Las fotos de Terelu en panties han causado gran revuelo. Mucho más, según parece, que otros reportajes de gran mostrar y más carnar.
Por eso, la lección que sacamos es que el interés no depende tanto de lo que se ve, sino de que se trate de algo que no se esperaba ver. Es el caso del guante de Hilda, el Beso de la Pantoja de “Yo soy ésa”, la quitada de medias de Marlene en “El Angel Azul”, el traje de nuestra Jurado o las fotos cuasidómina de Soraya Santamaría. Y podría seguir pero no en horario infantil. Cuando a la “cantante” Sabrina se le salió un sarmiento en la tele causó gran escándalo, pero nadie se planteaba que aquello que brotaba por cremalleras estaba ya en las paredes de todos los talleres de España y sin que hubiera provocado suicidios, es decir, que el morbo no estaba en ver un pecho sino en que ése día no tocaba verlo.
Como digo yo para la pintura, “Luz es contraste”. Sorolla nos parece luminoso no por meter más blanco sino porque al lado pone un oscurísimo violeta. Lo mismo sabía el Dalí de “La musa y el marinero”, o el Velázquez de las lanzas. Miren esos cuadros y descubrirán a qué me refiero. En un flamenco. Así pues, algo nos llamará la atención según con qué contraste o de dónde emerge. Ahora ha sido Terelu, de la que –estaremos de acuerdo- nadie se lo esperaba.
La foto se parece a otras, de Brigitte Bardot, de Elle McPerson… Yo no las he visto ni me interesan, me esperaré a verlas dentro de treinta años en la cuesta de Moyano. Pero tampoco lo critico, tiene su gracia que en la Corte de los Milagros tengamos aún los hombres (y las mujeres) la capacidad de notar cosquilleo porque una señora de la tele cruce las piernas con sus panties y no se le vea el arcano. Eso sí, hay que marcar diferencias y saber dónde estamos, porque no es lo mismo el liguero Cospedal, la media Chacón, el panty Aguirre o el leotardo Merkel, a que no.
Y ahora, como siempre, les contaré una historia de “medias femeninas inesperadas” ocurrida en mi época. Fue un 28 de Junio de 1808, en Valencia. Los franceses de Napoleón venían desde Madrid y se plantaron delante de las murallas para someter la capital, pero Valencia no quería. El ejército español había sido desbaratado en campo abierto por tres veces en los siete días anteriores, en su intento de frenar el avance de Moncey. Los restos de la tropa española, y todos los valencianos, se apostaron en las murallas de juguete que teníamos, apenas había munición, armas, pólvora… Hubo que improvisar de casi todo para armar la defensa, de forma que se rebuscaron armas por las casas, se quitaron rejas para aprovechar el hierro… y las mujeres dieron las esteras de sus casas y ropas para hacer tacos de cañones, que son unos pegotes de tela que se meten en el tubo tras la carga de pólvora y el proyectil y acto seguido se aprietan contra el fondo, compactando así la carga. Pero además, -y esto es lo fantástico dentro del horror de una guerra-, las mujeres se iban quitando sus medias y las entregaban a los artilleros para que con ellas fabricaran sacos de metralla. ¿Se imaginan? Las cargas de metralla se elaboran metiendo en un saquito un poco de pólvora y trozos de metal, que al llegar al enemigo se desparraman causando un daño mortífero. Que nadie se equivoque: la guerra es odiosa y no tiene nada de hermoso, pero… si yo hubiera sido un francés cuyo destino fuera caer herido ante los muros de Valencia, nunca habría imaginado serlo por una metralla más fascinante que la que viniera perfumada en las medias de una valenciana rebelde. No creo que las medias españolas hayan tenido un momento más erótico en su historia. Lo siento, Terelu.
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