martes, 7 de junio de 2011

EL SANTISIMA TRINIDAD Y LA CRISIS ESPAÑOLA.



Ustedes me perdonarán que, como corsario, me tome una licencia náutica para hablar de la crisis actual de España.

Así que comenzaré con una alusión al navío español Santísima Trinidad. Fue construido en 1769 y duró unos treinta y seis años, hasta el combate de Trafalgar de 1805.  Es sabido que la causa de muchos fracasos suele estar en el mismo punto en que antaño se cifró el éxito. La fórmula de éxito del Santísima Trinidad consistió en ser el barco de más prestigio del mundo, el más grande de su momento (hasta 61,4 metros de eslora), más dotado que ninguno (hasta 140 bocas de fuego), hecho con las mejores caobas de las Antillas… Tan bueno era que, en Trafalgar, los británicos se lanzaron despiadadamente contra él pensando que era el buque insignia hispano-francés, cuando este honor le cupo realmente al Bucentaure donde viajaba el francés Villeneuve. Este era un torpe y timorato aristócrata que tras eludir la guillotina fracasó en donde estuvo, primero en Abukir y luego en Trafalgar. Napoleón pensaba que no era digno ni de mandar una fragata, pero ahí le vemos por los azares de la estulticia al mando de toda la flota hispano-francesa. Salió a dar la batalla cuando ya había sido cesado en el mando y su sustituto Rossily venía hacia Cádiz, se ve que Villeneuve era una mezcla de optimismo bucólico y labilidad suicida. Constan los consejos de Gravina y Churruca, que a la vista de la treta de Nelson hubieran podido obtener la victoria y un mundo para España, pero una vez más tuvimos al frente al más inútil, a una élite preparada pero sin mando, y a una tropa heroica que sólo fue carne de cañón y muerte. Los británicos la capturaron, ya rota e indefensa, pero ni siquiera pudieron salvar su casco: el temporal y las averías la llevaron a pique junto a unos 80 españoles heridos que aún flotaban entre sus astillas.

La España de la transición se adornó también con su Santísima Trinidad particular, haciéndose admirar hasta de sus enemigos. En nuestro sistema democrático se consagraron tres elementos que formaron una Trinidad milagrosa, de misterioso éxito pues salíamos del túnel franquista: 1) un modelo síndico-laboral sólido y activo, 2) un modelo autonómico que asombraba a los propios, y 3) un modelo político-financiero cuyo estandarte eran las Cajas de Ahorros donde se   beatificaba la intromisión de la política en el sistema crediticio.

Desde 1975 hasta el 2011 han pasado unos treinta y seis años. Nuestra Trinidad de la transición ha llegado a la misma edad que el Trinidad de antaño. Está acosada por todas partes, como entonces. Y, también como antaño, la vamos a perder por haber encomendado su cuidado a un ser muy raro que ya tiene sustituto pero sigue mandando. No sé si el juicio de la historia dirá que el mando de Zapatero fue tan irresponsable, infantil y lamentable como el de Villeneuve, pero lo que ya va por delante sin duda alguna es la pérdida de las élites preparadas de España y la de su sufrido pueblo, que se hunde mientras el jefe y los suyos se ponen a salvo. Europa  nos dice que la salvación de España pasa por perder la trinidad: hay que renunciar al modelo sindico-laboral haciendo una reforma mucho más seria que la tímidamente iniciada; hay que irse olvidando del sistema autonómico o dejarlo en su esqueleto porque el déficit que está generando y la falta absoluta de su control están generando más incertidumbre que la marmota del día de la marmota; y hay que modificar plenamente el sistema de Cajas de Ahorros llevándolo a un sistema privado o bien a uno nacionalizado pero sin medias tintas a mayor gloria de los políticos.

De la quema no se salvan los otros, los del PP, que en sus autonomías no han dado tampoco el ejemplo preciso ni han propiciado una rebaja del sistema, tampoco han renunciado a sus poltronas de oro bancario, y menos aún han liderado un modelo laboral alternativo cuando han mandado a la absoluta. Pero lo cierto es que no son ellos los que mandan ahora en el Estado, la tormenta es la de ahora y el capitán es uno, así que no vale perder el tiempo discutiendo qué se hizo mal hace siete años.

¿Lecciones? Sí, las mismas que en Trafalgar. Que los sistemas no suelen ser muy malos ni muy buenos, sino que dependen mucho del listo o tonto que los maneja. Que hay que dejar a las élites preparadas hacer su papel, que para algo se prepararon. Que ninguna victoria ni ninguna derrota es hermosa si conlleva la ruina de miles de personas. Que los críticos deben tener alternativas y al menos haberlas hecho constar (como Gravina) en lugar de callarse. Ah, y que el sustituto, (Rossily entonces, Rubalcaba ahora, o Rajoy si procede) debe llegar a tiempo, pues cada día que pasamos a merced de “el otro”  nos cuesta lo que no está escrito.

2 comentarios:

  1. Corsario, pido permiso para subir a bordo y largar trapo a favor de Villeneuve, para mi injustamente tratado en tu alegato, aunque no sea parte primordial del mismo, ante los desbarajustes del XXI, me quedo en el XIX que además de gustarme me permite dar más bordadas, aunque no soy hombre de mar, a cada cual lo suyo, que los hispanos siempre hemos sido dados atapar nuestras vergüenzas si es posible con capas ajenas, no se nos dieron bien los mares y anteponiendo el corazón, o los hue… como Alfonso XIII a Silvestre antes de Anual, a la mente, y desde la Invencible hasta Cavite, siempre hemos encontrado escusa a nuestros descalabros, ora el tiempo, ora el compañero, ora el material, ora …Poseidón sabrá, haciendo bueno el dicho inglés “Españoles en la mar quiero, que si es en tierra que San Jorge nos proteja”, pero ciñendo amura me vuelvo al francés, que, considero, ni fue torpe ni timorato, en Abukir fue de él la idea de poner los navíos mejor armados el Tonant, el Franklin y el Guillaume Tell, que era el suyo, todos de 80 piezas, delante de la línea, pero fue Brueys, quien los prefirió detrás y amarrados para que no pudieran pasar entre ellos los británicos, también fue idea suya cuando vio aparecer a don Horacio viento en popa entrando en la rada, cortar cables y salir a su encuentro, siendo otra vez ignorado por su almirante, quizás otro gallo habría cantado en Trafalgar, donde las tripulaciones ni galas ni hispanas estaban tan bien preparadas y los navíos no lo pertrechados que debieran, y que la precipitada salida estaba propiciada por las órdenes del Pequeño pero Gran Corso, a quien, todo hay que decirlo, le importaba una higa, o un bacalao la flota. No me lo tomes a ofensa, ya que ambos, deduzco, somos hombres de honor, tú en los mares yo en las tierras, y es de razón expresarse en libertad, de pequeño en las películas del oeste, me caían mejor los indios.
    Buena caza y buena singladura.

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  2. Querido grumete anónimo:

    el sistema no me deja contestarte en extenso por comentario, así que me paso a una entrada aparte com osegunda parte de esto,

    ¡Gracias por poner cosas tan itneresantes, y motivarme para recordar má detalles!

    Zarafin

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