El tiempo es eso que ya se ha ido mientras intentamos definirlo. Leo en la prensa que las islas Samoa pretenden ahora cambiarse de uso horario y adelantarse un día, están hartas de llegar tarde a todo, estar en festivo mientras otros ya están en la bolsa, llevar retraso de un día de productividad frente a sus competidores…
Eso me ha llamado la atención (mucho más que el Tigre Shere Kahn –quiero decir Strauss Kahn- o las elecciones españolas, pues en ambos casos se trata de abusos de prepotentes y hoy no tengo el cuerpo para hablar de la presunción de inocencia). Que Samoa quiera ahora jugar con el tiempo en su beneficio económico me ha sorprendido para mal, me ha llenado de tristeza.
Hasta ahora, Samoa era para mí la patria de Tuavii de Tiavea, aquél jefe tribal que escribió “El Libro de los Papalagi”. No recuerdo muy bien la historia pues al embarcarme dejé en tierra muchos papeles, pero creo recordar que, hacia los años 20 del siglo 20, Tuavii recibió en su isla a unos antropólogos occidentales que vinieron a estudiar su tribu como se va a un zoo; al terminar la visita, Tuavii quiso hacer lo mismo que ellos y se vino a Occidente a tomar nota de cómo éramos. Nos Volvió a su isla tan horrorizado que escribió unos memorables discursos advirtiendo a sus paisanos de lo idiotas que éramos por aquí (los “Papalagi” somos los blancos. Lei el libro hace más de veinte años, y no ha hecho más que mejorar, como los buenos vinos. Dedicó unos apartados al “tiempo”, del que dijo, entre otras cosas, que
“Los papalagi ... sienten pasión por una cosa que no podeis comprender y que, sin embargo, existe: el tiempo. Se lo toman muy en serio y dicen muchas tonterías sobre él. A pesar de que nunca habrá más tiempo entre el alba y el ocaso, esto no les resulta suficiente…
Llevan una máquina pequeña, plana y redonda bajo sus vestidos, atada a una cadena de metal pesado, colgada alrededor del cuello o la muñeca, una máquina que les dice la hora. Leerla no es fácil…
Nosotros tenemos tiempo en abundancia, siempre estamos satisfechos con el tiempo que tenemos, no pedimos más del que hay y siempre tenemos suficiente…”
Esos mismos samoanos son los que ahora quieren ser más wallestritistas que Bush, y darnos lecciones de cómo aprovechar el tiempo a su favor. Cierto es que algunos isleños ya se han quejado: en algunas zonas turísticas tenían como atractivo el ser elúltimo rincón del planeta donde se pone el sol. Y ahí están los dos modelos de todo lo que ocurre en el mundo: mantener el romanticismo y la humanidad de los ritmos naturales aunque seamos los últimos (la puesta de sol) o retorcer lo que tenemos para estrujarle una gota más de locura y ser los primeros (la salida del sol). En Ibiza se tomó la puesta del sol como punto de encuentro de cuatro rayados que al final han hecho costumbre, que se lo digan al Café del Mar que ahora ya es franquicia,o sea que puede dar dinero, allí se repartía poesía y también unos chupa-chups verdes de cannabis, no miento que yo sé de costas. En Santiago de Compostela también saben del atractivo del fin del sol, no todo es pérdida.
No es tan malo mirar hacia lo pasado en lugar de tanto hacia delante. El colibrí mereció la atención de Borges, que dijo que este pajarillo le gustaba en su vuelo hacia atrás porque demostraba no estar interesado en saber a dónde iba, sino dónde estuvo. Los Samoa han estado muchos siglos en un punto en el que eran un ejemplo para muchos que disfrutan de leer los discursos del Jefe Seatle y el libro de los Papalagi; quizá ahora veamos el nombre de Samoa junto a los libros de Keyness y de Schumpeter.
Ah, para los curiosos del texto de Tuavii, no debería pero les doy una pista: sapiens.ya.com/elviragbello/tiempopapalagis.htm
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