En la anterior entrada puse algo sobre los Mossos de Esquadra y sobre
Rafael Casanova que a alguno puede haberle sorprendido. Sin ánimo de
polemizar, les pondré una brevísima reseña de ciertos datos, y les diré además
que los tomo de una edición nada sospechosa pues recibió el soporte de la
Generalitat Catalana (“Catalunya durant la Guerra de Successió”, ARA Llibres, 3
Tomos, año 2006, que dice: “aquesta obra ha rebut el suport de la Generalitat
de Catalunya”).
Sobre los Mossos cuenta, en el volumen III, páginas 128-129, que fue
una unidad creada por el felipista Pere Anton Veciana i Rabassa (ca.1677-1736).
Su familia era originaria de Sarral y se instaló en Valls a fines del XVII.
Tras la Guerra de Sucesión, Pere Anton organiza un cuerpo policial para luchar contra
los guerrilleros austracistas (solían llamarlos “carrasclets” o “carrasquets”).
Pere Anton nació hacia 1677 pero no lo sabemos con certeza pues su partida de
nacimiento fue destruida en la Guerra Civil de 1936. Sí sabemos que se casó en
1704, y que murió en 1736.
Veciana fue lo que propiamente llamaríamos un agente borbónico. Ayudó a
las tropas del rey Felipe V mandadas por el marqués de Lede, y después se ocupó
de perseguir los restos de resistencia como en el caso de Nebot, formando un
cuerpo militar que se llamó inicialmente “Mossos de Veciana”, o “Minyons de
Valls”. Vamos, que desde la perspectiva actual de Artur Mas podría decirse que
Veciana era un traidor a la patria, o un colaboracionista.
Las tropas de Veciana se enfrentaron al carrasquet Pere Joan Barceló en
su asalto a Valls de 1719, lo que prueba que la guerra civil no había terminado
con el tratado de Utrecht ni con la toma de Barcelona de 1714. Esta acción le
valió el título de Batlle (máxima autoridad) de Valls en abril de 1721, cargo
que ocupó hasta su muerte. El hijo de Pere Anton, llamado Pere Màrtir, continuó
la estela del padre y el mando de la unidad creada por éste, que ya alcanzaba
11 escuadras y se había convertido en un relevante cuerpo de policía rural.
Un decreto de 1721 emitido por el Capitán General de Cataluña, marqués
de Castel Rodrigo, otorgó a estas escuadras el fuero militar, las hizo depender
de la Audiencia de Cataluña y cobrar su sueldo de las rentas municipales. La
fuerza se convirtió en la encargada de reprimir el bandidaje, el desorden
público urbano y el contrabando. Existe un retrato del fundador Pere Anton Veciana
donde ya porta su uniforme de casaca azul y con mangas y solapa encarnadas, correaje
marrón para su arma y un gesto poco amistoso.
En cuanto a Rafael Casanova, (páginas 246-247), les ahorraré todo el
relato del asedio de Barcelona en 1714, una vez que su amado Archiduque Carlos la
había traicionado años antes e Inglaterra había decidido en 1713 no proteger a aquellos
con quienes pactara en Génova en 1705 hacer la guerra al rey de España.
Nos situaremos ya en el baluarte de Santa Eulalia, el que le hizo
famoso. Rafael Casanova había nacido en 1660, o sea que en el día de su fama
tenía unos 54 años (que son unos 20 más de los que aparenta su famosa estatua
en la que le ponen flores y que se hizo en 1888).
Rafael era de Moià, de familia señorial. A los 14 años marchó a
Barcelona para estudia leyes. Ya en la guerra, Carlos de Austria le concederá
en 1707 el rango de “ciudadano honrado”. A finales de 1713, en pleno asedio
borbónico a la ciudad, va a ser elegido “conseller en cap” de Barcelona, y con
este cargo asumirá el mando de la milicia de los gremios. El 4 de Septiembre,
una semana antes de su fecha de la fama, Rafael Casanova se reunía en el portal
de Sant Antoni con el resto de autoridades para discutir la oferta de rendición
del duque de Berwick. Casanova era partidario de aceptar la rendición, pero se
encontró con una mayoría contraria a ella, con lo que tuvo que dar la cara por
los demás a pesar de su criterio favorable al fin de la resistencia.
La ciudad, finalmente, fue atacada por los borbónicos y Rafael Casanova
tuvo que enarbolar el pendón de Santa Eulalia y encaminarse el punto de
peligro, junto al huerto d´en Fabà, muralla de Jonqueres, para recuperar el
baularte de Sant Pere y el Portal Nou. Allí caerá herido, en el mismo baluarte
donde tiene hoy su monumento conmemorativo.
Es decir, que si Casanova fue un mártir no lo fue de Felipe V ni de España
sino de sus propios conciudadanos, pues él no quiso inmolarse (como hace todo mártir
políticamente correcto) frente a las tropas de Berwick; fue a la lucha por pura
responsabilidad, y seguramente por pura imposibilidad de hacer otra cosa sin
correr peligro propio, en un momento de locura colectiva como es el de toda
resistencia terminal.
El Rafael Casanova herido no murió ni fue torturado ni esas cosas que
le hubieran gustado a los que hablan de su martirio (la expresión “martirs de
les llibertats catalanes” aplicada al 11 de Septiembre empezó a usarse en 1892
por la Unió Catalanista, y ya en la misma Diada desde 1905, páginas 186-187 del
citado volumen). Casanova se escurrió como pudo –e hizo bien, yo habría hecho
lo mismo- en el hospital al que fue llevado, el de la Santa Creu, donde fue
registrado como fallecido.
En 1725 hubo un cambio en el trato a los austracistas, pues se celebró
el Tratado de Viena que permitió a muchos exiliados volver y significó una
especie de punto final para la reinserción de los perdedores. Ese fue el año en
que Casanova pudo reaparecer de una supuesta clandestinidad que había
transcurrido en una masía de Sant Boi de Llobregat. En esa masía vivía ya
antes, desde 1696, año en que se casó con la propietaria María Bosch i Barba, lo
que significa que mucho no se le persiguió ni en 1714 ni en los 11 años siguientes hasta la
rehabilitación, pues no era muy difícil imaginar que pudiera estar residiendo en
la que era su propia casa matrimonial desde hacía 30 años.
Casanova retomó su trabajo de abogado. Aún vivió muchos años más, hasta
1743. Fue enterrado en la iglesia de Sant Baldiri, y su tumba se descubrió en
1913.
En cuanto a la escultura de Rafael Casanova, ésta no fue destruida ni
durante ni después de la Guerra Civil. La obra de arte (es muy bonita) fue
desmontada y llevada a un almacén municipal con muchas otras de signo parejo.
Ya en democracia, fue recuperada gracias a Maria Carme Farré, conservadora del
Museo de Arte de Cataluña, que dio cuenta del barracón donde estaba, en la
calle Wellington. Era 1975, muerto Franco, y la estatua no estaba precisamente
en un estado brillante pero al menos estaba, no le había pasado lo que a muchas
otras como la de Franco a caballo de Valencia a la que retiraron serrándole las
patas al equino (cosas de los artistas, ya saben). El 27 de Mayo de 1977, un
mes antes de las elecciones a Cortes Constituyentes, se repuso la estatua de
Rafael Casanova, ya reparada, en su emplazamiento tradicional.
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