Desde hace unos días se viene hablando sobre “quién va a escribir la historia de lo ocurrido con ETA”. Algunos tienen miedo de que sean los abertzales quienes lo hagan. A otros no les preocupa porque no saben leer, y a otros les da igual porque parece que prefieren quemar los libros a leerlos.
En las guerras no suele haber problema sobre quién va a contarlas, pues la respuesta es clara: “La historia la cuenta siempre el vencedor”. Nuestro caso, sin embargo, se complica pues 1) no coinciden las partes en si esto de verdad fue una “guerra”, o un “conflicto”, o un “problema de orden público”, y 2) y peor aún, no coinciden las partes en quién es el vencedor, y ni tan siquiera en si debe haberlo. Eso lo lía todo.
Vaya por delante que mi opinión personal es que esto, sea lo que fuere en el punto 1), debe tener su vencedor en el punto 2) y ese vencedor debe ser únicamente el Estado de Derecho. En estos días ya se ve a gente tirando tartas a políticos ante la catatonia política de los Bildus, y ya se ve a los de la calculadora equidistante queriendo sumar 474 nombres negros de figuras generalmente abyectas a los nombres blancos de casi mil personas inocentes. Por mucho que se empeñen, tanto blanco y tanto negro no puede formar nunca un gris porque muchos –entre ellos yo- nos negamos a entornar los ojos a ver qué mezcla sale, la bandera ajedrezada de las carreras delimita muy claramente sus cuadrados y sólo se bate para proclamar un vencedor.
Pero la gente está mimosina, les da por llorar y esas cosas, y sobre todo ir diciendo por ahí que todo está ya acabado, prodigiosamente acabado, montan fiestas estúpidas a las que luego no va nadie, piden urgentemente consultas y acercamiento de presos vascos al País Vasco. Y conste que yo también pido ese acercamiento, pero no el de los que están en las cárceles sino el de los vascos presos del terror que tuvieron que escapar de sus hogares, ante la pasividad de tantísimos que tanto se preocupan ahora de los pobrecitos criminales...
Pero hablemos un poco del futuro, que -como saben algunos- me gusta más.
Allá por el año 75 después de Cristo, el ciudadano romano Flavio Josefo escribió la “Guerra de los Judíos”. Este autor es famoso, entre otras cosas, por haber escrito también las “Antigüedades judaicas” una de las fuentes escritas que se toman para justificar la existencia de Jesucristo, no sin discusión, y que se suma en ello a otras como “El Talmud babilónico”, los “Anales” de Tácito, la “Carta a Trajano” de Plinio el Joven, y la “Vida de los doce Césares” de Suetonio.
En la “Guerra de los Judíos”, Flavio Josefo describió las campañas de Vespasiano y Tito para aplastar las sublevaciones de Galilea y Judea de los años 66 a 73 d.C., incluyendo los episodios de Garaba, Jotapata, Cesarea, Jerusalén o Masada. Los rebeldes actuaban muchas veces como fanáticos, enfervorizados por una idea de superioridad de raza y creencia, que les llevaba a preferir el suicidio o la ruina antes que la sumisión. Hay muchos que ven paralelismos entre el problema vasco y el palestino de hoy, y otros que los ven entre el palestino de hoy y el de hace 2.000 años. Ustedes mismos. Los romanos actuaban poseídos de su vocación de uniformidad e imperio. La guerra fue épica, histérica y sangrienta. La contó un testigo de primera mano pues Flavio Josefo participó en ella. Vespasiano le colmó de favores en la última etapa de su vida, llegando a cederle su anterior casa en Roma, donde pudo escribir plácidamente sus obras. Hasta ahí de acuerdo. Pero pueden Ustedes preguntarse: ¿Por qué traemos ahora esta “historia contada de una guerra”, además de por los posibles parecidos –o no- entre la historia Palestina y la del País Vasco? Guerras ha habido muchas otras, y cronistas del lado vencedor también. ¿Qué hace especial a Flavio Josefo?
Pues algo tan tonto como que Flavio Josefo no era realmente romano sino judío. Se hizo romano después. Josef ben Matías fue el primer nombre de este insigne sujeto.
Josef ben Matías había nacido en Jerusalén hacia el año 37 d.C., en una familia de la nobleza sacerdotal judaica. Era hijo de Matías, que fue hijo de José, y éste de Matatías, que lo fue de Matatías el Jorobado, hijo de Simón el Tartamudo, y así más. Su noble cuna le propició una fácil promoción, que omitiremos hasta volver a encontrarlo en el año 66, ya convertido en general del ejército judío y al mando de la región de Galilea, es decir, sublevado contra Roma.
Josef demostrará su genio militar y habilidad frente al ejército romano, el mejor del mundo entonces conocido. Sin embargo, al poco se encontrará cercado por el general Vespasiano en la plaza fuerte de Jotapata (actual Yodfat). Allí ocurre un episodio tremendo, digno de una película de Cecile B. DeMille, que les cuento. La población y las tropas judías encerradas en Jotapata sumaban unos 40.000 seres humanos. Los romanos lo intentaban de mil maneras y Josef encontraba siempre un truco par contrarrestar sus embates. Pero la suerte estaba echada. Los judíos entendieron que era imposible resistir, y decidieron suicidarse antes que dejarse atrapar, violar, esclavizar, torturar. Así pues, los padres de familia se encargaron cada uno de ir matando a sus mujeres e hijos, que se colocaban tumbados en hileras para facilitar la operación (y en esa forma espeluznante fueron encontrados por los romanos). Una vez hecho eso, los hombres lo echaron a suertes para irse matando uno a otro, y que el último se diera muerte a sí mismo, hasta no quedar ninguno. La suerte –parece ser- quiso que el general Josef ben Matías quedara el último, y que éste decidiera incumplir su parte: al llegar su turno, y ya rodeado de cadáveres, en lugar de suicidarse salió al encuentro de los romanos y pidió entrevistarse con Vespasiano. Este le recibió intrigado por lo que pudiera urdir su arriesgado enemigo. El judío entonces le contó que se había mantenido vivo para transmitirle un vaticinio: Vespasiano sería emperador, y su hijo Tito reinaría después de él. Se apoyaba para decir esto en su conocimiento de las profecías antiguas y los libros sacerdotales, y sabía que esto haría efecto pues Vespasiano era muy aficionado a las profecías y augurios.
Lo curioso del tema es que el ingenioso judío salvó la vida en aquél trance, de momento como prisionero especialmente protegido. Vespasiano decidió creerle o utilizarlo. Josef fue incorporado a la campaña romana como ayudante, traductor y ejemplo vivo de reinserción, y como tal fue usado para intentar convencer de su locura a los sitiados de Jerusalén, sin éxito por cierto.
De aquella guerra salió Vespasiano emperador en apenas un año, cumpliendo así el vaticinio de Josef de una forma sorprendente, y una vez que en cosa de meses se produjeran las muertes de Nerón y los imperios fugaces de Galba y Vitelio. Con Vespasiano se inició la dinastía Flavia, continuada por sus hijos Tito y Domiciano. Vespasiano premió a Josef ben Matías con la libertad en el año 69, y al poco con la ciudadanía romana, cambiando el nombre de su antiguo prisionero por otro latinizado, que nos ha llegado como Flavio (por ser el familiar de su libertador) Josefo (por Josef).
Ahora quizá entiendan mejor por qué traía a colación al personaje. Flavio Josefo fue un rebelde contra el poder central de un imperio. Combatió con las armas y derramó sangre romana. Se reinsertó de manera más o menos sincera, tras abandonar la lucha armada, a pesar de partir de unos planteamientos muy influidos por la religión y el orgullo nacional y de raza. Y lo más importante al caso: fue un vencido que se vio finalmente escribiendo libros, incluyendo la historia de aquella lucha en la que su bando de origen había sido derrotado.
Y ahora, volvamos al pasado: el País Vasco. Cuando se debate sobre “quién escribirá la historia de la existencia y fin de ETA”, no se habla sólo en sentido figurado refiriéndose a quién va a marcar las líneas de “representación mental” que queden en nuestro consciente colectivo. Hay en cada parte, además de eso, un verdadero interés en que las imágenes y conceptos que hereden nuestros hijos sobre este asunto adopten unos tintes u otros. Las “fotos” que se vayan a imponer, y los “slóganes” que hayan de quedar, van a marcar nuestra memoria, como lo han hecho las imágenes del Che Guevara y ya nadie sabrá si era bueno o malo ni si asesinó o ayudó, o como nos quedarán las imágenes de la niña del napalm de la guerra de Camboya o del pato alquitranado de la guerra de Irak que luego dicen que no era. Las mentes futuras simplifican y con ello se generan grandísimas injusticias con los que más han sufrido, lo cual comporta un riesgo que es perfectamente evitable si desde el principio se presta atención. Esta tarea no sólo es exigible por un deber de justicia y verdad, sino también por una obligación moral de enseñar a nuestros nietos la lección adecuada, para que no repitan jamás la idiotez que nosotros no supimos impedir.
Ahora se habla de que a los etarras les están dando premios literarios, quizá sean éstos los que escriban los libros de su historia convirtiendo en victoria lo que es su derrota. Sería terrible. Por otro lado, tampoco debemos dejarnos llevar por un maniqueísmo que resulte tan injusto como el que hemos querido erradicar. Hay que mirar caso por caso, y empezar a abrir los poros para respirar el verdadero aire más allá de ideas prejuzgadas. Es cierto que la conducta de los abertzales de hoy mismo no ayuda en nada, y que este ejercicio hay que hacerlo al margen de la reiterada provocación de los más violentos. Pero creo que vale la pena, porque si no se reconoce cada situación individual se corre el riesgo de echar a perder muchos esfuerzos que pueden ayudar, y de meter en el mismo saco a gente que lo estuvo pero ya no. Para que sepan a qué me refiero, les cito tres casos de personas que escriben cosas y que en los 60-70 estuvieron en el entorno de ETA o directamente pertenecieron, de forma que Ustedes mismos saquen sus conclusiones. El primero es Joseba Sarrionandía, es al que han dado diversos premios para escándalo de la prensa que lo acusa de ser etarra; en algún sitio he leído que no pertenece a ETA, pero según parece sí estaba condenado por pertenecer y cumplía condena en la cárcel de Martutene hasta que en 1985 se fugó escondido en los bafles del cantante Imanol (que fue a la cárcel a dar un concierto) y ahora estaría supuestamente en Cuba, escondido y escribiendo; su conducta ha sido, según parece, de un intento de hacer borrón y cuenta nueva, no prestarse a los circos que montan sus antiguos camaradas ni tampoco hacer algaradas de converso, ¿quién es realmente este hombre, (al que se supone inspirador de la canción “Sarri Sarri”, del grupo Kortatu) y qué papel puede tener en todo esto? El segundo es Jon Juaristi, que de miembro de ETA fue derivando hasta llegar a ingresar en el PSOE; escritor prolífico, ha sido director de la Biblioteca Nacional Española y del Instituto Cervantes, y promotor del Foro de Ermua ¿Cuántas cosas puede aportar en este momento gente con su perfil? O el tercero, Mikel Azurmendi, de militante de ETA a amenazado por ella, autor de diversas obras de las que una sí he leído titulada “Y se limpie aquella tierra”, la cual me dio la sensación de ser obra de un hombre muy digno de ser escuchado, diga lo que diga y se comparta o no.
He citado tres personas de antigua pertenencia o proximidad a ETA, los tres escriben, los tres piensan bastante, cada uno ha recorrido un tramo más o menos largo sobre un arco iris que les ha situado al margen o directamente enfrente de otros ex compañeros del pasado... Si el bosque desapareciera realmente, sería el momento de empezar a ver los árboles individuales, y poder escuchar a mucha gente que quizá se ha ganado a pulso el derecho a ser tenida en cuenta, mucho más que otros que gritan mucho más y salen más por la tele.
Es cierto que la credibilidad no se dice, sino que se gana. Pero por eso mismo habrá que hacer algún día el ejercicio de repasar los periódicos de los últimos 40 años para ver quién se ha ganado el derecho de escribir la historia y quién no. Por volver con Flavio Josefo, debemos saber que cuando este judío reinsertado en Roma escribió su obra, lo hizo con una finalidad principal, al margen de que su estilo o sus guiños fueran más prorromanos que otra cosa: su objetivo era aleccionar a las generaciones futuras, para que no se volvieran a producir unos errores y horrores que tanto dolor habían causado. Su capacidad para encontrar la humanidad en medio de toda la barbarie, y su afán de contribuir a evitar el dolor, le hacen digno de que hoy queramos conocer la historia a través de sus ojos. Si hoy tuviéramos a un Flavio Josefo entre nosotros, no me importaría que fuera él quien escribiera la historia de lo que aquí ha pasado y sigue pasando.
Excelente artículo, Corsario. Ando muy mal de tiempo últimamente y sólo alcanzo a leerte, pero no a dar una respuesta meditada. Pero aunque no aparezca por los comentarios te leo siempre.
ResponderEliminarCicero
Vaya, Cicero, ¡gracias!
ResponderEliminarMe alegro de que encuentres huecos para echar siempre un vistazo, y si comentas tanto mejor porque nunca reduces el artículo sino que lo amplias y sueles abrir más planos.
En este asunto, que es "tan delicadísimo" y donde se pueden confundir tan fácilmente el afán de aportar y la estupidez (o peor, la debilidad), me doy cuenta de que digo cosas en las que puede que nadie entienda lo que quiero decir, y se me enfaden por un lado y por otro.
No es que me importe excesivamente el enfado por mí, pero sí me fastidia si pienso que no consigo el efecto deseado y sí el contrario.
Así que tu "aprobado" (estés o no de acuerdo, lo que ni siquiera te pregunto por respeto) me hace sentirme -al menos- comprensible, y quién sabe si también comprendido y hasta compartido.
Un abrazo.
Zarafin.
Es realmente dificil tomar una postura que no plantee dudas (a uno mismo quiero decir, que cada "otro" ya tendrá su opinión). Por un lado parece que no deben cerrarse las puertas que se abren a la resolución de los conflictos. Pero por otro ¿qué pasaría si matar, secuestrar y extorsionar fuera gratis?
ResponderEliminarNo tengo como digo una respuesta clara y, en estos casos me gusta más dejar las ideas reposar y asentarse. Un poco de paciencia, vamos, que parece que es lo que falta últimamente. Ahora se quiere resolver en dos semanas un problema de 50 años, lo que tiene, por cierto, tufo electoral.
La sinceridad y la seriedad en los planteamientos es fundamental. Y la credibilidad. Y esta hay que ganársela.
Gracias por tus ideas Corsario.
Antonio R.
Pues tú mismo estás dando la respuesta: reposar, asentarse, y un poco de paciencia. Y seguro que todo se irá ajustando a su ritmo.
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