Voy a adelantarme para parecer listo. No sé si me adelanto a los
informativos de Ana Pastor (para cuando vuelva, espero que pronto) o al
programa de Iker Jiménez, pero estoy seguro de que más pronto que tarde otros
empezarán a decir lo mismo que yo.
Va del Eccemono de Borja, como España lo ha bautizado. Y perdón por la
irreverencia que no lo es, en ese nombre no hay demérito alguno como no lo hay
en llamar Miguelete al campanario de San Miguel de Valencia, es una forma de
humanizarlo y apadrinarlo, convirtiéndolo en un primo más de la familia al
igual que se hacía con los cañones y con las torres de asedio dándoles un
nombre. Quien tenga otro mejor que lo proponga, porque lo que está claro es que
el desdoro sería seguir llamando Ecce-Homo o Cristo a lo que ha perpetrado
Cecilia, aunque lo haya dejado como un idem. Como diría Peñafiel, “¡no pue ser!”
Bien, pues ahora diré lo políticamente incorrecto, para seguir la costumbre.
Señores, yo creo que en Borja ha ocurrido un milagro. Es tan imposible que en
cabeza humana se pergueñe lo que ha ocurrido, que sólo la inspiración divina
podría haberlo maquinado. Lo de Cecilia debe ser un complot de sacristía para
dar cuerpo a una leyenda y que parezca humano lo divino. Igual que en otra cara
religiosa portadora de un mensaje, la de la Verónica, surgió una leyenda universal
de lo que es el hecho en sí (Verónica viene, simplemente, de Vero Icono, o sea verdadera
imagen, y de ahí un nombre), aquí hay otra cara icónica que va a conformar una
leyenda que ya está dando la vuelta al mundo, y lleva su mensaje.
Ha ocurrido en Borja, de donde salió en su día la familia que,
trasplantada a Xátiva (Valencia) dio al mundo dos Papas españoles (Calixto III
y Alejandro VI) y un apellido de fábula. Serán criticables por quien los
critique (el libro de Apollinaire es demoledor) pero lo cierto es que gracias a
ellos la “Mano de Dios” Dieguito habla español y no portugués, y lo mismo pasa
con Messi que habla castellano y no catalán, todo sea porque en su día hubo un
papa valenciano que desde Roma partió el mundo dando una mitad a España (sí,
ahora vendrán los que dicen que España no existía, y tal y tal, cuando quieran
nos lo jugamos a los chinos)
Pues bien, lo del Eccemono es una segunda entrada de Borja en la
Historia de España para dar protagonismo a nuestra Iglesia, como ocurrió con
los Papas en el siglo XV. En el siglo XXI el mensaje es otro y lo digo resumido:
“Esto es el síntoma de lo que está ocurriendo con la Iglesia de España”.
El asunto inmediato consistiría en que la Iglesia tiene atribuidas –por
pura tradición, o status quo- una infinidad de situaciones, esferas de la
sociedad, hábitos, presencia, que vienen de siglos y que hasta hace poco podía
sobrellevar, incluida la conservación de un maravilloso patrimonio histórico-artístico
que, según dicen, es el segundo más importante del mundo. Ahora, la
conservación de ese patrimonio está en peligro, en parte por el acoso que está
sufriendo la Iglesia en España.
Ese patrimonio, aunque les fastidie a muchos, es de la Iglesia porque
la gente lo ha ido donando con su mayor amor durante siglos, ha sido otorgado
en testamento, ha sido comprado con limosnas porque a la gente le gustaba tenerlo
en sus ermitas, ha sido conservado con grave riesgo de la vida en épocas
revolucionarias (en todos los pueblos se conocen historias de este tipo, en el
que las gentes del pueblo incluso de ideología anticlerical han salvado cuando
han podido sus imágenes por ser un resto del alma popular que merecía ser
respetado, como los olmos de la plaza o los caños de la fuente). Y lo han donado
no a la Diosa Razón ni al Estado ni a la Ley ni a la Constitución ni a la Diputación
Provincial o a la concesionaria de Basuras; lo han donado a aquello que les
hace sentir algo, que les aporta algo de carácter moral, trascendente. En su
momento nadie se planteaba si eso era de la Iglesia o si es de España, si la
Iglesia tiene derecho a disponer de ello o el Estado tiene un derecho preferente,
si debe incluirse en la contabilidad vaticana o en la de Montoro… porque daba
igual, todo formaba parte de una unidad, antes de que los Estados decidieran
que ser Estado significaba ser laico (ojo, me parece bien que lo sean, pero
siempre que sepamos lo que significa ser laico y que entre laico y maoísta hay
muchos grados).
Todo eso del patrimonio histórico-artístico no tiene nada que ver con
que la religión sea verdadera o no, ni con la historia buena y mala de las
religiones y de la católica en concreto y de la de España más en concreto…
tiene que ver con seres humanos a los que, al igual que a muchos les ha destrozado
la vida la religión por la presión de los más talibanes, hay otra multitud que
tan sólo pide que los más anticlericales también les dejen vivir en paz su
mundo espiritual sin que les llamen todo el día carcamales, torquemadas o comeniños.
La Iglesia tuvo en su momento ingentes riquezas, en bienes y también en
dinero. Y todo eso ocurrió mucho antes de que existieran los Estados, la
Iglesia ya estaba ahí y tenía todo eso porque la gente se lo había hecho llegar
(algunos más voluntariamente que otros, seguro). Los Estados modernos del XIX
le quitaron a la Iglesia casi todas sus propiedades, con la tonta excusa de que
eran para repartirlos al pueblo cuando lo que de verdad se pretendía y ocurrió
es que fueron cuatro capitalistas enchufados los que pudieron acceder a la
subasta patatera y amañada de todas las riquezas de la Iglesia. Muchísimas de
esas fincas daban de comer a muchísima gente de las zonas rurales, allí
trabajaban, comían, pastoreaban, recogían leña… por supuesto que no era un
mundo idílico, pero sí lo era mucho más que el que dejaron “los representantes
del Estado”, y cuya intervención significó miles o millones de personas que quedaron
en el campo sin subsistencia y tuvieron que emigrar a América, Africa o ser
pasto de las nuevas chimeneas de Cataluña o el País Vasco -convertidos en
proletariado ahumado-, o de los cementerios directamente.
El Estado se lavó las manos con unos acuerditos o simulacros de concordatos,
en los que tras muchos tira y aflojas se comprometían a mantener a los
religiosos. Qué menos, dirían éstos. Qué exceso, dirían los que consideran que
todo lo que se haga a favor de la Iglesia es una aberración y un robo al
Estado, sin tener en cuenta que eso no es un favor sino compensación en la
décima parte –quizá- de lo que el Estado le robó a la Iglesia previamente,
quitándole todas sus fuentes de financiación. Los concordatos, además, se
cumplieron de forma parecida a los acuerdos de E.E.U.U. con los Indios, vamos,
canela pura.
Tras muchas vicisitudes, llegamos a hoy, y se exige a la Iglesia que
sea autosuficiente. Muy bien. Eso es lo más fácil después de quitárselo todo.
Pero la Iglesia entra al engaño y ahí está aguantando el tipo porque sabe que
los tiempos pintan bastos y no está el horno para leyes. Ahora la atacan por
todas partes; que pague su IBI, que no inscriba nada en el Registro, que no
tenga bienes, que no tenga sociedades ni empresas pero que tampoco nos pida
dinero ni aparezca ni que hable ni que tenga una radio para decir lo que piensa
ni salga de su guetto ni eduque a niños por si acaso ni anule con su caridad la
misión protectora del Estado ni reconforte a enfermos ni presos ni desahuciados
ni perseguidos ni marginados ni nadie así porque el Estado Orwelliano ya tiene
muchísimo interés y dinero para hacerse cargo laicamente de todos esos sectores,
etc.etc.etc.
Respecto al patrimonio histórico-artístico. Es ingente la riqueza, es
tanta que aun a pesar de todos los destrozos que la agresividad humana ha
desplegado contra ella sigue siendo grande, especialmente porque allí donde
desaparece una pieza surge un voluntario que la renueva, y no un ladrón que la
repone como dicen muchos (la prueba la tenemos en la propia Borja, donde la familia
del autor del Cristo original ha ofrecido ceder otro Cristo a la misma
parroquia). Cuando se dice que el Obispado tal o cual es muy rico, es cierto
pero ello no significa que el Señor Obispo coma todos los días gamba roja, (que
eso ya queda reservado al asesor del asesor del subsecretario del diputado
provincial garante de la ley, y de ahí para arriba), el Obispo y tantísimos
religiosos llevan una vida de austeridad de libro, y decir otra cosa es conocerlos
poco o querer estirar las denuncias de Lutero varios siglos más acá. Miedo da
entrar en algunos seminarios, conventos u obispados, no por el lujo sino por la
escasez de comodidades, aunque tengan un Zurbarán en la pared. “Pues que lo vendan”
y lo repartan a los pobres. A los pobres ya se reparte lo que sacan con la
exhibición del Zurbarán, y si lo vendieran sacarían mucho menos. Otro tema es
si hay corrupción en la Iglesia con los beneficios de su patrimonio artístico y
todo eso, que ahí habrá de todo como en todas partes, que aquí Santos los
justos, pero elevar casos o casitos a categoría general es tan injusto como decir
que todos los políticos son corruptos o todos los maestros me tienen manía.
Y llegamos a Borja. Una capilla como tantas, no tengo ni idea de quién
paga las restauraciones, ni si hay ayudas, subvenciones autonómicas o
conciertos con Ganímedes. Pero lo cierto es que el equilibrio que antaño había
se ha roto. Parece que ahora es fashion meterse con la Iglesia y hacerlo además
como si fueran apestados, microbios prehistóricos tan nocivos como en la
Alemania de Hitler se hablaba de “los judíos” o como en la España de la
postguerra se hablaba de “los rojos”. No tenemos sentido de la mesura (y a mí me
da pena especialmente porque meterse con una Iglesia debilitada me parece ahora
lo más fácil en lugar de meterse con los que de verdad están arruinando el país
y nos arrebatan la vida). Decimos que España es aconfesional y nos recitan de
memoria el artículo 16.3 de la Constitución donde dice que España no es
católica ni nada; y yo sólo pido que si tan bien saben leer sigan leyendo el
artículo porque luego dice que el Estado cooperará con la Iglesia Católica y
con las demás confesiones y que los poderes públicos tendrán en cuenta las
creencias de la sociedad española.
No sé si fue Rouco quien ya avisó de que la campaña para que la Iglesia
pague el IBI se resentirá en otras cosas. Eso era una frase nada más, pero con
su fondo de verdad. Nadie en la Iglesia se opone a pagar el IBI si lo dice la
ley, pero los españoles que le imponemos esa ley deberemos asumir que la
Iglesia no tiene un pozo de dinero sin fondo y que cada cosa que le pidamos
significará una cosa menos que puede hacer de sus funciones tradicionales por
nosotros. Las cosas suelen tener sus equilibrios forjados durante siglos, y de
vez en cuando hay revoluciones o leyes que lo remueven todo; ésta época puede
ser una de ellas.
Para muchos aún debe hacerse mucho más contra la Iglesia porque se
considera que su mera existencia es nociva o que al menos aún le quedan muchos
pecados que purgar. Bueno, puede que lleven razón, estas cosas sólo se saben
cuando ha pasado un tiempo, es como si uno decide cortarse el pelo pensando que
va a estar más guapo y luego resulta que queda más feo y le toca esperar un año
para volver a tener su melena. El tiempo nos pondrá a todos en su sitio, pero para
mí que durante ese tiempo pasarán más cosas como las de Cecilia y Borja, habrá más chapuzas y más robos de Códices, y
luego criticaremos a la Iglesia porque no pone 500 cámaras de seguridad en Santiago
y porque no contrata a los restauradores del Prado y porque además no paga el
IBI de Borja y… señores, todo no se puede hacer.
Ese es el mensaje milagroso del Eccemono: de aquí a poco veremos
proliferar Eccemonos por toda España, porque como país no damos para más.