martes, 1 de noviembre de 2011

AUSTERIDAD Y CONVICCIÓN.

 Dice RUBALCABA –y dice bien- que ya no basta con la AUSTERIDAD. En lo que podemos discrepar es en lo que hay que AÑADIR a la austeridad. El candidato socialista ha defendido que “además se financie con dinero público la creación de empleo.” (la fuente del entrecomillado, Cadena Ser, internet). O sea, otro Plan E, gastando más dinero de todos en pagar a los amigos. Pero hombre, ¿De qué dinero habla Usted? ¿El que va a sacar de exprimir un cadáver?

También propone –y estoy muy de acuerdo- cambiar deducciones en el Impuesto de Sociedades para no beneficiar a las grandes empresas y sí a los PEQUEÑOS EMPRESARIOS (y lo dice ahora, tras 7 años de gobernar y otros 14 de felipismo). Resulta que el que es ministro socialista desde hace 20 años se ha vuelto del PP. O será que yo soy socialista. ROSA DIEZ dice que lo que hay que añadir es una reestructuración del Estado, y RAJOY dice que ya veremos cuando alcemos las alfombras.

El otro día, en un debate económico, escuché del ex-ministro MANUEL PIMENTEL una cosa esperanzadora y que comparto: no estamos tan lejos de poder recuperarnos; para ello hace falta la tan traída austeridad y unas poquitas reformas, y añadir a ello un poco de CONVICCION para sobreponerse a un PESIMISMO que ha pasado de ser anécdota a variable económica.

Y es que el estado anímico es importante, lo saben los médicos cuando quieren que alguien se cure y lo saben los buenos maestros para sus alumnos. ¿Por qué no ha de serlo en economía, o en política?

Quien vaya a Arezzo, en Italia, a la Iglesia de los Franciscanos, puede ver en la capilla Bacci un ejemplo de que la austeridad no bastó. Esa capilla contiene doce frescos de PIERO DE LA FRANCESCA que narran la leyenda de la VERA CRUZ, o sea, la del árbol de cuya madera se formó la cruz de Jesús. Los frescos datan del siglo XV, y se basan en “La Leyenda Dorada” del arzobispo de Génova Jacobo de la Vorágine (siglo XIII). El fresco número 9 refleja una escena que es la que les traigo a colación.

En el año 629 d.C. (es decir, después de Cristo), el emperador bizantino HERACLIO derrotó al persa Cosroes II. Éste último, -que para los suyos fue llamado “Parviz” que significa “El victorioso”-, se había portado mal desde el punto de vista cristiano, pues no sólo ayudó indirectamente al nacimiento del Islam al distraer a Bizancio en momento tan delicado, sino que para colmo había venido humillando la Verdadera Cruz que los suyos habían robado de Jerusalén en el 614, insertándola en su trono de madera. El cristiano Heraclio no estaba muy contento con ello y se lanzó contra Cosroes II, al que derrotó. De inmediato se cortó la cabeza al persa por no querer convertirse al cristianismo, y se devolvió a los cristianos la Vera Cruz. Esto queda reflejado también en otro fresco italiano, esta vez de Agnolo Gaddi en la Santa Croce, de Florencia.

Y ahora viene lo de la AUSTERIDAD. Heraclio quiso portar él mismo la cruz en su entrada a Jerusalén. Quería verse revestido de toda la magnificencia que merecía la escena, como Emperador y como salvador de la fe, y dotar a su prestigio de toda la pompa necesaria, subido a su caballo y con todas sus ropas carísimas, atrezzo y joyas. La crónica cuenta que no pudo lograrlo, no así.

Si miran la wikipedia sobre la vera-cruz-cristianismo se enterarán de algo del asunto. Viene a decirse que la falta de austeridad de Heraclio es lo que le impedía llevar al mismo tiempo el peso de la cruz y el de toda su indumentaria imperial. El emperador tuvo que despojarse de todo lo superfluo, pues quedó claro que no podía llevar las dos cosas a la vez y tenía que priorizar. Así, el emperador entró en Jerusalén de forma más parecida a la entrada de Jesús.

Esa sería la primera gran lección que nos sirve ahora a los españoles: estamos llevando demasiadas cargas, y hay que optar; seguramente son tan interesantes unas como otras, pero la suma de todo lo que queremos es un pelín mucho, a menos que cambiemos otras muchas cosas antes, nos fortalezcamos, económica e intelectualmente, consolidemos lo que nos une y no lo que nos divide, dediquemos esfuerzos a cosas que arreglan el futuro y no el pasado, etc. Sí, eso es la austeridad, que puede ser ocasional si con ello basta para retomar el camino, o deberá verse acompañada de reformas estructurales si se corre el peligro de volver a caer en lo mismo.

Pero ahí no acaba lo de Heraclio y Piero de la Francesca. No, porque en otras fuentes más cercanas al texto de “La leyenda Dorada”, lo que se nos cuenta es más complejo: he encontrado dos formas de contarlo, muy parecidas. No se trata sólo de que el peso sumado de la cruz y las ropas fuera un exceso, sino de que Heraclio tuvo que hacer un verdadero acto de convicción y humildad. Dice la crónica que, al pretender entrar en Jerusalén, un muro de piedras se cayó a los pies del emperador como señal de que no debía hacer su entrada en toda su riqueza, sino en toda la pobreza que tuvo Cristo al entrar montado en un burrito. La segunda versión añade que las piedras caídas formaron un obstáculo como un nuevo muro que impedía a Heraclio la entrada. La conclusión fue clara: el emperador comprendió, bajó de su caballo, se despojó de sus ropas caras, y se descalzó en señal de penitencia.

Así es como lo retrata Piero de la Francesca, ante los muros de Jerusalén. Incluso le dibuja con túnica blanca y sin la corona, a cabeza descubierta (en contraste con los sacerdotes que salen a recibirle, bien cubiertos, y en contraste también con la imagen de Gaddi, que le mantiene la corona pero posiblemente para hacerlo reconocible entre la multitud que le hace rodearlo).

Vemos, pues, que Heraclio no sólo tuvo que hacerse austero por sentido práctico. La austeridad, de hecho, fue lo de menos. Se le exigió además un acto de convicción, un elemento psicológico que es el que le permitió lograr su objetivo. Esto parece una tontería, pero el elemento emocional o psicológico es el que nos permite estar seguros de que “el error no volverá a cometerse”. Pasando a España, de nada sirve la austeridad si no sabemos por qué es ahora tan necesaria, y sobre todo, qué hay que hacer para que –si salimos- no volvamos a caer en lo mismo. La claridad de ideas sobre lo que nos pasa es esencial no sólo para que podamos arreglar los entuertos (que eso ya nos lo hace Angela Merkel), sino para que podamos empezar una reconstrucción que necesita mucha convicción en lo que estamos haciendo (y eso sólo es cosa nuestra). Si logramos eso, podemos ponernos mañana mismo MANOS A LA OBRA.

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