En la tele, siempre que se dice “Generalitat” o “President” se da por hecho que se refiere a los catalanes. No se dan cuenta de que también hay una Generalitat Valenciana y un President Valenciano. Desde Cataluña se quejan de que los tratan mal en las cadenas estatales, pero ya pueden ver que a otros no se les trata ni tan siquiera mal sino que se les ignora directamente, y no se quejan tanto. En fin, voy a hablar del nuevo President de la Generalitat Valenciana. (Me pide un buen amigo-Fb que recuerde que también hay "presidents" de otras comunidades, aunque no tengan "generalitat"; aceptado y sigamos).
Fabra (es decir, el Señor Fabra) ha decidido no celebrar la recepción que cada 9 de Octubre tiene lugar en las tres capitales de dicha comunidad (Alicante, Castellón y Valencia). Ese día es la fiesta oficial autonómica, que conmemora el día del año 1.238 en que el Rey Jaime I el Conquistador entró victorioso en la capital valenciana, tras duro asedio.
El motivo de la suspensión es el ahorro de los 200.000 euros que supondría la fiesta. En estos tiempos de crisis se aplauden gestos así, aunque supongo que no le habrá hecho mucha gracia a toda la tropa de autoridades, paniaguados y petimetres que vienen a estos ágapes a lo de “qué hay de lo mío”. Entre gamba y aceituna con hueso, zumos de polvos y pepsicolas, la gente acude a estas cosas con su cámara y su diente de oro, a ponerse morado como en el cine de Buñuel pero recordando a Berlanga. Quizá tenga también el Sr. Fabra sus motivos para eludir la cita, así se ahorra tener que saludar a sindicalistas y señoras de pulsera que suena, o dar la mano a asesores de maletín y alcaldes de puticlú; y ello por no hablar del riesgo de que aparezca Camps otra vez a hablar como en Benicásim, o de que Rita se queje de la falta de cariño de Génova. Se quita el perro y se acaba la rabia, bien por Fabra (perdón, Señor Fabra).
Pero aquí no acaba la cosa. Es verdad que el President Valenciano ha iniciado una política de gran reajuste, ninguno tan espectacular como el tajo de la Reina del Tajo (Cospedal), pero sí en varias fases que al final hacen su recorte igual o superior al de aquélla. Y eso que lo tiene mucho más difícil, pues le pasa lo mismo que a Rubalcaba: todo lo bueno que haga ahora será un triunfo personal de él pero un fracaso de su partido, ya que no ha hecho sino suceder a quienes mandaron con sus mismas siglas. Las medallas que se ponga él tienen un sabor más amargo que las que puede ponerse Feijoo, Monago, o la Cospedal, o incluso Artur Mas, pues Fabra estará triunfando sobre las cenizas de sus patronos.
Como digo, hay algo más: resulta que, aunque Fabra (señor Fabra) quisiera celebrar el happening conmemorativo, no lo tendría nada fácil para encontrar quién se lo sirviera. Resulta que la empresa Barrachina –todo según la prensa- había organizado el catering del año anterior, y ha sudado sangre para cobrar su servicio, habiendo tardado lo indecible que es como un año para cobrar los 20.000 euros que se le adeudaban por el fiestorro de Valencia. Todo apunta a que los hosteleros valencianos están temblando por si suena el teléfono y es Fabra (perdón, señor Fabra). Al parecer, igual que el Coronel de García Márquez no tiene quien le escriba, el President Valenciano no tiene quien le sirva. Curiosamente, en el inicio del libro del colombiano podemos leer unas frases premonitorias de la escasez del President en una mañana de Octubre: "El Coronel destapó el tarro de café y comprobó que no había más de una cucharadita... Era octubre. Una mañana difícil de sortear, aún para un hombre como él que había sobrevivido a tantas mañanas como esa..."
La cosa debe estar mal. Para los no valencianos, les diré que quitarle el ágape al 9 de Octubre es como quitarle el micrófono al PNV en el Aberri Eguna. Les cuento algunos cotilleos sobre esta fecha y su celebración:
El día 28 de Septiembre de 1.238, la ciudad musulmana de Valencia se rindió a las tropas cristianas del rey Jaime I el Conquistador. La rendición se formalizó elevando el pendón de Aragón en la torre situada al borde del río y enfrentada al campamento del ejército cristiano. (Torre de Alí Bufat, puerta de Bab-al-zachar, los puristas de la toponimia me perdonen). Previamente, el rey moro había acudido al campamento del arrabal de Ruzafa para firmar el acuerdo, y así lo recuerda en el sitio concreto una placa adosada al campanario de la Iglesia de San Valero. Se nos cuenta en el “Dietari del capella d`Alfons el Magnànim”, de fines del siglo XV, que “cuando el rey vio sus banderas en lo alto descabalgó de su caballo, se arrodilló y besó la tierra... y que después, en el día de San Dionisio (9 de Octubre), le dieron y libraron la dicha noble ciudad de Valencia al dicho señor Rey”. El rey entró en la ciudad y oyó su primera misa en el templo mozárabe de San Bartolomé, cuya torre de campanario aún está en pie, en la calle Serranos y se pueden tocar sus piedras.
La distinción entre el 28 de Septiembre y el 9 de Octubre se mantuvo siempre muy clara entre los valencianos como acontecimientos de relevancia diferenciada, hasta el punto de que en 1808 el viajero y espía francés Alexandre de Laborde fue informado de tal dualidad de fechas y así las recogió ambas en su “Itinerario descriptivo de las Provincias de España”.
El punto donde se alzó la bandera aragonesa el día 28 fue adjudicado a los templarios (Guillém de Cardona), que allí instalaron la Iglesia del Temple, gótica hasta ser sustituida por el actual edificio Neoclásico. En la Iglesia se conserva un mamotreto de piedra con el escudo de la Orden de Montesa, y que se trajo a Valencia tras caerse del portal del castillo sede de tal Orden, cuando el terremoto de 1748 lo destruyó. En la Iglesia se conserva un armario de los templarios y una puerta, y lo sé porque lo he visto. El barrio fue compartido con la Orden de los Hospitalarios, y ello nos ha dejado la iglesia maravillosa de San Juan del Hospital, en la calle Trinquete de los Caballeros (que es donde los caballeros jugaban al Trinquete), una plaza del Temple y una calle de las escuelas del Temple.
El 9 de octubre no se empezó a celebrar de inmediato, sino a los diez años de conquistada Valencia. Así lo cuenta en un libro Mª Francisca Olmedo de Cerdá. La fiesta tenía su propia comida típica. Se celebraba con dulces de mazapán, porque era lo típico de las romerías de los días previos a San Dionís. En un principio se celebraba con chufas, altramuces, habas cocidas, piñones y garbanzos tostados (no sé si eso es lo que iba a dar el Señor Fabra a sus invitados), y luego los confiteros empezaron a sustituir las frutas y hortalizas por mazapanes.
La llegada de los Borbones cortó la celebración oficial valenciana, suprimiendo los fueros y la celebración del 9 de Octubre, aunque los valencianos siguieron comprando “les piuletes i tronaors” en las confiterías, que eran ofrecidos por los novios a sus amadas envueltos en un pañuelo, o en un mantón de Manila los más ricos.
La fecha, por un motivo o por otro, ha sido elegida en ocasiones para dictar alguna medida de carácter simbólico, ya fuera como guiño a los valencianos o ya fuera como recordatorio de quién mandaba en ellos. Así, la cédula de 9 de Octubre de 1716, dictada recién terminada la Guerra de Sucesión, estableció que la Audiencia de Valencia quedara ubicada en el Palacio Real de Valencia, sede del Capitán General situada extramuros de la ciudad como claro símbolo de distanciamiento y superioridad respecto al núcleo civil sospechoso. Quien eligiera la fecha era un poco malasombra, algo así como elegir un 20-N en nuestros tiempos para convocar unas elecciones, a nadie normal se le ocurriría. Habría que esperar a 1751 para que la Audiencia se instalara dentro de las murallas, donde hoy está. La cédula estableció además un sistema de competencias que dejaba en el Capitán General todo el poder de decisión sobre los valencianos, también en orden judicial.
En 1812 se dictará por las Cortes de Cádiz el Decreto de 9 de Octubre, que separa el poder ejecutivo del judicial, y contenía el Reglamento de las Audiencias y Juzgados de primera instancia. En Valencia fue entendido por el sector conservador como una limitación a los poderes de la Audiencia, que en el sistema anterior desarrollaba también funciones administrativas. El Reglamento de 9 de Octubre y la Constitución de 1812 se leían en Valencia en la apertura del año judicial si los tiempos eran liberales, -dejando paso a la mera lectura de las Ordenanzas en los tiempos conservadores-.
Aparte de esto, dice la Wikipedia que la celebración conllevaba una procesión desde 1338, centenario de la conquista. Dice que Felipe V suprimió la fiesta durante un tiempo; que en 1891 la celebración fue revitalizada por la entidad Lo Rat Penat, en 1915 tuvo un matiz nacionalista pues fue organizado por las Joventuts Valencianistes y en 1931 con la Segunda República se le dio un toque democrático. Dice que Franco quitó el carácter festivo del día pero no eliminó la procesión de la senyera (la bandera valenciana), y si alguna vez permitió celebrarlo fue para darle un sesgo de unidad castellano-aragonesa. Tras la aprobación del Estatuto de Autonomía Valenciano en 1982, la fiesta y su celebración habían sido una cita estable de la sociedad valenciana, no sólo capitalina sino regional.
El no celebrarse la comilona por motivos de escasez, nos da idea de lo grave que debe ser la situación, o de las pocas ganas que había en el nuevo President, a la vista de que es difícil encontrar quién le sirva las chufas y los altramuces porque no saben si el Gobierno Valenciano los pagará. Me quedo, en la nostalgia del “a sensu contrario”, con lo que escribió en 1584 el maestro Bernardino Gómez Miedes, Arcediano de Murviedro y Canónigo de Valencia, en “La Historia del muy alto e invencible Rey Don Iayme de Aragon, Primero de este nombre llamado el Conquistador ...agora nuevamente traduzida por el mismo autor en lengua Castellana”, en la edición impresa en Valencia en casa de la viuda de Pedro de Huete, cuando en su página 267 dice que “en los mayores y mas estrechos tiempos de hambre, cuando más universal ha sido por toda España, Valencia por su prevención, ha tenido hartura”. ¡Qué envidia! ¿O no, Fabra? (perdón: Señor Fabra).
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