Pues me refiero a Aníbal y no al Ciudadano Juan Carlos, pero sé que con este título picaría más de uno para el Trendintópis. Sorry. Nunca me oirán decir nada contra la Corona Española que me dio mi patente caducada, y a la que tanto respeto (a la Corona, no a la patente), aunque tanto me duelan algunos de sus errores. Eso sí, me podrán oír alguna vez meterme con los asesores, con los pelotas o con los estrategas de la Zarzuela (el palacio, no la obra, la obra musical, no la otra, la otra obra, no la otra señora), si es que queda alguno con los recortes. Las risas sobre la Monarquía me saben amargas porque sé que son avena para un caballo de hierro, y si hago sorna es con afán terapéutico al modo del Padre Feijoo, o de Erasmo con su Elogio de la Locura. No, de Fray Guillermo de Baskerville.
Aníbal era el Jefe de los Cartagineses en la Segunda Guerra Púnica, que según la Wikipedia va del 218 al 201 a.C. y según yo aún no ha terminado porque no mereció el final que tuvo. Aníbal no era rey porque en Cartago no lo había, era más bien una especie de caudillo genial nombrado por un Parlamento a regañadientes, vamos, como Marlborough. Metido en la harina itálica, Aníbal se vio envuelto en la pérdida de sus elefantes y la de un ojo, y de ahí el título de esta entrada tan estafante con el elefante, y tan trampantojo con lo del ojo. Los elefantes se perdieron al parecer casi todos con el paso de los Alpes y antes de la batalla de Trebia. Para la de Trasimeno, según creo, quedaba sólo uno llamado Surus, el que montaba el propio Aníbal y que era un poquito más grande y fuerte que todos los otros (raza de paquidermos de tipo africano pero pequeñito, hoy extinguida).
Aníbal y su elefante llegaron a la batalla de Trasimeno, y en sus prolegómenos fue cuando el cartaginés perdió el ojo derecho. Se cuenta que de una infección por los mosquitos de los pantanos en que hubo de ocultarse en la estrategia previa a aquella victoria, aunque sepan que sobre Aníbal siempre hay versiones varias por la sencilla razón de que la que él fue confeccionando se perdió y aunque no se hubiera perdido daría igual, así que Tito Livio y Polibio for ever.
Todo este ejercicio de anibalismo lechteriano ha sido una excusa para juntar en un mismo texto a un jefe, un elefante y una pérdida de visión. Entonces fue en la campaña de Italia, allá por el menos 217. Ahora ha sido en Botswana. De todo lo dicho me quedo con la pérdida de visión, que no era propia de nuestro jefe con o sin elefante blanco. Algo está pasando para que quien tanta visión demostrara durante decenios se muestre ahora más perdido en la niebla que los legionarios romanos derrotados en el lago Trasimeno. No seguiré con los paralelismos porque acabaré mordiéndome la lengua. Señores estrategas de Zarzuela, léanse las crónicas de la Guerra Púnica, y aconsejen al ciudadano Juan Carlos que siga el ejemplo de Fabio Máximo o sea quedarse quietecito cuando la bicha anda suelta, que ella sóla de puro torpe se deshará; si el ciudadano se deja ver mucho en estos tiempos para echar Canas al aire corre el riesgo de acabar como Paulo Emilio y Terencio Varrón en las otras Cannas, o sea sin cadera y sin algo más. Háganlo por mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario