jueves, 4 de agosto de 2011

DISNEYLANDIA Y EL PAPA.


 ”Toda crítica es una forma de autobiografía”, dijo Oscar Wilde.

 Hace unos 30 años, Disneyworld (Disneylandia para los niños de entonces) estuvo a punto de venir a España. Concretamente se pensó en las tierras valencianas. Hubiera supuesto un éxito económico para decenios, miles de puestos de trabajo, y un complemento definitivo para un destino turístico que entonces sólo daba berberechos y aftersun. Entonces fue cuando la intelectualidad se puso en contra del proyecto; que si yankees go home, fuera las hamburguesas, Mickey al paredón... eran los tiempos de Hair, Soldado Azul y Joan Baez, miles de millones de españoles habían estado en París-68 (nadie iba a Berlín, qué pena) y los universitarios forraban sus carpetas con la cara de Arafat.

  El cielo me libre de criticar a aquellos críticos; muchos llevaban mucha razón, muchos habían leído muchos libros, y muchos recibieron muchos palos antes de poder abrir la boca. Sí, pero... también hubo mucho cafre en sus filas. Buena parte de esos cafres consiguieron que el proyecto Disney se perdiera, espantado al ver que España era el único país del mundo donde la opinión pública era capaz de rechazar una industria multimillonaria. Podía resolverse la ubicación, la financiación, las infraestructuras... lo que no tenía arreglo era una población que nunca permitiría que un éxito económico le estropeara una pancarta. Los que se quejaban entonces son más o menos los mismos que hoy se quejan del ladrillo, y los que mañana se quejarán de no sé qué, y llevarán su razón, pero no estaría mal que además de criticar nos dijeran de qué vamos a vivir. Al final esos mismos españoles hemos acabado gastando nuestro poquito dinero en el Disney de París.

  Ahora viene el Papa. Desde que hay un Presidente negro y demócrata en la Casablanca y desde que se ha visto el paraíso que Stalin ofrecía a sus indignados, parece que ya no es tan fashion ser anti-yankee. Y claro, muchos se aburren, como los zombies de serie-B que necesitan ir contra algo que se mueva, y cambian de dirección en cuanto la chica rubia mueve la falda. La Iglesia es una víctima muy cómoda, pues no suele defenderse y predica lo de la otra mejilla, aunque algunos de sus miembros, como en todas partes, salga rana.

   Yo, por supuesto, no aspiro a catequizar a nadie; primero tendrían que hacerlo conmigo. Pero veo la crítica feroz, maniquea e infantil que se hace a la Iglesia y me recuerda a aquella de Disneylandia. Se dice que el estado es aconfesional; y yo me pregunto ¿Y qué?, tampoco el estado es sexual y se permite la manifestación del orgullo gay, no es animal y permite el paso de la mesta por la Castellana, no es militarista y permite un desfile. Ser aconfesional no significa prohibir toda manifestación religiosa, que al menos habrá de tener los mismos derechos que cualquier otro movimiento intelectual o festival del tomate para estar en la calle tres días. El mismo artículo de la Constitución que proclama la aconfesionalidad del Estado es el que también ordena cooperar con la Iglesia Católica: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.” ¿A qué, pues tanta agresividad, que no se manifiesta contra otros poderes, países o ideologías mucho menos amparados por la Constitución?

   Se dice que gasta mucho la visita del Papa. La organización ha dicho que no tiene ninguna financiación pública. Es posible si lo dicen así y serán los críticos quienes hayan de demostrar la acusación. Me consta que los asistentes y voluntarios han tenido que pagar de su bolsillo todos sus gastos e incluso que han puesto un poco más para financiar dos proyectos de Cáritas de acogida para indigentes. Es verdad que, aunque no reciban dinero, utilizan espacios públicos y reciben servicios públicos como la policía, pero... ¿no ocurre eso en cualquier partido del Real Madrid? 1.700 policías se dedican a cuidar a los niñatos del fútbol en partidos de riesgo, multipliquemos por cada domingo, cada eurocopa, cada celebración... ¿por qué los golfistas tienen que pagar el paseo de la copa del mundo por la Castellana? ¿Por qué los patinadores no tienen un día para tener a media policía de Madrid a su servicio como los de la bici? Cuando la crítica descarnada se cae por el lado de la comparación, pierde su sentido y califica más al crítico que a lo criticado.

  Esto no es un debate religioso, ni ideológico, sino simplemente de respeto al pluralismo social. Hay algo extraño en tanta gente que presumiendo de pluralista se muestra sectaria contra los que no comparten su pensamiento. Claro, debe ser porque esa celebración es en sí maligna: los 30.000 voluntarios de las jornadas del Papa van todos con cilicios clavados dejando un rastro de sangre en la calle y la manchan; el 98% de los religiosos que van a ir tienen antecedentes por pederastia; el 97% de los padres de familia que van leían tebeos pero no han ido nunca al salón del cómic... vamos, que Nerón fue nefasto pero por haber dejado alguno vivo. 

 Un consejero autonómico de Madrid ha previsto que la visita del Papa supondrá una inyección económica de unos cien millones de ganancias. La ocupación de Sol por los indignados ha supuesto millones pero de pérdidas, a comerciantes, en horas de policías, en deterioro de imagen para los turistas y para los mercados, pero no he visto a ningún librepensador criticar tantas semanas de ocupación ilegal, ruinosa y perjudicial, por mucha razón que puedan llevar en el fondo sobre algunas cosas por lo demás obvias.


 La visita del Papa va a suponer un movimiento de unos 2.000.000 de personas. Eso significa, para cinco días, una media de 400.000 diarias, comiendo, alojándose y comprando Naranjitos. El turismo español movió en 2010 unos 52.000.000 de personas, que da un promedio por día de unas 140.000. Es decir, que cada día de visita del Papa casi triplicará el movimiento turístico de toda España en el mismo día. Yo entiendo que las pancartas ya están hechas y que es muy vulgar pensar en los demás, en los comerciantes, los taxistas, los hosteleros... no digamos en los viciosos que aún creen en algo. 

 Pero no, lo mejor es que, como con Disneylandia, espantemos al Papa, que no vuelva por esta culta España, y que luego nos volvamos todos devotos y nos vayamos a gastar toda la pensión a Italia. Es el privilegio que podemos permitirnos los países ricos.

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