martes, 13 de diciembre de 2011

WERTHER Y EL SENADO.

Alguno me dice que uso mucho el pasado para hablar del presente. Pero se equivoca: lo que uso es el presente para hablar del pasado, que es lo que me importa. El presente es bastante hortera, así que ya me dirán qué prefiero. Y si no, lean lo de hoy.

Werther se murió de azul y amarillo, allá por 1774. Para quien no lo sepa, Werther es el protagonista de un librito epistolar escrito por Goethe a los veintipocos años, su primer gran éxito. Trata de un joven que se suicida por amor, el amor imposible por Carlota, destinada a otro. Goethe lo escribió basándose en su propia experiencia sentimental en el pueblecito de Wetzlar, donde aún se conserva la posada en que estuvo alojado y hay un sitio que llaman “La Casa de Carlota”; hay un río y yo lo vi.

Para suicidarse, Werther no descuidó detalle alguno. Las pistolas del marido de su amada; el pliego ordenando su entierro al padre de su amada; la carta de amor de despedida, las deudas pagadas, papeles rotos, la chimenea repleta... Lo hizo de noche, y por ropas llevaba deliberadamente el traje azul y el chaleco amarillo que su amada Carlota había santificado con su tacto. Pidió que lo enterrasen con ellos. También pidió que no registraran sus bolsillos, pues en ellos guardó uno de los dos lazos rosa que Carlota llevaba al hombro cuando la vio por primera vez dando pan a sus hermanos, y que ella le regaló más tarde en el cumpleaños del joven.

Europa casi entera se rindió al arrebato del alemán. Las modas francesa y germana consagraron el libro como Carlota había consagrado el traje de Werther, se multiplicaron las ediciones, se hicieron perfumes llamados “Wertherie”, se impuso su estilo galante, a veces afectado, a veces natural, lo sublime pasó de Kant a la novela por arte de contradanza, y las tormentas empezaron a ser comprendidas como parte del alma. Entre otras muchas secuelas, los petimetres y burguesas empezaron a copiar la vestimenta del suicida: azul y amarillo. Las tiendas de telas y los sastres de las capitales tomaron nota en seguida.

Napoleón y Goethe hablaron del Werther cuando se encontraron años más tarde; por suerte para mí Napoleón lo entendió mal. Por mi parte, jamás me planteé el por qué de los colores azul y amarillo de la vestimenta del joven, era un dato, como dicen los economistas.

Hace unos pocos años, al leer la semibiografía de Goethe llamada “Poesía y Verdad” (si no es semi me da igual, si no fue en “Poesía y Verdad” también me da igual, y si lo leí al revés me da más igual, porque en el barco no tengo mis libros para comprobar nada) me tropecé con un detalle insignificante, pero que me dio la pieza perdida de un rompecabezas inexistente. Goethe cuenta un episodio mágico de su niñez, aquél en que se efectuaron obras en su casa de Frankfurt. La residencia de los Goethe se vio invadida de albañiles, maestros, vigas, andamios, polvo y cal... ajetreo que los alemanes denominan “kreuz und quer” y que en España diríamos “tó patas arriba”, lo ideal para un niño fantasioso que jugaba con su hermana Cornelia al escondite, a las cabañas o a los bandidos que su futuro amigo Schiller tomaría como inspiración.

Al final de las obras, la casa quedó remozada en nuevos signos de distinción. Y como ejemplo máximo para el orgullo de los Goethe (seguramente más para el orgulloso padre que para la dulcísima madre), dos nuevas habitaciones aparecieron en la vivienda: un salón azul y un salón amarillo. En ningún lado he leído lo que voy a decir en sólo esta frase, pero estoy convencido de que aquellos dos colores se fijaron en la mente del niño como colores de distinción, de elegancia, y que de su memoria pasaron a su libro de catarsis cuando quiso revestir a su enamorado Yo con unas prendas que le hablaran de identidad, ésos y no otros. Si non e vero e ben trovato, y si no está bien trovado apláudanme el intento.

Ahí no acaba la cosa, pero esto ya no es intuición sino dato otra vez: la reforma del Sr. Goethe no fue del todo legal. La obra fue presentada al Ayuntamiento de Frankfurt como “reforma” de la antigua casa, cuando realmente se trató de una verdadera demolición para ser reconstruida sobre el solar. En esa zona prestigiosa de Frankfurt estaban prohibidas las demoliciones totales, y por eso se camufló la petición como reforma cuando realmente era mucho más que eso. Como verán, ocurría algo parecido a lo que sucede hoy, si uno tiene ciertas influencias. En el caso de los Goethe, la influencia eran ellos mismos, pues el padre de la Sra. Goethe era el alcalde, o Burgermeister en teutón, no hace falta que diga más.

Todo lo que he escrito hasta ahora sobra si no les interesa el pasado. A los que piensan en presente, quédense sólo con una idea: “por qué le llaman reforma cuando habría que decir demolición”.

Hoy se ha designado a los presidentes de Congreso y Senado. Concretamente para esta segunda cámara se ha nombrado a Pío García Escudero. Las noticias que oía venían diciendo que Pío tendría que afrontar como reto más importante de su legislatura el de la necesaria “reforma del Senado”. Yo por dentro he pensado que más que reforma debería hablarse de demolición, y que casi todos los españoles tenemos en la cabeza más la segunda palabra que la primera. Si se sigue hablando de reformar el senado es porque hay un grupo de privilegiados, seres raros o influyentes a los que les conviene así, igual que en el Frankfurt del XVIII.

El debate sobre si hay que reformar o eliminar el senado se lo dejo a Ustedes. Yo me subo a cubierta un rato, a mirar las estrellas, y a acordarme de la reforma y la demolición de la casa de los Señores Goethe, y al niño Johann Wolfgang mirando, absorto, los maravillosos colores azul y amarillo de su nueva casa.

14 comentarios:

  1. ¿El Werther? Ah sí, claro... ¿No es ese un cantante de rap? Sí, el primo de la Lore, de toda la vida vecino de los canis de Gerúndiez de Arriba. De toda la vida conozco al Güerter, desde que era un shiquillo.

    Muy buen artículo, Corsario, como siempre. Me ha gustado leerlo.

    Cicero

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  2. Sí, ése Güerter, que ahora creo que está con la condicional, todo el día conh la pulsera de localización... qué abuso.

    Por cierto, y hablando de Goethe, por ahí tenéis cerquita a Egmont, ¿no?

    Zarafin

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  3. Me ha encantado Zafarín.

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  4. Lo que queda de Egmont más algún palacio, alguna estatua, su nombre usado para El Instituto Real de Relaciones Internacionales (que tiene guasa)... Sí, está presente. Yo no he visto mucho de él y su historia la conozco superficialmente sólo -tampoco he leído la obra de Goethe-, seguro que tú la conoces mucho mejor que yo. He visto muchas veces su estatua del Petit Sablon (zona de anticuarios y bombonerías por excelencia, digamos que mi favorita de esta ciudad, muy cercana a la Gran Plaza, he pasado por delante de su palacio y he estado en el parque que le dedicaron que es un lugar muy curioso e insólito, agradabilísimo en verano. Pero, sin embargo, no sé por qué, no conozco bien su historia. Ya, ya sé que es una vergüenza teniendo la oportunidad de saberlo por tenerlo al lado, pero es que a veces no sabes dónde mirar, si la casa antigua preciosa, si la estatua, si la bombonería, si el anticuario, si la casa art-nouveau, si la gente, si la cerveza, si la lluvia, si el surrealismo diario, si...

    Algún día me enmendaré, creo, aunque no tengo mucha confianza en ello. ;-P

    Saludos

    Cicero

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  5. Bueno, no enmendarse en la vida es una de las formas de prolongarla, así que no seré yo quien te regañe...

    De Egmont sé lo justito por habérmelo encontrado varias veces en los libros. Es un héroe nacional que también lo habría sido para España si la política no se hubiera torcido de foroma siniestra. Goethe lo coge, supongo, porque es un símbolo de la injusticia a pesar de la lealtad, y de la pureza de miras frente al egoísmo de los que -a diferencia de él- se salvaron y sacaron provecho de su icono. Para mí es un símbolo de la ocasión perdida que tuvo la monarquía Habsburgo de contar con personajes de valor en los Países Bajos, que hubieran podido hacer de puentes entre territorios y mentalidades tan alejados. Quizá el empeño era demasiado ambicioso, y como tal se llevó por delante a los que creyeron en él.

    Saludos

    Zarafin

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  6. Saludos para un corsario interesante... con estilo en la forma y neuronas bien conectadas, en el fondo.
    Enhorabuena
    Eleonor de Aquitania

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  7. Alteza, mi señora Eleonor,

    por vuestro nombre diría que toda la andadura de este blogg se ha conformado esperando que algún día lo visitárais. Vuestra presencia me hace entender el gozo de Saldebreuil cuando acudisteis a su lecho de convaleciente.

    No soy digno de acudir a vuestro retiro de Fontevrault para devolveros la visita, pero sabed que soy vuestro más fervoroso admirador, como ya lo fui de vuestro padre, no así de vuestros hijos.

    Como corsario impediré que os vuelvan a intimidar los piratas del Mediterráneo.

    Vuestro.

    Zarafin

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  8. Pues ya sabes más que yo de Egmont. En fin, debería enmendarme, yo no creo que pasar por delante y no enterarme sea lo mejor (y más tenido en cuanta mi curiosidad infinita), aunque supuestamente prolongue la vida. Lo que ocurre es que no puedo estar a todo, y yo, si no puedo estar a todo estoy a Wittamer, muy cerca de la estatua du Petit Sablon... Que no es un personaje histórico, pero tiene los mismos efectos de los que hablaba Proust en Á la recherche du temps perdu. "Et tout d’un coup le souvenir m’est apparu. Ce goût, c’était celui du petit morceau de madeleine..."

    Sí, el día que me prohiban el chocolate y las magdalenas seguro que me enmiendo. :-P

    Saludos

    Cicero

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  9. Bueno, Cícero, nada es grave, tú sigue el camino de Guermantes, que si yo sigo el de Messeglis¿? llagaremos a encontrarnos tomando un chocolate.
    De Egmont, por centrar cuatro datos y situarlo para todos, digamos que fue un noble de Flandes leal a España que de hecho fue uno de los artífices de la famosa batalla de San Quintín. A los pocos años no pudo evitar estar en primera fila de la política cuando España y Flandes se empezaban a alejar de foroma irreconciliable; él quiso conciliar las posturas, viajó a España, pero sin fruto. Llegó el duque de Alba y siguió una política de escarmiento en ciertas fguras significativas, pilló a Egmont por en medio, que por dignidad acudió a una cita a palacio de Alba, y fue apresado para no salir más. Fue ejecutado junto con Horn¿?, mientras que otros ecaparon para alentar la rebelión en Holanda. Triste destino de un hombre leal con sentido de Estado.

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  10. ¿Messelis? Hay un ciclista belga que se llama así. De todas formas, si yo voy a Guernantes y tú vas en bici hasta Flandes no creo que nos encontremos. En todo caso, el chocolate virtual está bien, es cómodo.

    Egmont y Hornes fueron los dos condes ajusticiados en la Gran plaza. Te dejo un enlace con una foto de la estatua en la que aparecen juntos. Según he leído en internet, esta estatua estaba antes en la Gran plaza pero fue traslada al Petit Sablon.

    http://www.nicolas79.ch/index.php/voyages-et-decouvertes/voyages-europe/belgique/bruxelles/square-du-petit-sablon/


    Saludos

    Cicero

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  11. Como citas a Proust supongo que este asunto te será familiar: él cita que siempre tomaba el camino de Guermantes, y que por otro lado estaba el camino de Meseglise (que durante muchos años nunca recorrió). Cuenta que al final de su vida, comprombó que ambos caminos terminaban en el mismo punto, por lo que deba igual coger uno que otro (+-). Por eso digo que nos encontraremos.

    Zarafin

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  12. Ahí sí que me has pillado, Corsario. Es cierto lo que cuentas y no me acordaba. Proust me es familiar y no me es familiar a la vez. Me son familiares algunas cosas de él, como el beso de buenas noches, la señora que estaba en la cama y no se levantaba jamás, las magdalenas y el té... El caso es que me cae bien Proust y me gusta leerlo a trozos, aunque no es algo que haga todos los días. Pero en el caso de las magdalenas me es familiar porque yo viví una situación muy curiosa en París en la que en un lugar exquisito, ante los mejores postres que he probado en mi vida, un francés estirado de la mesa de al lado, no pudo resistirse, se dirigió a nosotros y comenzó a hablarnos a nosotros totalmente en éxtasis del té y las magdalenas de Proust. Como si los postres le hubieran abierto la llave de los recuerdos y la bonhomía. Lo recordaré siempre como los resultados de la excelencia culinaria.

    Saludos

    Cicero

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  13. Pues sí, es una experiencia curiosa, como si Proust se hubiera reencarnado en ese hombre... ves, ya nos hemos encontrado.

    Saludos!

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