del IBEX, los millonarios ésos que son cuatro gatos pero están dejando pobres a más de 12 millones de españoles y aún los que caerán. Los bienes que han arrebatado a toda una clase social no se están aplicando al bien común o a enriquecer al conjunto, sino que se lo llevan a las islas Barbados, lo invierten en Brasil, lo deslocalizan en Marruecos o lo declaran en Andorra, cunado no lo usan para comprar deuda del mismo Estado que les consigue el dinero en los foros europeos para así salvar ambos la cara.

Con eso pasamos a la PEGA: Nadie en la clase media ni baja está progresando, y para colmo ambos segmentos se están quedando sin la posibilidad de recuperar su terreno en dos o tres generaciones pues están perdiendo su medio de producción, como diría Marx. Se les está privando o mermando en sus inmuebles, sus ahorros, industrias, actividades, su formación, su sanidad, su ilusión, su salud, su cultura… El conventito del XIX es la cooperativa del XXI; los pastos comunales del ayer son los colegios profesionales y las guarderías y las universidades del hoy. Lo único que le está quedando a esa clase que ya era propietaria, es volver a los tiempos del proletariado que sólo tiene su capacidad de trabajar, cada vez más cansada y menos “plusvalizada”, más indefensa y menos culta, más desconectada y más idiotizada, para acabar pareciéndose a la masa de Metrópolis o de los cuentos de Dickens.

  Exagero, claro, porque en otros países están mucho peor. Bendito consuelo para dejar de protestar contra el asalto a un modelo que nos hemos dejado arrebatar por cuatro banqueros, cuatro brokers y cuatro mil ladrones con coche oficial, que ni siquiera son ya de aquí.

  Ah, y la Revolución, que se me olvidaba.

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