Alguien ha calificado como “Ministerio Duende” la siguiente situación:
Una falta absoluta de dirección ministerial ante la grave crisis de España, con problemas de subsistencia para mucha gente; con un gobierno falto de tono y más preocupado en sus divisiones y en resolver la sucesión en la cúpula del poder que en acometer los problemas de acortar el gasto público y de aumentar los ingresos para salvar la quiebra; amenazando además con arrastrar a Europa a un gravísimo conflicto que destrozará todo equilibrio, en el que se enfrenten dos concepciones del continente, y con la expectativa de que quien vaya a marcar el futuro sea Alemania; y en medio de todo eso, una protesta ciudadana en una plaza del centro de Madrid, ante la que el gobierno, como ante todo lo demás, no sabe reaccionar y parece esfumado, inexistente. “Ministerio Duende”.
Aunque Ustedes puedan pensar que el párrafo anterior describe la situación actual, lo cierto es que se refiere a finales del siglo XVII. La expresión que da título a esta entrada fue acuñada por el conde de Oropesa, quien fuera valido de Carlos II. El rey -por influencia de su segunda esposa Mariana de Neoburgo- lo destituyó en Junio de 1691. Era la época en la que España buscaba un sucesor; a falta de un heredero ibérico se pensó en el principito José Fernando de Baviera, aunque su fallecimiento y el inmediato del rey Carlos precipitaron la Guerra de Sucesión española (que dividió y destrozó Europa). Tras ser apartado del gobierno, Oropesa escribió una carta en la que habló de “ministerio duende” para referirse al caos absoluto en que estaba la monarquía y al misterio inasible en que se había convertido la Corte. Fue llamado otra vez al poder en 1698, pero cayó como consecuencia del Motín de los Gatos, revuelta derivada del malestar del pueblo que tuvo como escenario la Plaza Mayor de Madrid y que fue capaz de derribar un gobierno.
Eran los tiempos del barroco, cuando en España aún se usaban palabras con encanto y había duendes. (“Ministerio Duende”, “La Dama Duende”...) Hoy ya no hay duendes sino Poltergeist, Zombies... y los disgustos los dan los Hackers, los Moodys, los Brokers... Unos cien años más tarde del episodio de Oropesa, hubo otro con duende misterioso en los madriles: la gente empezó a hablar de “la Casa del Duende” para referirse a una casucha desvencijada situada en las cercanías del Palacio de Liria, Amaniel, Cuartel del Conde Duque y Plaza de Guardias de Corps. Se decía que en la casa se oían por las noches ruidos de fantasmas, y los rumores se agrandaron en la dirección del espanto. Las malas lenguas decían, sin embargo, que tras los muros de aquella casa se celebraban tenidas masónicas, y que la casa había sido comprada en secreto por el duque de Alba para poder auspiciar tales encuentros. Los ruidos de duendes eran en realidad señuelos para que la gente rehuyera acercarse.
El conde de Oropesa del “ministerio duende” estaba emparentado con el duque de Alba de la “casa del duende”. Pero ahí no acaba la cosa, pues hoy tenemos otro episodio que liga duende y Alba: el palacio de Dueñas, de Sevilla. Ese es el recinto en que, según los medios enteros, va a producirse la boda de la duquesa. Resulta que ese palacio es el lugar en el que nació Antonio Machado, un edificio con patio y árboles, al que con toda seguridad se refiere el poeta cuando habla de sus recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto de limoneros. Pocos patios pueden tener más duende para el lector español que el de la infancia de Machado. Este era hijo de Antonio Machado Alvarez, alias “Demófilo”, gran folklorista andaluz y que fuera administrador de los intereses del palacio, aunque en otros sitios lo califiquen sólo como inquilino. El padre Machado y algún tío abuelo del niño fueron amantes de la lengua española y del folklore, la lengua del duende y los patios andaluces, esos mismos patios en los que los Alvarez Quintero dieron la magia al ”Geniecillo Alegre”.
Frente a todos esos duendes, prodigios, Albas y motines, lo de hoy suena mucho más feo: los Moodys y los Twitter de los indignados parecen más vulgares (aunque quizá sólo se trate de que este corsario se está volviendo mayor) y si intento decir “Zapatero II, el Hechizado” no sé si me gusta, por más que lo esté.
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