No hace falta ser Klausewitz, ni
Sung Tzu, ni Vegecio, ni Vauban, ni el Marqués de Santa Cruz, ni Churchill para
saber salir de una crisis. Basta con saber lo que sabe un ama de casa.
Lo primero que hay que decir es
que una crisis no es una catástrofe, como una enfermedad no es un accidente.
Una crisis se va incubando desde mucho tiempo atrás, mientras que una
catástrofe ocurre de pronto y en un caso extremo; es previsible pero resulta
imposible vivir sólo para la catástrofe como es imposible construir todos los
edificios como si tuvieran que soportar el embate de un avión. Lo mismo ocurre
entre la enfermedad y el accidente.
Roma nos enseñó algunas maravillosas
lecciones sobre cómo salir de una crisis horribilis. Me estoy refiriendo a la
II Guerra Púnica. Cuando Aníbal destrozó al ejército romano en Cannas, al sur
de Italia, en el 216 a.C., el pueblo romano pensó que había llegado el fin del
mundo y que su desaparición era inminente. Cualquier observador de entre el 99%
de los mortales hubiera pensado que la suerte de Roma estaba echada, y nos
referimos a Roma como ciudad encerrada en unas murallas que es lo que entonces
era. Así también pensaba Maharbal, mano derecha de Aníbal que dijo a éste aquello
tan famoso de que pronto cenarían en Roma, y que luego criticó a Aníbal por no
atacar la ciudad. El 1% restante era el de genios como Aníbal que sabían que
las cosas eran más complejas. También lo sabía Publio Escipión, entonces un
joven de unos 25 años.
¿Qué hizo Roma para salir de la
crisis? ¿Hay algo que podamos aplicar a nuestra crisis? Creo que sí.
Para empezar, hay que distinguir
entre medidas a corto, a medio y a largo plazo. También hay que distinguir
entre formas de actuar frente a los propios, frente a los aliados y frente a
los enemigos. Ambas categorías se corresponden: las medidas a corto plazo son
gestos, y se hacen de cara a los propios, intentando evitar la rendición. Las
medidas a medio plazo se hacen de cara a los aliados, intentando ganar la
guerra. Las medidas a largo se hacen de cara al enemigo, intentando que nunca
vuelva a ser un problema.
Roma tenía a sus propios (los
ciudadanos de Roma), sus aliados (celtas del valle del Po, Capua, y otros pueblos
del Lacio), y enemigos (Cartago).
Las medidas a corto plazo en Roma
impidieron que la población se desmoronara de golpe y cayera en pánico. Frente a
los propios, Roma hizo algunos gestos para mantener una EMOCION, lo cual es
imprescindible para sostener cualquier lucha. Se hicieron ceremonias y actos
públicos, incluso sacrificios humanos como el de enterrar vivas dos parejas de
prisioneros griegos y egipcios (creo), consistía en excitar a la población, se
formaron legiones con presos, etc.. Esto sólo sirve si además del circo que se
monta se adoptan otras medidas a medio y a largo.
A medio plazo las medidas son las
que intentan derrotar al enemigo. Para ello es imprescindible saber por qué nos
gana, y aprender de él, formando un PLAN. Si conseguimos demostrar que podemos derrotar
al enemigo una vez, nuestros aliados permanecerán a nuestro lado. Si no lo
sabemos demostrar, nuestros aliados nos abandonarán y se convertirán en
peligrosos traidores. Roma, con sus medidas a medio plazo demostró que podía
ganar la guerra, y gracias a ello muchos de sus aliados (otro no) permanecieron
a su lado. Aníbal esperaba que los aliados de Roma se pasaran a su bando y con
ello forzar una paz ventajosa. Pero Roma demostró que podía ganar la guerra, y
con ello acalló las voces de la mayoría sus aliados. ¿Cómo lo consiguió? De tres
formas: con un mando unificado, con la recuperación de la iniciativa y con un
conocimiento del enemigo. Hasta ese momento, Roma había entregado sus legiones
a un mando dual (Varrón y Paulo), en el que los días pares mandaba uno y los
impares otro, todo como concesión a los clientelismos y luchas de poder, y esa
división fue precisamente una de las causas de la derrota de Cannas. Además
había cedido la iniciativa en manos de Aníbal (lo que no significa que se
hubiera vuelto prudente: justo antes de Cannas, Fabio había mantenido a salvo
el ejército romano en una estrategia de retirada prudente pero muy
desgastadora; ceder la iniciativa de forma inteligente dejando que el enemigo
se desgaste es una forma más de llevar la iniciativa, pero los romanos se
impacientaron y cambiaron a Fabio por Varrón y Paulo). Por último, la
convicción romana en su superioridad frente a la “chusma cartaginesa” le había
impedido comprender y mucho menos aceptar el por qué esa chusma le derrotaba
una y otra vez a pesar de la aplastante superioridad numérica de los romanos. La
reacción consistió en nombrar a Publio Escipión como mando único, éste se
decidió a arrebatar la iniciativa a Aníbal, para lo cual primero se dedicó a
respetarlo y analizar muy bien cuál era el punto débil de su enemigo,
concibiendo un plan.
Escipión podía equivocarse o
acertar con su plan, pero al menos no daría la sensación de tener un ejército
que cada día recibía una orden diferente. En otras palabras: tenía un plan y sólo uno, el
suyo, en lugar de dos planes contradictorios. Es posible que así no se gane una
guerra o una crisis, pero al menos frente a los aliados se da la sensación de
que se puede llegar a ganar, y eso permite obtener un tiempo precioso. El plan
de Escipión para mantener en su lado a los aliados fue arrebatar la iniciativa
a Aníbal y mostrar sus puntos débiles. ¿Cómo lo hizo? Con un golpe maestro,
como fue el ataque a Cartagena.
Si los cartagineses atacaban en
Italia, los romanos atacarían en Hispania. Ya se había adelantado en 218 a.C.
Cneo Escipión, desembarcando en Ampurias para cortar a Aníbal la retirada.
Ahora, Publio Escipión, su sobrino, se decidió a atacar el corazón de la
presencia cartaginesa en Hispania, Cartago Nova. Al lograrlo, demostró a Aníbal
que ahora sería el cartaginés quien debía mirar lo que hacía el romano, y no al
revés. Además, en Cartago Nova había muchos rehenes de pueblos ibéricos sometidos
por Aníbal, que al ser liberados precipitaron el que muchos de los aliados de
Aníbal se pararan al bando latino, y como carambola amenazaba de paso las minas del sur de España que eran las que financiaban a los mercenarios de Anibal, todo un jaque doble.
Mientras tanto, Escipión hizo su otro
plan a largo plazo. No bastaba con ganar una batalla o la guerra sino en ganar
una paz duradera. Estudió no sólo cuáles eran los puntos débiles del enemigo
sino cuál era la esencia de su afán de lucha. Sólo así podría derrotarlo de una
forma contundente. El romano continuó su campaña en Hispania eludiendo
enfrentarse a Aníbal en Hispania. Por el contrario, se dedicó a estudiar a su
enemigo, sus tácticas imaginativas, su forma de sorprender, su trato con las
tropas… También Roma analizó a su enemigo y se dio cuenta de dos cosas que
podían decidir la guerra a largo plazo. Entendió que en Cartago la clase
dominante estaba desunida en clanes de poder e incluso desconfiaba de Aníbal
como líder guerrero que podía ser peligroso a su vuelta como jefe carismático;
la segunda conclusión fue entender que Aníbal no recibiría apenas refuerzos de
su patria por ese recelo al que hemos aludido, con lo que bastaba con dejarle
desgastarse y morir de hambre y enfermedades en las tierras italianas en lugar
de arriesgarlo todo en una batalla decisiva.
Ese es el aspecto que diferencia
la posición de los dos enemigos en la II Guerra Púnica: la VOLUNTAD DE VENCER.
Roma tuvo claro desde un principio que resistiría lo que fuera, -de una forma
muy parecida a la de Gran Bretaña contra Hitler o Rusia contra Napoleón- con
independencia del precio que hubiera que pagar, y se unieron todos bajo ese
espíritu. Napoleón cifraba también en pocos elementos el secreto de una
victoria, y uno de ellos era el deseo inquebrantable de vencer. Eso le faltó a
Cartago y le sobró a Roma. Por eso se dice que Roma salió de la II Guerra
Púnica convertida en mayor de edad y preparada para adueñarse del mundo
conocido. Frente al enemigo en la guerra, la medida a largo plazo más efectiva
es no perder la voluntad de vencer, y por eso es tan importante en las contiendas
el mantener vivo ese espíritu y perseguir a todos los agentes desmoralizantes.
Ahora veamos España y su crisis.
Aquí las medidas que se toman se
hacen al revés. Las medidas euforizantes, para los propios (los ciudadanos
españoles), no se adoptan a corto plazo como se debiera sino al más largo de
todos. Me refiero a esos detallitos tontos que está teniendo el Gobierno y que cree
que nos anima, como lo de que “en 2015 habrá menos concejales”, “cuando pase
esta legislatura se estudiará rebajar los diputados autonómicos…”, “cuando
llegue Navidad no tendremos paga extra…” “cuando cambiemos la ley habrá responsabilidad
de los políticos”… Señores que mandan, todo eso hay que hacerlo de un día para
otro, no de un decenio para otro. ¡Cuando lleguen esas medidas euforizantes ya
nos habremos muerto todos!
A medio. La iniciativa y unificar
el mando alrededor de un plan. Ya se ha visto. Iniciativa cero. La iniciativa
la tenía Rajoy nada más ganar las elecciones, y le duró unas semanas por no
decir días. La perdió queriendo dar sensación de tranquilidad -cuando produjo lo
contrario- o queriendo ganar las elecciones andaluzas, y a partir de ahí todo
es ir a remolque de los demás porque se perdió lo único que tenía: la iniciativa.
Tenía que haber sorprendido a todos, haber hecho que Europa y el mundo estuvieran
por las mañanas mirando en la prensa lo que había hecho España en lugar de ser
España la que se levantara a mirar cómo estaba la prima de riesgo. La iniciativa
para un político es como la inocencia para Sinué el Egipcio según la película:
es lo más valioso de un hombre pues sólo se entrega una vez. Nosotros no la
hemos dado ni una vez, se nos ha podrido de no usarla. Y en cuanto a la unidad
de mando, o a la existencia de un plan, ya se ha visto el espectáculo entre
gobierno y oposición (los dos dicen que quieren pactar, pero aún no he visto a
ninguno dando una prueba de ello), Madrid y autonomías, empresas y sindicatos,
etc., un desastre.
A largo, peor aún. Había que haber
estudiado al enemigo, saber que los mercados nos devoran por la desconfianza y
por la ineptitud en poder responder de que el pueblo español está detrás. Somos
un país de pandereta y ya no nos compran ni la pandereta. Nos falta lo que le
sobró a Roma: la voluntad de vencer. En esto no culpo sólo al gobierno, sino
que me limito a poner de manifiesto que somos un país como Cartago: no
venceremos, porque sencillamente no queremos. Estamos mucho más a gusto acumulando
agravios frente a Europa, frente al centralismo, frente a la dictadura, frente
a los políticos, frente a los empresarios, frente a los americanos… el
victimismo nos encanta y sería imperdonable que un buen éxito nos echara a
perder una buena llorera.
Y en esto es otra vez de recordar
lo dicho sobre las crisis y las enfermedades, que vienen siempre de largo y de
muy largo se evitan. En las crisis hay que pensar ya en que éstas hubieran pasado
y empezar a tomar medidas para dentro de 20 años; además otras medidas para
dentro de 2 años, y también alguna para dentro de 2 días. Pero si no se tiene
claro en dónde se quiere estar dentro de 20 años es absurdo e inútil que se
tomen medidas para dentro de 2 días, porque fracasaremos igualmente. Ese es el
mal de España, que no quiere ir a ningún sitio porque antes debería sabe a
dónde quiere ir, y no puede saber a dónde quiere ir si primero no quiere resolver quién
es. “Quién querrá ser el amigo del enemigo de sí”, que decía el verso barroco.
España no ha tomado ninguna medida a largo plazo, las de corto las toma a medio
y las de medio a corto, o sea que todo al revés.
El único que me parece que se
cree un poquito Escipión es De Guindos. Este se ha tomado el corto plazo a la
romana: se arma de moral y no desfallece en ningún momento. A Medio plazo es el
único que parece que tiene un plan y que ha tomado la iniciativa, de modo que al
igual que Escipión plantándose en Cartago Nova él se planta en Europa y viaja a
todas partes para discutir en casa del enemigo sin esconderse. Y a largo plazo es
el único que demuestra voluntad de vencer, y que sabe dónde quiere estar dentro
de 20 años y que sabe lo que debe hacer para llegar. Quizá me equivoco, pero ni
Santamaría ni Montoro ni Rajoy ni Rato; yo creo que el antaño criticado De
Guindos es la figura para la que hoy se está empezando a plantar un laurel.