martes, 10 de abril de 2012

BEETHOVEN, 1793. EL TRIO Nº 3 Y EL PRINCIPE LICHNOVSKY.



   En 1793, Beethoven compuso en Viena tres Tríos para piano, violín y cello dedicados al Príncipe Lichnovsky. Los tríos fueron publicados en 1795 y constituyen el primer éxito de Beethoven como compositor. Tenía 23 años.

   Hasta ese momento Beethoven apenas había empezado a dar muestras de su talento de creador, no así de intérprete -muy pronto reconocido-. Ludwig, originario del oeste alemán (Bonn, a orillas del Rhin, 1770) marchó a Viena con 17 años para perfeccionarse. Allí estudió con Haydn, cuya influencia es palpable en sus primeras obras. La fama de Beethoven como ejecutante e improvisador le llevó hasta el príncipe Karl Alois Lichnovsky, afincado en Viena aunque de título prusiano por Silesia.

   La apuesta del noble por el joven artista no dejaba de ser una prueba de buen juicio. Lichnovsky había apadrinado antes a Mozart, recientemente fallecido (1791), e igualmente le debemos haber rescatado numerosas partituras de Bach. Por ello, el Príncipe bien merece que los amantes de la música le conozcan y reconozcan.

   Los tres Tríos de 1793 fueron compuestos por Beethoven a la sombra del aristócrata. Era el sino de los genios: por aquellas mismas fechas, el gran Goethe se hallaba acompañando al duque de Sachsen-Weimar, Carlos Augusto, a la campaña del Cerco de Maguncia en la guerra de la Primera Coalición contra la Convención Francesa surgida de la Revolución. Mientras en Francia ese mismo año se guillotinaba al rey Luis XVI y a cientos de nobles, los demás países luchaban por mantener el modelo aristocrático hasta el punto de tomar las armas. Goethe nos lo contó en su magnífica “Campaña de Francia”, y también nos contó en otro sitio cómo escapó de la guerra subido en unos troncos por el Rhin, barbudo y hambriento, hasta dar con la mansión celeste de Maxe de la Roche (hija de Sophie, y madre de Bettina Brentano), aquélla que veinte años antes también le había servido de refugio tras las penas de amor de Werther cuando Beethoven apenas era un bebé.

   La publicación de los Tríos en 1795 constituyó una sorpresa para la población vienesa. Gracias a su éxito, el joven compositor empezó a generar sus propios ingresos. La relación con Lichnovsky fue fructífera en los años siguientes, y a aquél están dedicadas otras obras como la Sonata Patética (1798), la Sonata nº 12 Opus 26 (1801) o la Segunda Sinfonía (1802).

   En 1806 la amistad se enfrió por un incidente típicamente beethoveniano. En apenas un año, Napoleón había derrotado a los austríacos en Austerlitz y a los prusianos en Jena. Los oficiales de L´Empereur campaban por las germanias y los nobles de pro les rendían pleitesía. Lichnovsky así lo hizo, pero Ludwig no le siguió el juego (recordemos su desengaño contra Bonaparte al autonombrarse Emperador) y ello motivó una discusión grave entre ambos. Nunca volvieron a tratarse como antes, sin perjuicio de que el Príncipe continuara tutelando a distancia la carrera del músico.

   No fue la última vez que Beethoven, consciente de su valía, hiciera una de éstas ante los poderosos de herencia. Fue en el Balneario de Teplitz, en 1812. Se había citado con Goethe y mientras ambos paseaban se toparon con la familia imperial austríaca. Goethe se detuvo a agasajar al cortejo, mientras que Beethoven siguió impasible su marcha. Al parecer, Goethe, con todo lo egregio que era, seguía soñando con ser un Lichnovsky, o un burgués. Beethoven sólo quería ser Beethoven. La anécdota la contó la maravillosa y arriba citada Bettina Brentano y ya nadie sabe qué ocurrió realmente. Lo cierto es que hoy, en el paseo del balneario de Teplitz, sólo hay un busto, el de Ludwig van.

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