Anuncia el Ministro de Justicia un endurecimiento de las leyes penales.
Esto ya parece el guiñol de Valle Inclán, pero los privados como servidor tendremos
que seguir reaccionando para que no digan encima que somos los culpables de no
achuchar a “la llamada casta” (vaya aburrimiento de vida, sufrimos sus errores,
los pagamos de nuestro bolsillo y encima nos echan la culpa de no haberles
frenado a tiempo).
Gallardón quiere hacerse la foto con el Código Penal de Chindasvinto. A
mí me cae bien, conste, -Gallardón, y Chindasvinto- pero si quiere gastar
energía en arreglar los problemas penales de España yo tengo una idea mejor:
¿por qué no se esfuerza en que se cumplan las leyes flojitas que ya hay, en
lugar de endurecerlas para tampoco cumplirlas?
Yo lamento casi en carne propia el dolor de algunos amigos políticos que
tengo cuando se saca el tema de “la llamada casta”, y no sé si de verdad existe
la susodicha pero lo cierto es que hay diversos criterios que dividen a los
españoles en dos, y uno de los más dramáticos es el de "los que están sujetos a la ley y los que no". En el primer
grupo estoy yo con mi burro delante y todos aquellos a quienes nos pueden
multar por pasar 5 km de velocidad, por tardar cinco días más de la cuenta en
pagar la basura o por caerle mal a un funcionario de ésos cuyas actas tienen
presunción de veracidad.
En el segundo grupo están los políticos y no sé si alguno más. Vamos,
los aforados, los privilegiados por sus tipos penales, los que nunca pagan lo
que deben y nadie les persigue, los que pactan entre sí para no recurrirse ilegalidades
ni para investigarse corruptelas ni para retirarse sus favores ni sus
clientelas, los que siempre tienen quien les deba un favor o quien les tenga
miedo, los del hoy por ti mañana por España, los que eligen a los jueces y a
los jueces de los jueces y a los constitucionales que corrigen a los jueces…
los que deciden de un día para otro qué es legal y qué no y casualmente siempre
se salvan ellos por su propia campana que también acaban de aprobar, los que
pueden convertir mis tesoros en basura y su basura en tesoro con una varita de
BOE, los que hacen las leyes y amparan con ellas al poder para la supuesta
eficacia de una mano diabólica, los que pueden hacer retroactiva al pasado una
obligación mía pero nunca cumplen las que mejorarían mi futuro y me mandan a
una caja llamada urna para llorar un voto, eso sí, de cuatro en cuatro años… No es una casta, seguramente, o mejor, no es
casta, no sé qué otra cosa sea. Por supuesto, dentro de eso que no es una casta
hay de todo como en botica, pero concédanme que si el boticario tuviera que
guardar, por sistema, su multicolor variedad de productos en frascos lacados de
cianuro, alguien se sentiría legitimado para proponer: “oigan, ¿y no podrían usar
frasquitos lacados de azúcar?”
Un buen Ministro de Justicia –y creo que Gallardón tiene mimbres para
poder ser el mejor de la democracia- debe preocuparse de hacer cumplir la ley
antes que de cambiarla. Y es que, si su pensamiento es que hace falta cambiar
una ley porque la que hay no basta, lo primero que debe pensar es “¿por qué no basta
la que ya hay?” “¿Por qué hay que agravarla para que la gente entienda que debe
cumplirla?”. Eso debe llevarnos a otra pregunta: “¿Por qué la gente no cumple
la ley?”
Obviamente, nada obedece a una sóla causa, y menos en las ciencias
sociales. Pero –al igual que a la fuerza ahorcan-, a la fuerza nos centraremos
en una de las causas principales: el malísimo ejemplo de los gobernantes.
No puede ser que en un Estado donde, por definición, se establece el
monopolio del Estado en el ejercicio y cumplimiento de la ley, sea el Estado el
primero que la incumple; y no sólo eso sino que exhiba garbosamente su
incumplimiento, es como si el torero quisiera hacer a la vez de espontáneo.
Tenemos un sainete de país, donde los de Izquierda Unida y sindicatos asaltan
fincas y se lanzan a las piscinas, roban en supermercados y vejan a las cajeras,
los presidentes de autonomías se niegan a aplicar las leyes fiscales, declaran
independencias, engañan con sus cuentas, estafan con sus subvenciones, los
alcaldes y concejales queman banderas, no las colocan donde se debe, arrasan en
los puticlús o se suben los sueldos por encima del primer ministro, los amigos
de todos estos se colocan en las cajas y en las concesionarias y en las
empresas públicas y tal y tal y se despiden con millones después de arruinarnos,
los del PSOE se apuntan a todas las pancartas y a todas las acampadas y ahora a
los muros del silencio mientras se bilocan mentalmente como Santa Ludwina para
estar a la vez en el Estado y contra él véase PSUC, PSE y demás retratos de
Dorian Gray. Y el PP, amigos, el PP observando todo eso y sin hacer nada, yéndose
a Delfos a preguntar al oráculo si la quema de la bandera que acaba de ver por
la tele pooodríiiiaaaa tener indicios de delito, o si el “podrá” de un tercer
grado es un “deberá” en la Utopía de Moro, o si la independencia de Mas es un
Te Quiero coqueto, o si la marcha de los gremlins por Andalucía merece
descolgar el teléfono o si es mejor no invocar al fantasma de Casas Viejas
porque a Aznar le gustaba Azaña… todo por el temor a prevaricar (uuuuhhhh,
susto), cuando el ministro del Interior debería saber que igual de
prevaricación en una autoridad es hacer algo ilegal como no hacer lo que la ley
le obliga a hacer.
Una cosa que nunca entenderé es cómo los gobernantes no asumen el EFECTO
DEMOLEDOR que tiene en la sociedad el mal ejemplo de los que mandan Y cuando
digo “los que mandan” lo digo en sentido superamplio, es decir, incluyendo a
todos los designados para cargos públicos, más sus compañeros de partido que se
enteran de todo, más sus compañeros de otros partidos que también se enteran de
todo pero se encubren por corporativismo, más sus asesores y beneficiarios y
paniaguados y consejeros delegados y liberados y demás aspirantes a matar al
padre… todos esos que se consideran siempre a salvo del Incendio del Borgo, con
derecho a bote del Titánic, y que poseídos de su impunidad aprovechan todo lo
que pueden antes de que den las doce y se conviertan en calabaza.
Los partidos han sido sobredimensionados en muchísimas cosas, y una entre
ellas es la sobreprotección que ellos mismos se han propiciado. Las vacas de la
India no son una casta, pero seguramente ellas a sí mismas se deben considerar
así viendo la sobreprotección de que gozan, y es comprensible que la utilicen
pues, al fin y al cabo, deben haber llegado a convencerse de que “ser diferente
es lo normal”.
Hay muchísimo que cambiar, señor Gallardón, pero ya le aviso de que son
muy pocos los delincuentes que se echan atrás por un endurecimiento de las
penas. Al revés, los que se suelen echar atrás en tal caso son los jueces, que
acaban diciendo: “pobrecico éste, como le voy a condenar, si en tal caso me veo
obligado a meterle doce años en prisión…”. Esto que digo no es ninguna tontería,
y les pongo un ejemplo: en la supuesta protección del medio ambiente, la
configuración de los delitos ambientales en lugar de su consideración como
falta administrativa no ha supuesto apenas mejoría, pues cuando algo es penado
como delito actúan muchas más garantías a favor del supuesto infractor, y
además los jueces tienen muchísima más cautela antes de condenar, con lo que al
final el resultado puede ser contraproducente.
Por eso, señor Gallardón, piense mucho antes de cambiar la ley, y no se
lo piense dos veces antes de exigir a los suyos y a sus colegas que cumplan las
que ya hay.
No hay comentarios:
Publicar un comentario