miércoles, 26 de octubre de 2011

LOS BESOS DE GRETA GARBO EN LA VALENCIA DE LOS PAJAROS DE FUEGO.



Algunas ciudades llevan mil años muriéndose, como Venecia. Otras, en cambio, llevan dos mil años naciendo. Es el caso de Valencia.



Pasear por Valencia es encontrarse a cada esquina con una nueva pintada, una ruina, una historia pasada o inventada y un charlatán que la olvida. También se encuentra uno exposiciones como la actual del MUVIM (Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad), donde se nos ilustra y moderniza sobre Blasco Ibáñez y Hollywood.



Les contaré hoy cosas que no sabía, y así de paso las recuerdo antes de perderlas porque no tengo dinero para catálogos. El edificio de la exposición se ubica sobre la antigua muralla valenciana y una torre islámica (se ven los restos subrterráneos), cerca del extinto portal del Cojo a mitad de camino entre las Torres de Cuarte y la Puerta de San Vicente que tampoco existe ya, inmediato al Antiguo Hospital donde hoy está la Biblioteca municipal y al antiguo Edificio del Arte Mayor de la Seda donde hoy está la semirruina privada al público del antiguo Edificio del Arte Mayor de la Seda.



En la muestra se nos habla de las veleidades políticas de Blasco Ibáñez, republicanas y anticlericales, sus recortes de prensa, sus cartas, las escrituras de compra de su casa de la Malvarrosa, las ediciones de sus libros, su biblioteca, su cadillac que le equiparaba a Alfonso XIII, al duque de Alba y al Jalifa de Tetuán, su máscara mortuoria y el busto de Benlliure…



También hay una copia del contrato de Blasco Ibáñez con la Metro Goldwin Mayer a tinta azul de máquina. Se nos relata cómo Blasco, medio desengañado y medio exiliado por sus baqueteos políticos en la Valencia de principios del XX, recaló en Francia al inicio de la Primera Guerra Mundial, orientando su faceta periodística a narrar la Crónica de aquél desastre. Esa Crónica es brutal en cantidad y calidad, aunque no lo sé porque esté en la exposición sino porque ahora mismo la tengo a cinco metros y la he ojeado muchas veces en la edición de 9 tomazos que Blasco preparó en Prometeo, la editorial de su yerno Fernando Llorca sita en la calle Germanías de Valencia, “Ilustrada con millares de fotografías, dibujos y láminas”, como reza su inicio y es cierto.



En esos años percibió que las crónicas le cansaban y sobre todo no le daban dinero suficiente. Un golpe de suerte le cambió el destino, pues por ese tiempo se había publicado en francés su novela “los Cuatro Jinetes del Apocalipsis”, de ambiente bélico. El éxito francés tuvo eco en Estados Unidos (1918) y, por cosa de encantamiento, los estudios de Hollywood se interesaron por la obra llevándola al cine, no en la versión de Glenn Ford sino en otra anterior de 1921, en blanco y negro con Rodolfo Valentino.



A partir de entonces, el cine norteamericano se sintió afortunado de haber encontrado un autor hispano que ofrecía el suficiente tipismo y exotismo como para generar diversas películas a partir de su obra. El tirón llegaría hasta los años del color, con Ava Gardner, Rita Hayworth, Tyrone Power, Charles Boyer, Anthony Quinn, María Félix… Pero a mí me interesa más el tiempo del blanco y negro: en los años 20 se filmaron en América cinco películas basadas en los libros de Blasco. Aparte de la ya citada de los cuatro jinetes, se filmarán “Sangre y Arena” (también con Valentino en 1922),“Mare nostrum” en 1926 y otras dos en el mismo año que fueron “The Torrent”, (versión anglosajona de “Entre Naranjos”), y “The Temptress”, y en las que aparece la fascinante Greta Garbo.



Es posible que toda esta entrada se limite a ser un pretexto para poder citarla. Conste que yo antes era de la Dietrich, pero la traicioné.



Les cuento esto porque deben saber que en la exposición hay un espacio oscuro donde proyectan un video con retales de esas películas, con la Garbo, Rodolfo Valentino y unos cuantos más de esa camada. El placer es infinito para quien añore ver aquellos primeros planos que ya no quedan (maldito plano secuencia), las sombras, los maquillajes extremos, aquellas caras que no hablaban y lo decían todo, los bailes torpes pero tan expresivos, el drama y la pasión, los besos, los abrazos prohibidos. Greta Garbo es quizá la mujer que mejor se ha plegado al beso del hombre, aquella cuya cintura se convertía en prolongación del brazo que la estrechaba, la mujer de cejas pintadas y boca pintada que de pronto aparecía al natural y sonreía y todo el resto callaba. Díganme por favor si existe ahora en el cine algo semejante. El regalo es parecido al de Cinema Paradiso; les propongo a los que puedan que vayan a recoger su parte.



   Al salir de la exposición he dirigido mis pasos de inmediato hacia el Mercado, que está a unos dos minutos. El motivo era localizar la Calle de la Saboneria Nova (Jabonería Nueva) pues, según acababa de leer, en su casa número 8 había nacido Blasco Ibáñez un 29 de Enero de 1867 y allí su padre tenía una tienda de ultramarinos. Se decía que era una calle que daba a la Plaza del Mercado. Para buscar esa calle he tenido que navegar de cabotaje por la larga fachada del edificio del mercado, lo que recomiendo hacer pues es una maravilla modernista que poco igual tendrá en el mundo para instalar raspas de pescado y altramuces junto a platos de paella y pimientos verdes. La calle no aparecía, aunque sí la Lonja de sus columnas helicoidales y del Consulado del Mar, las fachadas de los Santos Juanes que quemaron en la Guerra, la plaza de las pasas donde se declaró otra guerra a Napoleón, la placa que dice que allí mismo ahorcaron al guerrillero Romeu en 1812, las figuritas obscenas de las paredes medievales y las que retratan al Drac del Mercat, dragón que salía a asustar cuando esa calle era todavía un segundo brazo del Turia cenagoso y húmedo y había un puente, enfrente de donde vivía Doña Jimena la del Cid… entre vendedores de monedas y de Tebeos del Capitán Trueno. La calle Saboneria Nova se ocultaba como el rey de Francia ante Juana de Arco, dejando que la buscara, y hoy no ha sido, habrá que volver otro día a comprobar si existe aún o es historia.



   O sueño. En esas calles natales soñó Blasco o recordó y calificó como “pájaros de fuego” las granadas que vio volar sobre su cabeza aquél día de bombardeos en que, con sólo dos años de edad, tuvo que agazaparse con sus padres en un refugio callejero en plena revuelta de los años de La Gloriosa. Tenemos un relato de aquella revolución valenciana gracias al testimonio presencial del republicano Amalio Gimeno Cabañas, que apenas un año después de los hechos publicó su “Memoria estensa y detallada de los sucesos de Octubre de 1869, con relación exacta e imparcial de las circunstancias que los motivaron”, en la imprenta de El Avisador Valenciano. También tengo ese libro a cinco metros, no lo encontrarán en la exposición. Lo de los “pájaros de fuego” de Blasco tiene mucho sentido, pues Gimeno define de modo parecido las bombas como “globos de fuego” que “cruzaban con rapidez la atmósfera” sobre los tejados, sembrando el terror y la muerte. Y añade: “Las bombas cruzaban con la rapidez del rayo el espacio, acompañadas de un silbido especial, estridente, agudo”. Las fuerzas estatales sofocaron la revuelta de Valencia en 1869 entre barricadas, bayonetas y bombas. Isabel II ya estaba exiliada, pero en Madrid no se aclaraban sobre qué hacer con republicanos, carlistas y socialistas, y empezaron a desconfiar de todo. Gimeno Cabañas nos cuenta las penurias de aquellas fuerzas levantinas de las Milicias Populares que se vieron malentendidas por el Capitán General Primo de Rivera, soliviantadas desde el 8 de Octubre y finalmente aplastadas a cañonazos en la jornada del 16. Los pájaros que viera Blasco debían ser los que lanzaban los cañones reales traídos desde Cartagena por la fragata “Berenguela” y colocados en las plazas de San Agustín y San Francisco, por ser los más cercanos a la plaza del Mercado donde vivía el futuro escritor. Una bomba destrozó una campana del Miguelete. También podía tratarse de los proyectiles milicianos lanzados por los cañones caseros fabricados por los sublevados en el taller del Señor Masip, que pese a las burlas de los contrarios llegaron a funcionar siendo situados en el campanario de Santa Cruz, en el cuartel del Pilar, otro frente a la confitería de la calle San Vicente... la pólvora la fabricaban en la Lonja y más sitios, y los refugios improvisados del 16 se localizan en el Hospital General y en las Escuelas Pías, a donde acudía la gente pensando que estaban libres de ataques y no era verdad. Luchas en Corregería, Calle San Fernando, Plaza Santa Catalina... Hubo un intento de huir en masa, por la puerta de Cuarte, pero fue rechazado pues Valencia ya estaba cercada. Los rebeldes, finalmente, se rindieron acogiéndose a la benevolencia del Capitán General. La familia Blasco permaneció en Valencia en tales jornadas a diferencia de muchos otros pobladores; ello debió obedecer, seguramente, al temor del padre a ver saqueada su tienda y a la seguridad del alimento que la misma les proporcionaba, cosa nada despreciable en aquellos días.

 

No es de extrañar que el niño saliera guerrero, ni que en el futuro pusiera a sus hijos los nombres de Mario, Libertad, Julio César y Sigfrido. Curioso también que el pájaro de fuego significara para Blasco una granada y que, pocos años después, en tiempos de la Garbo, para Stravinsky significara un ballet. Qué emociones.



   No exagero con todo esto, eran épocas diferentes y lo que hemos perdido quizá debía perderse pero se llevó con ello parte de la belleza. El otro día les hablaba del duelo medieval entre el Rey Pedro III de Aragón y Carlos de Anjou para dirimir sus diferencias, como algo cien veces más atractivo que el debate Rubalcaba-Rajoy. Pues bien, he podido comprobar en la exposición de Blasco Ibáñez que los tiempos del rey Pedro no estaban tan lejos: el propio Blasco tuvo un duelo en 1903 con su enemigo irreconciliable, Rodrigo Soriano. Ambos eran periodistas metidos a políticos, o al revés que quién lo sabe. Incluso habían llegado a llevarse bien en una primera época, en París. Los dos iban por la senda republicana, y los dos estuvieron en el periódico El Pueblo. Con los años, se fueron abriendo brechas entre sus dos facciones valencianas, hasta el punto de enfrentamientos callejeros en plena época de pistolas, espardenyas y vapor anarquista. Soriano abrió “El Radical” y fue tan enemigo de “El Pueblo” como podrían hoy serlo Tele5 y Antena3, pero ahora verán la diferencia con el presente: los dos jefes se retaron a duelo (tampoco era el primer duelo que mantenía con un competidor de prensa, pues en 1894 tuvo otro con Francisco Castell, director de “El Mercantil Valenciano”, en la Dehesa de la Albufera).



El duelo con Soriano se dio el 13 de Julio de 1903. Los dos caballeros acudieron con sus padrinos. A Pistola (en la exposición hay dos, pero no son las de aquél día). Sonó el arma de Rodrigo, que no acertó a Blasco. Este dio a entender que no dispararía a un hombre desarmado que además no parecía haber puesto interés en herirle. Rodrigo protestó de su interés, y los padrinos decidieron repetir el lance, avanzando cada contendiente un metro más hacia el otro. A la segunda tirada se produjo el mismo resultado: tiros al infinito. Pero el honor aún no estaba decidido, así que los padrinos los acercaron otro metro más y les incitaron a resolver de una vez. El tercer tiro fue tan orgulloso como los dos anteriores, despreciando al adversario. Ahí lo dejaron.



Y yo también. Les he contado varias cosas y ninguna. Humo y ruido efímero, como una falla valenciana, pero si quieren salir del embrollo tienen que igualar y ver el muestrario de cosas que les cuento como un anticuario de historias. No sé si vale la pena.



   Tampoco sé si todo eso era más bonito o más estúpido. Es estúpido el gesto de la Garbo al dar sus besos, y sin embargo no salgo de ahí (o mejor: no quiero salir). Y aún más absurdo puede resultar llamar pájaro de fuego a una granada, o buscar la calle Jabonería Nueva cuando puede que ya haya sucumbido bajo una bola de hormigón y hoy sea un Hollywood para comer carne en salsa receta de Kentucky. Sí, pero quizá no: si Blasco Ibáñez triunfó en las calles de Hollywood, ¿Por qué habría de ser raro que un Hollywood triunfe ahora en las calles de Blasco Ibáñez?



   En todo caso, no dejen sola a Greta. Ella nunca lo haría…sin antes mover la ceja.

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